ABANCAY, MI NUEVO DESTINO

por Enrique Pelach +
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Reinicio

El 25 de junio de 1968 el Papa Pablo VI me nombró Obispo de la diócesis de Abancay.

Algunos datos de la nueva diócesis Abancay es una diócesis situada en pleno corazón de los Andes. Está en el departamento peruano de Apurímac, que junto con los de Huancavelica y Ayacucho, conforma el denominado Trapecio Andino: la región más pobre del país, donde la mortalidad infantil alcanza un índice de 132 por cada mil nacidos. La población, predominantemente campesina y de lengua quechua, se encuentra diseminada en pequeños pueblos, muchos de ellos ubicados a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar y de muy difícil acceso, dada la grandiosa e intrincada orografía andina, en la que se suceden gigantescas montañas y quebradas abismales. La mayoría de las carreteras son de tierra, y en la época de lluvias suelen quedar interrumpidas por los famosos «huaycos» derrumbes de lodo que lo arrasan todo a su paso. A muchos pueblos sólo se puede llegar a pie o a caballo, aunque esta situación tiende un tanto a revertirse cada año.

La gente es profundamente religiosa, y ha sabido mantener la fe recibida de los primeros evangelizadores, a pesar de la escasez de sacerdotes. Todavía hoy las poblaciones más apartadas han tenido que esperar más de diez años para recibir la visita de un sacerdote.

Doce párrocos

La diócesis de Abancay fue creada en 1959, juntando parroquias desmembradas de las diócesis de Cuzco y Ayacucho. Abarcó en los primeros años todo el departamento de Apurímac. Abancay, ciudad habitada entonces por 12.000 personas y capital del departamento, se convertía así en sede episcopal. Se encargó de su administración al obispo de Cuzco, aunque pronto fue nombrado Obispo de Abancay el obispo auxiliar de la misma diócesis, Mons. Alcides Mendoza Castro.

Mons. Alcides, sin embargo, se trasladaría a vivir a Lima en 1964 por motivo de salud, y dos años después sería nombrado vicario general castrense y administrador apostólico de Abancay.

Siendo Mons. Alcides administrador apostólico de la diócesis fue cuando se dividió ésta. En abril de 1968 la Santa Sede separó de la diócesis de Abancay tres provincias altas – Grau, Antabamba y Cotabambas- creando la Prelatura de Chuquibambilla y encargando su atención pastoral a los Padres Agustinos de Italia. Mons. Lorenzo Michelli fue su primer prelado.

El pueblo de Abancay me recibió con alegría y esperanza, puesto que hacía dos años que no tenían obispo residencial y cuatro años que Mons. Alcides, a quien yo sucedía, residía en Lima.

La diócesis de Abancay contaba con poco clero: seis sacerdotes peruanos mayores y dos jóvenes, ocho extranjeros de habla inglesa de la Sociedad de Santiago Apóstol, con sede central en Boston, dos jesuitas y un franciscano. Había también 36 religiosas y cuatro hermanos de La Salle. La población de la diócesis ascendía a 300.000 habitantes, y su extensión a 12.950 km2.

Las parroquias que contaban con sacerdotes eran apenas doce. Las restantes, menores en número, se atendían desde las anteriores en visitas esporádicas del sacerdote y con el detenimiento que el tiempo disponible o su celo pastoral determinaban. Había pueblos que no eran visitados en muchos años. Cada parroquia comprendía varios distritos, circunscripción que en otros países equivale a ayuntamientos. Cada distrito constaba a su vez de muchos pueblos. La parroquia más extensa era Chalhuanca, capital de provincia, con doce distritos, aunque muy poco poblados. En la actualidad, sin embargo, hay ya varias parroquias de un solo distrito Chincheros, Chicmo, Talavera, Andahuaylas y Tamburco. E incluso en la ciudad de Abancay fueron creadas recientemente dos parroquias con menos de un distrito: Guadalupe y Condebamba.

El Mississippi y el Amazonas Para crear el departamento de Apurímac en 1874 fueron separadas cinco provincias del departamento de Cuzco y una, Andahuaylas, del departamento de Ayacucho. Se pensó denominarlo Entreríos, porque limita con el río Apurímac por el sur, este y norte, y con el río Pampas por el oeste, dejando en medio un territorio en forma de corazón. Pero, al darse cuenta que ya existía en Argentina un territorio con el mismo nombre, determinaron nombrarle Apurímac, como el río que lo rodea. Apurímac es una palabra quechua que significa «gran hablador», o bien «dios hablador».

Cuando yo estudiaba geografía en la escuela, los libros enseñaban que el río más largo sobre la tierra era el Mississippi, y el más caudaloso el Amazonas. Pero resulta que el río Amazonas, además de ser el más caudaloso, es también el más largo. Pues bien, el río Apurímac es su último afluente, e indica, por tanto, el lugar de su nacimiento. Es famoso también este río por lo que se conoce como el cañón del Apurímac, hendidura en forma de V pronunciada que va de los 2.000 m a los 5.330 por el lado del departamento de Apurímac, y a los 6.271 por el lado del departamento de Cuzco, dejando en su recorrido unos paisajes agrestes ciertamente bellos.

El sabio Antonio Raymondi describía al departamento de Apurímac como «un papel arrugado en donde el tiempo se detuvo hace siglos». No le faltaba razón, porque en él no hay nada plano, salvo algunas punas (altiplanicies andinas) en general inhóspitas. La cumbre más alta es el nevado Ampay de 5.330 m, y la quebrada más baja está a 1.700 m. En 1968, año de mi llegada a Apurímac, no había ni un kilómetro de carretera asfaltada. Los apurimeños sobrevivían gracias a una difícil agricultura y a una ganadería empobrecida por falta de atención técnica. El 90% de la gente era de etnia quechua y chanka. El 52,2% de los hombres y el 80% de las mujeres eran analfabetos. Había en total diez médicos, siete en el Hospital de Abancay y tres en el Hospital de Beneficencia de Andahuaylas.

Extraído de: Pélach Y Feliu, Enrique (2012) Abancay : Un obispo en los Andes peruanos, Madrid, Editorial RIALP

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