La Pacha Mama, la diosa de la tierra en la mitología inca, Es la que engendra la vida sobre la tierra y la protege. En las culturas ancestrales pre incas, los ciclos de la vida estaban marcados por el movimiento del cosmos, más concretamente los de la tierra. Ya estaban definidos los solsticios de verano e invierno, dando lugar al movimiento permanente de abundancia y cosecha y escaseces. En este devenir la tierra productora de lo que los seres, necesitaban para su supervivencia, llegó a ser identificada con una madre misma.
La Pachamama en la cosmogonía andina, juega un papel importante. Es el eje, junto con el cielo, del equilibrio de la existencia del universo. Los seres humanos, no pueden estar al margen de estas deidades que son los hacedores de vida.
Sin embargo, para complementar el concepto debe entenderse la díada Pachamama-Pachacamac, que simboliza la unión del cielo y la tierra, la vida que discurre en la dicotomía: amor y desamor, oscuridad y luz, crueldad y humanidad, ingenuidad y malicia, tristeza y felicidad. Por otra parte, también representa el triunfo del bien sobre el mal. La conjunción de ambos simboliza el triunfo del bien sobre el mal y el influjo que sus dones alcanzan a los humanos.
Desde inicios del contacto con el mundo andino de los incas, ha pasado de fuentes orales a escritas el mito de Pachacamac y Pachamama y que, para mayor comprensión, consignamos aquí:
“Hace miles de años, en el cielo surgió la rivalidad entre dos hermanos por el amor de una atractiva y encantadora joven de nombre Pachamama (Diosa Madre Tierra). Ella eligió por esposo a Pachacamac (Dios Creador del Mundo), motivando la rebeldía de Wakon (Dios del Fuego, Dios del Mal), quien tuvo que ser expulsado del reino celestial por designio de todos los dioses. Lleno de ira, Wakon ocasionó desastres en la tierra: sequías e inundaciones, hambre y muerte.
Conmovido por el efecto devastador de la furiosa descarga de cólera y odio de su hermano contra el mundo, Pachacamac descendió del cielo y venció a Wakon en una feroz pelea, restableciendo el orden en el planeta. Entonces, como seres mortales, Pachacamac y Pachamama reinaron en la tierra, mientras el rendido Wakon fue desterrado, condenado a vivir en la sombra, en cuevas de las montañas más lejanas, con la advertencia de no regresar jamás.
Durante la época de florecimiento que sobrevino, la pareja divina tuvo dos gemelos, varón y mujer, llamados Wilkas; pero la felicidad se cortó abruptamente cuando Pachacamac cae al mar de Lurín (Lima) y muere, quedando convertido en una isla. Entonces el silencio y las tinieblas cubrieron el mundo.
A pesar de la tristeza y la oscuridad, Pachamama y sus niños no desfallecieron. Caminaron sin rumbo en la noche interminable, teniendo que esconderse a menudo de enormes monstruos; su esencia divina les permitía mantener la agilidad mental para salir ilesos de cualquier adversidad y continuar la marcha errante. Cuando se hallaban por las tierras de Canta (sierra de Lima), vieron un pequeño resplandor de fuego en las alturas y no dudaron en ir hacia él, ignorando que aquel resplandor, esa única luz de esperanza, provenía de la cueva de Wakon.
Al llegar, cuentan sus penurias y reciben la ayuda de un desconocido Wakon; éste se las ingenia para quedarse solo con la bella Pachamama — envía a los pequeños a traer agua en una vasija rajada — y trata de seducirla, pero ella lo rechaza. Sumamente encolerizado Wakon la mata a golpes, la descuartiza y devora su carne; el demonio antropófago se regocija todavía con los huesos en las manos y restos de sangre fresca en la boca, mientras el espíritu de Pachamama se aleja para convertirse en la Cordillera «La Viuda» (Andes Centrales, límite de Lima, Junín y Pasco).
Habiéndose ingeniado para parchar la vasija con arcilla y hojas verdes, los hermanitos regresan con el agua. Miran por todos lados, buscan llorando a su madre; el tío se apura en decirles que ha salido y le ha pedido que los cuide hasta su regreso. Wakon pretendía realmente devorárselos, después de engordarlos lo suficiente; felizmente, aparece el Huaychao (ave andina que anuncia la salida del sol) para contarles que su madre fue asesinada y devorada por su tío.
Los gemelos huyen, corren sin parar, temen a la muerte que viene tras ellos. En el trayecto, diversos animales ofrecen distraer al malvado persecutor; avanzan y avanzan, demostrando valor, a pesar que sus delgadas piernas se van rindiendo; muy cansados ya, una zorra los oculta en su madriguera.
Al mismo tiempo, Wakon recorre velozmente los caminos, pregunta al cóndor, al jaguar, a la serpiente y a otros animales que va encontrando a su paso, pero ninguno le da una buena pista. Finalmente, se encuentra con la zorra, quien le dice que los niños vendrán si canta desde la montaña más alta, imitando la voz de Pachamama. Crédulo y poco sagaz, Wakon emprende una rauda carrera hacia la cumbre pero, faltando muy poco para llegar, pisa una piedra aflojada adrede por los animales y cae al abismo, ocasionando su muerte fortísimos temblores.
Los Wilkas se salvaron, pero han quedado en la orfandad, sólo tienen a la zorra que hace lo posible para que no mueran de hambre, alimentándolos incluso con su sangre; viven tristes, sin tener siquiera alguna esperanza de que su suerte cambie. Pero como nada terrenal es eterno, pronto el destino los llevaría por un rumbo jamás imaginado.
Cierto día en que salieron al campo a recoger papas, en uno de los surcos encontraron una oca grande en forma de muñeca y se pusieron a jugar con ella hasta que se partió en pedazos; desconsolados se quedaron dormidos. Su padre Pachacamac que los miraba desde el cielo sintió la más profunda pena y en ese instante decidió llevarlos junto a él.
Al despertarse, la niña contó a su hermanito que tuvo un sueño en el que tiraba su sombrero y ropas al aire y arriba se quedaban; ella estaba acalorada y él no supo qué decirle. Sentados al borde de la chacra, ambos se hallaban confundidos, contrariados, tratando de interpretar el sueño, cuando de repente vieron bajar del cielo dos cuerdas doradas; se miraron sorprendidos y, empujados más que nada por la curiosidad, decidieron treparse en ellas y subir para saber hacia dónde conducían. El ascenso fue sencillo, porque las cuerdas se recogían suavemente como si alguien las jalara; los Wilkas llegaron al cielo y no tardaron en experimentar la felicidad absoluta, al encontrar vivo a su amoroso padre Pachacamac, quien los premió dándoles un lugar de privilegio en su reino, quedando transformados en el Sol y la Luna. Así terminaba la época de oscuridad total en la tierra, dando paso al día y la noche”.
El mundo andino rinde tributo a la Pachamama con diversos rituales, pero manteniendo el más importante. La ceremonia en honor a esta celebridad telúrica al inicio de la siembra y cosecha, el primer día de Agosto. Se venera su condición de divinidad protectora y proveedora; la que da vida a los hombres, favorece la fecundidad y la fertilidad. A cambio de esta ayuda y protección, el campesino está obligado a ofrendar a la “Tierra” parte de lo que recibe, en todos los acontecimientos culturalmente significativos, configurándose así una suerte de reciprocidad. Sin embargo, esta deidad también castiga: la Pachamama tiene hambre frecuente y si no se la nutre con las ofrendas o si casualmente se la ofende, ella provoca enfermedades.