Abancay, capital del deporte al aire libre y templo del movimiento
Abancay, esa joya tibia de la sierra sur, suspendida entre valles apacibles y montañas milenarias, es mucho más que un destino: es una experiencia vital. No se camina por Abancay, se le respira. Se le recorre con todos los sentidos despiertos. Aquí, donde el sol parece haber firmado residencia permanente y las nubes se retiran con respeto al paso de las tardes, el viajero descubre que el movimiento no es solo un acto físico, sino una forma de habitar el mundo.
Naturaleza viva, infraestructura en crecimiento, una geografía variada que combina alturas, llanuras, ríos y quebradas, y, sobre todo, una población acogedora que se enorgullece de su tierra y la comparte con alegría. Todo confluye para que Abancay sea hoy, sin exagerar, la capital del deporte al aire libre en el Perú.
Y no lo decimos como un eslogan turístico más, sino como una constatación hecha paso a paso, rueda a rueda, remo a remo. Trekking, ciclismo, downhill, parapente, canotaje, cabalgatas, coches locos, motocross, rally automovilístico, caminatas familiares, carreras de aventura… Todo esto —y más— tiene lugar en esta tierra generosa que ofrece diversidad de paisajes y climas en un radio de apenas 50 kilómetros.
Caminar en Abancay: el cuerpo como brújula, el alma como mapa
Caminar en Abancay es abrazar la tierra. Es una forma de reencuentro, de meditación activa, de conversación íntima con la naturaleza.
El senderismo no es aquí un deporte ajeno, importado o artificial: es parte de la vida diaria.
Los senderos abundan y cada uno guarda una personalidad distinta.
Reserva Nacional de Ampay:
El pulmón verde de la ciudad. Con más de 3,600 hectáreas de bosque nublado, es un paraíso de biodiversidad donde conviven la intimpa —árbol sagrado y emblema del lugar— con bromelias, orquídeas, líquenes, helechos y aves de canto melodioso. El camino al bosque inicia a tan solo 30 minutos del centro y está claramente señalizado. Existen rutas cortas y largas, todas bien conservadas, con espacios para acampar y guías locales. El ascenso es exigente, pero recompensa con vistas alucinantes, espejos de agua en altura y la sensación mística de estar entrando en un templo natural.
Mirador de Taraccasa:
Ubicado a 8 km del centro de la ciudad, es un espacio ideal para caminatas familiares o entrenamientos deportivos. A casi 3,000 m s.n.m., ofrece vistas panorámicas de Abancay, instalaciones turísticas, puestos de comida típica, juegos infantiles y hasta un pequeño zoológico rural. El camino se puede hacer a pie, en bicicleta o en vehículo.
Puente Colonial de Pachachaca:
Uno de los íconos patrimoniales de Apurímac. Construido durante la colonia con piedra y cal, su arco principal es un testimonio de la ingeniería virreinal. Atraviesa el caudaloso río Pachachaca y comunica con caseríos y centros agricolas. La caminata desde Abancay dura unas 2 horas en descenso, pero se puede combinar con visitas a restaurantes y emporios agroindustriales donde la caña de azúcar es es el insumo principal. Hay, muchos miradores naturales.
Catarata de Umaturco:
Ubicada en el distrito de Circa, a una hora en movilidad desde Abancay, y a 40 minutos de caminata desde el caserío más cercano. Esta maravilla natural está formada por cuatro saltos de agua que caen entre rocas cubiertas de musgo, formando pozas cristalinas. Es ideal para quien busca aventura, contacto con lo natural y un momento de contemplación lejos del bullicio.
También están los caminos a los baños termales de Cconoc, el cañón de Santo Tomás, los molinos de Huanipaca o los túneles de Ccarcatera. No hay excusa: Abancay invita a andar, y andar es aquí un acto de amor propio.
Expedición a Choquequirao
Ahora, si quieres caminar más en serio —con los músculos en vela y el alma en trance—, hay un desafío que no es para novatos ni sedentarios: la expedición a Choquequirao. Esta travesía no es un paseo, es un rito iniciático. Se parte desde el distrito de Cachora, a solo dos horas de Abancay por carretera asfaltada. Desde allí, comienza una caminata de entre 4 y 5 días (ida y vuelta), atravesando un abismo verde que parece sacado de un sueño precolombino. El camino desciende abruptamente hacia el cañón del Apurímac, cruza el río por el puente de Playa Rosalina y asciende con dureza hacia Marampata, un pequeño poblado campesino donde se suele pernoctar. Desde ahí, un último tramo lleva al visitante hasta la ciudadela de Choquequirao, suspendida en las alturas como un enigma esculpido por el tiempo.
La ruta demanda preparación física, buen equipo (zapatos de trekking, bastones, agua, linterna frontal, protector solar) y resistencia mental. La altitud fluctúa entre los 1,500 y los 3,100 metros, y el clima puede cambiar de forma caprichosa: sol abrasador en el día, neblina espesa en la tarde, frío seco en la noche. Hay campamentos establecidos en Chiquisca, Santa Rosa y Marampata, con espacios para armar carpa, abastecerse de agua y —en algunos casos— comprar comida local.
La recompensa: un sitio arqueológico que rivaliza en misterio con Machu Picchu, pero sin la multitud. Desde sus andenes, templos y canales, se ve el mundo como lo vieron los inkas: vasto, sagrado, sublime.
Canotaje y deportes acuáticos: el río como aliado
Abancay no le teme al agua: la navega. Sus ríos, lejos de ser obstáculos, son escenarios de aventura. El Apurímac, uno de los más profundos del mundo, es el preferido para quienes buscan emociones fuertes. Y el Pachachaca, más corto y técnico, es ideal para principiantes avanzados.
Navegando por el Río Apurímac:
Se desciende en balsa desde el puente Cunyacc hasta Cconoc, en un tramo de aproximadamente 12 km que incluye rápidos de clase III y IV.
El paisaje es espectacular: cañones profundos, rocas gigantes, cóndores sobrevolando, y el eco ancestral de una geografía que aún guarda secretos. El trayecto completo toma unas 3 horas.
Navegando por el Río Pachachaca:
Se desciende desde Casinchihua hasta Ytucunga. Aunque más corto, es también más técnico, ideal para quienes ya tienen experiencia.
Las aguas son más frías y rápidas, el paisaje es agreste, con cuevas naturales, peñas y pequeñas playas escondidas.
El canotaje se practica durante casi todo el año, aunque los mejores meses van de junio a octubre, cuando el nivel del agua permite mayor control.
Motores, vértigo y pasión: el rugido de los Andes
Si algo tiene Abancay es variedad. No todo es a pie o con esfuerzo físico: también hay espacio para la velocidad y la mecánica.
Rally Ciudad de Abancay:
Se realiza cada año en noviembre y reúne a pilotos profesionales de todo el sur del país. Las rutas incluyen tramos por Marcahuasi, Asillo, Llañucancha y Taraccasa. El polvo, el calor y las multitudes hacen de este evento una fiesta popular.
Rally Apurímac:
Competencia más extensa, con recorrido entre provincias. Abancay es siempre punto de partida. Las fechas varían, pero la emoción es constante.
Motocross y cuatrimotos:
El Cerro Quisapata cuenta con un sendero que se acondiciona para este deporte.
Una o dos veces al año, se oyen rugidos, saltos y aplausos en reñidas competencias, pero constantemente, jóvenes de toda la región acuden a entrenar o simplemente a disfrutar del espectáculo.
Coches Locos:
Una de las tradiciones más queridas. Cada noviembre, jóvenes de colegios, barrios y diversos colectivos fabrican vehículos artesanales sin motor y compiten en descenso libre por la ladera de Abancay.
Entre gritos, risas y empujones, se deslizan los vehículos con alegorías diversas y pilotos disfrazados.
Este evento mezcla creatividad, vértigo y humor sano.
Ciclismo y downhill: ruedas que dibujan rutas imposibles
En Abancay, las bicicletas forman parte del paisaje urbano y rural, y los circuitos son tan variados como intensos. No faltan senderos suaves para principiantes ni pistas técnicas para deportistas extremos.
En la periferia, las rutas hacia Mariño, Illanya, Aymas, Sañayca, El Verde y Casinchihua ofrecen variedad de terrenos: asfalto, trocha, arena, piedra. Cada ruta permite combinar deporte con turismo rural.
Competencias y eventos:
Durante la Semana Turística de Abancay (fines de octubre), se realizan dos grandes eventos:
- La Copa Macroregional de Downhill, en el circuito del cerro Quisapata. Una ruta vertiginosa, llena de curvas cerradas, saltos, polvo y público entusiasta.
- El Campeonato Cross-Country, más largo y estratégico, con tramos exigentes y múltiples altitudes.
Ambos eventos atraen a ciclistas de Cusco, Ayacucho, Arequipa, Lima e incluso del extranjero.
Piscinas paradisiacas
Para quienes buscan un descanso reparador tras tanto trajín o simplemente desean disfrutar del sol abanquino en modo contemplativo, Abancay ofrece numerosas piscinas y centros de recreación abiertos todo el año. Algunas de ellas cuentan con aguas de manantial, frescas y cristalinas, que reconfortan cuerpo y espíritu. Entre las más apreciadas se encuentra la Piscina «Cristal», atendida con calidez por don Armando «Chama» Díaz, quien no solo cuida el lugar con esmero, sino que deleita al visitante con conversaciones llenas de anécdotas, historia local y ese singular humor que solo da la tierra.
También está la piscina «El Edén», cuyo nombre no es exageración: rodeada de verdor y silencio, parece un pedazo de paraíso arrebatado al Génesis. Y aún hay más, diseminadas en la campiña ya está en la misma ciudad, para todos los gustos y presupuestos.
Parapente
Y si el viajero desea ver el mundo desde una perspectiva celestial, hay una opción tan audaz como inolvidable: el parapente. Volar sobre Abancay es dejar que el viento dicte la ruta y que el alma se expanda.
Los cerros de Quisapata ofrecen condiciones ideales para el despegue, y los cielos de Cachora y Curahuasi han sido testigos de vuelos memorables, ejecutados por expertos y aficionados que llegan de distintas partes del mundo. La vista desde allí no se olvida jamás: valles esmeralda, ríos serpenteantes y montañas que se abren como un antiguo códice andino.
Abancay no solo se visita: se habita en movimiento. Aquí, la naturaleza no se contempla desde un balcón, se recorre con el cuerpo entero. Es un lugar donde el ejercicio físico se convierte en conexión espiritual, donde el turismo deja de ser pasivo para volverse acción, respiración y memoria.
Ya sea que vengas con botas de montaña, con bicicleta, con remo, con dron, con cuatrimoto o con sandalias, Abancay tiene un espacio para ti.
Porque aquí, entre el cielo y la tierra, hay algo más que caminos: hay historias por descubrir, y una energía vital que te invita a moverte… y a volver.