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Hay voces que no se apagan, aunque pase el tiempo. Hay nombres que no son solo nombres, sino puertas abiertas hacia lo que fuimos, lo que somos, lo que llevamos sin saberlo en el pulso de las manos.
De pequeño, solía escuchar en televisión o en la radio la voz donante de un señor de piel negra, grandote y de bigotes gigantes, que decía versos, que ya entonces me parecian hermosos. Luego conocí su nombre, Nicomedes Santa Cruz, y hoy desde Peruanísina, quiero rendirle homenaje, en el año del centenario de su nacimiento. Quiero invitarlos también, amables lectores, a dejarnos tocar por su verbo, por ese ritmo que late todavía en cada cajón, en cada festejo, en cada rincón del Perú profundo.
Porque don Nicomedes no escribió para los libros solamente. Escribió para el pueblo. Para el zambo, el negro, el cholo, el olvidado. Para ese Perú que muchas veces prefiere mirarse de costado, como si le doliera reconocerse entero.
El niño de La Victoria que se hizo voz
Nació el 4 de junio de 1925 en La Victoria, Lima. Un barrio de calles angostas y gente de trabajo, muy cerca del estadio de Matute hogar del club Alianza Lima.
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Alli, la poesía no llegaba en tomos empastados sino en coplas cantadas al paso, en décimas que se pasaban de boca en boca como pan caliente.
Fue el noveno de diez hermanos. Su padre, Nicomedes Santa Cruz Aparicio, había sido dramaturgo. Su madre, Victoria Gamarra Ramírez, cantaba décimas en socabón para arrullar a sus hijos.
Nicomedes creció oyendo. Y aprendiendo. Al terminar el colegio, se dedicó a la herrería familiar en el distrito de Breña. Martillaba fierro, soldaba metales, trabajaba con las manos.
Hasta 1956, cuando decidió dejarlo todo para recorrer el Perú, para convertirse en artista, para buscar en cada pueblo la voz que se estaba perdiendo.
Fue don Porfirio Vásquez, a quien conoció en 1946, quien lo orientó por el camino de la décima. Y Nicomedes aprendió. Como él mismo contaría después, con esa ironía suave que nunca perdió, en su poema «A cocachos aprendí» (también conocido como «La escuelita»), que muchos de nosotros aprendimos y declamamos en nuestras épocas escolares, cuando los «cocachos» aún dolian de verdad.
A cocachos aprendí
A cocachos aprendí
mi labor de colegial
en el Colegio Fiscal
del barrio donde nací.
Tener primaria completa
era raro en mi niñez
(nos sentábamos de a tres
en una sola carpeta).
Yo creo que la palmeta
la inventaron para mí,
de la vez que una rompí
me apodaron «mano 'e fierro»,
y por ser tan mataperro
a cocachos aprendí.
...
Así nomás era la cosa, pues. A golpes, a cocachos (y a correazos, puntapies y jalones de las mechas) en el barrio bravo donde no había tiempo para finuras pero sí para la dignidad. Y en ese mundo aprendió lo que ninguna universidad le hubiera enseñado: el valor de la palabra puesta al servicio del alma popular.
La décima: brújula de un pueblo sin mapa
Nicomedes no inventó la décima. Esa forma de diez versos octosílabos venía de España, de la pluma de Vicente Espinel. Pero lo que hizo Nicomedes fue mucho más que heredarla: la hizo peruana. La vistió de cajón, de festejo, de landó. La llenó de memoria negra, de dolor transformado en canto, de protesta envuelta en ingenio.
Sus décimas no eran ejercicios literarios. Eran dardos certeros, disparados con la puntería de quien sabe que las palabras pueden desarmar prejuicios, desenterrar silencios, devolver la historia a quienes se la robaron. Como cuando le cantó a la pelona, esa mujer que renegaba de sus raíces, en este poema de 1959.
Cómo has cambiado, pelona
Cómo has cambiado, pelona,
cisco de carbonería.
Te has vuelto una negra mona
con tanta huachafería.
Te cambiaste las chancletas
por zapatos taco aguja,
y tu cabeza de bruja
la amarraste con peinetas.
Por no engordar sigues dietas
y estás flaca y hocicona.
Imitando a tu patrona
has aprendido a fumar.
Hasta en el modo de andar
cómo has cambiado, pelona.
...
Ahí está el Nicomedes completo: poeta, cronista, filósofo de esquina. Mirando la realidad de frente, sin miedo, con ese humor que solo nace del que ha visto mucho y entiende más. Criticando el deseo de imitar lo ajeno, de blanquearse, de negar las propias raíces por una ilusión de ascenso social, un deseo que sigue vigente en algunas muchachas con identidad poco cultivada.
Un legado que no cabe en una vitrina
En 2023, seis obras de Nicomedes Santa Cruz fueron declaradas Patrimonio Cultural de la Nación: Décimas (1959), Cumanana: décimas de pié forzado y poemas (1964), Canto a mi Perú (1966), Antología: décimas y poemas (1971), Rimactampu: rimas al Rímac (1970) y La décima en el Perú (1982).
No son simples libros. Son documentos vivos, mapas de un territorio que la historia oficial prefirió borrar. Porque Nicomedes no solo rescató la décima: rescató una identidad.
Y no estuvo solo. A su lado, inquebrantable, luchaba su hermana Victoria Santa Cruz, compositora, coreógrafa, directora teatral, investigadora incansable. Ella, tres años mayor que él, nacida en 1922. En 1958 fundaron juntos el conjunto teatral Cumanana, una compañía de teatro y danzas negras del Perú que revivió el folclore afroperuano entre 1956 y 1961. Victoria, con su famoso poema «Me gritaron negra», le puso el cuerpo al mismo grito que Nicomedes ponía en verso. Dos almas gemelas que no se conformaron con quejarse del racismo, sino que decidieron romperlo a punta de talento, dignidad y arte.
Como dijo alguna vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano: «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.»
Nicomedes y Victoria no eran pequeños en estatura ni en espíritu, pero sí empezaron donde muchos no se atreven: desde abajo, desde el margen, desde el lugar donde nadie espera que nazca la belleza.
El viaje que no termina
A partir de 1956, Nicomedes recorrió el Perú recopilando cantos populares. Debutó en los escenarios el 11 de mayo de 1957, en el Teatro Municipal de Lima, con su espectáculo «Ritmos negros del Perú». Un mes después debutaba en la radio en Santiago de Chile. Al año siguiente llegó al Teatro Municipal de Buenos Aires. Después vendrían Brasil, Cuba, México, África, Japón, Colombia, Panamá.
El mundo entero quiso escuchar esa voz que venía de La Victoria.
En 1981 se trasladó a Madrid, donde trabajó como periodista en Radio Exterior de España. Allí publicó en 1982 su libro «La décima en el Perú», su investigación más importante. Allí vivió hasta su muerte, el 5 de febrero de 1992, víctima de un cáncer de pulmón.
Victoria lo sobrevivió 22 años. Murió el 30 de agosto de 2014, a los 91 años, dejando un legado inmenso como profesora universitaria en Estados Unidos, directora del Conjunto Nacional de Folclore del Instituto Nacional de Cultura, y sobre todo como maestra de generaciones que aprendieron a decir «negra» con orgullo.
¿Y ahora qué? ¿Solo recordar?
No, recordar no basta. Hay que leerlo. Hay que escucharlo. Hay que pasarle sus décimas a los chicos de hoy, que ya no saben lo que es un festejo. Hay que decirles que hubo un hombre que convirtió el dolor en ritmo, la exclusión en identidad, el silencio en grito poético.
Porque conocer a Nicomedes no es solo revivir su voz. Es reconocernos todos. Es aceptar que el Perú no es uno solo, sino muchos. Y que en esa diversidad, en ese mestizaje profundo, en esa negritud cantada y bailada, está nuestra verdadera riqueza.
Así que hoy, en su día, no le hagamos el homenaje tibio de las palabras huecas. Mejor démosle lo que él siempre nos dio: honestidad, pasión y memoria. Porque como él mismo nos enseñó, a cocachos o con cariño, pero siempre aprendiendo, siempre creciendo, siempre recordando de dónde venimos para saber hacia dónde vamos.
Dónde escuchar y leer a Nicomdes
Para seguir descubriendo su obra, te invitamos a visitar estos sitios (y seguro que hay otros más) que nos sirvieron de base para este artículo:
Sitio web de Nicomedes Santa Cruz
(https://www.nicomedessantacruz.com)
Creado por su hijo Pedro Nicomedes, este sitio preserva registros, información biográfica y los momentos más icónicos de su carrera.
Sitio web de la Familia Santa Cruz Gamarra
(https://www.familiasantacruzgamarra.org)
Aquí encontrarás una semblanza completa, cronología y material sobre Nicomedes, Victoria y toda la familia Santa Cruz.
YouTube
Busca «Nicomedes Santa Cruz» y encontrarás su voz, su rostro, sus décimas recitadas por él mismo. Videos que son documentos vivos de nuestra historia.
Nicomedes Santa Cruz vive. No en los bancos, ni en los billetes, ni en las placas conmemorativas. Vive en cada verso que se canta, en cada cajón que retumba, en cada peruano que se atreve a mirarse completo en el espejo.
Y eso, señores, eso no se olvida.
