ADIOS EDWARD SELEME

En muchas oportunidades, cuando yo aún estudiaba en La Salle del Cusco, tuve la oportunidad de viajar con Edward Seleme, a quien sus amigos llamábamos «Turco» o «Huaya».

Los viajes que compartimos se convirtieron en un collar de recuerdos preciosos. Las risas y las bromas acortaban las distancias, transformando cada trayecto en una aventura.

Edward era un muchacho jovial y con metas muy claras, con su sonrisa franca y sus ojos chispeantes de inteligencia, irradiaba una alegría contagiosa. Su mente brillante y su corazón trabajador lo impulsaban como el viento a las nubes, siempre hacia adelante, siempre hacia arriba.

Siempre fue el número uno en su clase, tanto en el colegio Miguel Grau como en la Universidad Nacional de Ingeniería donde estudió Ingeniería Electrónica y en la Universidad Mayor de San Marcos donde hizo una especialidad en Informática.

En el Cusco, estaba dedicado a sus negocios mientras preparaba su titulación, Edward era ya entonces un empresario exitoso.

En el hogar acogedor de mi tía Margarita, Edward se volvió parte de nuestra familia, compartiendo no solo la mesa sino también sueños y anhelos. Alli vivíamos mi primo Guido Alfaro su gran amigo, y yo,

Su padre, don Mitre Seleme, lo había dejado bien acomodado, pero Edward ya había hecho crecer mucho su patrimonio, aunque era un tema que nunca mencionaba.

En ese entonces, fue pionero de los juegos electrónicos que todos conocíamos como Pinball. Tenía salones en Abancay y en el Cusco.

Sin embargo, su interés principal estaba en una casona que estaba remodelando para convertirla en hotel. Posteriormente, la vendió con grandes ganancias.

Algun tiempo después, lo encontré en Lima, donde vivía en la «Embajada de Abancay», como se conocía a la casa pensión de la Sra. Encarnación Infantas, donde todos los abanquinos queríamos vivir y solo unos cuantos privilegiados lo conseguían.

Edward aún estaba soltero y salíamos con chicas algunos fines de semana en su Hillman celeste. y siempre se encargaba de dividir las cuentas con la precisión de un relojero y la equidad de un antiguo caballero.

Después de eso, le perdí el rastro por muchos años.

La vida lo llevó a Chile, donde su talento floreció como un jardín en primavera. Allí, en las alturas de Las Condes, formó su hogar con Rocío Gamarra Samanez, bella flor de nuestra tierra. Sus tres hijas llegaron como estrellas a iluminar su cielo.

En Santiago se alió con gigantes como Microsoft y Amazon y como un alquimista moderno, Edward transformaba todo lo que tocaba. Manejaba también una empresa donde brindaba soporte informático a las empresas financieras más grandes de Chile.

Su residencia de Las Condes, un lujoso barrio residencial de Santiago, fue una posada afectuosa donde solía acoger a sus amigos.

El tiempo, ese ladrón silencioso, nos separó por años. Pero el destino, en su sabiduría, volvió a entrelazar nuestros caminos. Una tarde hace algunos años, lo volví a ver en el Cusco, donde, junto con Gustavo Infantas, elucubraban grandes ideas de negocios y planes para apoyar a nuestra tierra.

Edward nunca olvidó sus raíces. Como un árbol frondoso que extiende sus ramas para dar sombra, su corazón se expandió para abrazar a su tierra natal. Sus donaciones fueron semillas de esperanza plantadas en el suelo de su amado Abancay, germinando en forma de 100 computadoras que entregó a Cáritas para su distribución entre los necesitados y apoyando a una clínica que debía estar al servicio de los más vulnerables. También apoyaba de manera constante y silenciosa al «Orfelinato de Abancay» y al «Asilo de Ancianos Madre Celina del Niño Jesús»

Como el río Mariño que fluye suavemente en su viaje desde las montañas hasta desembocar en el rio Pachachaca, la vida de Edward se deslizó por senderos de éxito y generosidad, no sin tropiezos y sacrificios, logró conquistar los objetivos soñados.

Edward tenía un gran corazón, eso es indudable. A pesar de haberse convertido en un hombre de mundo, haber viajado por todo el orbe y estar en su día a día rodeado de la élite chilena, nunca se olvidó de los suyos, de su tierra y de sus raíces, contribuyendo generosamente a su desarrollo.

Ahora que has partido, querido amigo, tu recuerdo permanece como una suave melodía en nuestros corazones. Tu generosidad, tu afecto y tu espíritu incansable son el legado que dejas a quienes tuvimos la fortuna de conocerte.

Que la luz que irradiaste en vida ilumine tu camino en la eternidad, y que el consuelo abrace a quienes te lloran, en particular a tu madre, a tu esposa y tus hijas y a doña María del Pilar Seleme.

En cada amanecer entre el Ampay y el Quisapata, en cada sonrisa de los niños que se beneficiaron de tu bondad, tu espíritu vive.

Descansa en paz, Edward Seleme Chávez, hijo predilecto de Abancay, ciudadano del mundo y, sobre todo, amigo inolvidable.

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