“Todo tiempo pasado fue mejor”, frase célebre que nos enseña a recordar y añorar todo lo que ya no se puede gozar, vivir, disfrutar. La nostalgia que nos envuelve cuando miramos nuestro ayer en un espejo de retrospectiva, será siempre o casi siempre, mejor que el hoy y mejor que el devenir. ¿Es tan cierto esto?
Miro atrás, siempre hurgando en mi infancia lambramina, para rememorar hechos y personajes que, ligados familiar o vecinalmente, están ahí cual pinturas o gráficos, que no se borran; y, al contrario, se afianzan en ese trasuntar que llamamos memoria.
Recordar a mamá y papá, o a alguien cercano que ha partido, es siempre doloroso, porque nos gana la añoranza de sus recuerdos y nos lastima el “por qué no están para que sigan arrullándonos, para que sigan guiando nuestro norte. Para que conozcan y amen a sus nietos”. El dolor es humano y la sensibilidad nos enseña que del dolor se pueden lograr sellos de luz, esperanza y felicidad.
“Recordar es volver a vivir”, y “Lo que permanece en el recuerdo, nunca muere”, proverbios o frases universales que hacemos nuestros en el día a día, y nos sorprendemos cuando en ese tránsito encontramos un dato, un hecho, una pista, una persona, un amigo, un familiar, que nos permite ampliar el horizonte de nuestras “conocencias”.
En mis escritos siempre menciono al entorno íntimo de mis padres en sus actividades rutinarias en Tomacucho, en las chacras, negocios, viajes, fiestas, comilonas. Personas que forman parte de lo selectivo de mi memoria, pues han estado muy cerca de casa, en muchas actividades y jornadas que han marcado mi “lambraminidad” y, evocándolos refuerzo mi calor, mi identidad, y mi amor por mi tierra, y ¿quién no con lo suyo?.
Hace pocos días, estando en Lambrama, conocí a Alejandrina Sánchez Gamarra, lambramina que vive en Lima y que estuvo de paseo en la tierra de sus ancestros. Sorpresa mayor, saber que es hija de Alberta Gamarra Pereira, la tía Alberta, a quien recuerdo como alguien muy cercana a mi añorada madre, Dora Pereira. De hecho eran primas y amigas muy cercanas.
Alberta, con su hermana Saturnina, eran asiduas y de extrema confianza de la residencia de Tomacucho. Expertas en los quehaceres domésticos, en preparar suculentos platillos para los chacrakuskas, para beneficiar, aderezar y preparar cuyes rellenos a kankachus en los cumpleaños. Sus chicharrones enamoraban a todo el pueblo, de sabores y aromas.
Mi recuerdo llega un poco más allá de los quehaceres domésticos, pues tranquilamente pudieron haber constituido un gran duo de voces nativas, esas voces que los conocedores llaman de “coloratura”, pues tenían una entonación privilegiada para las huancas, jarawis y, sobre todo, los carnavales autóctonos que en Lambrama es fiesta comunal. “Huaranhuay qello huaranhuay, pipakrak qelloyashanki”.
La tesitura y timbre de sus voces eran inigualables. Junto a las tinyas y quenas, que siempre aparecen como por arte de magia, estas bellas hermanas de Chimpacalle, eran atracción en reuniones familiares, santuyoc, minkas, aynis, hasta en celebraciones sacrosantas para cantar ayatakis.
¿Cómo y de dónde aprendieron a mantener una pauta natural de canciones y coplas populares, que hasta la actualidad se escuchan en otras voces, también privilegiadas? “Akuchi purirakamusun, mamaiki puñushañan kama…”
Con sus compañeros de vida, Tiburcio Sánchez y Alberta; y Nativido Kari y Saturnina, formaban parte de ese espacio natural que comulgaba con la música nativa, con la artesanía, y telares, de cinchos, ponchos y frazadas y llicllas pallay. Tiburcio era puntal, con su tambor y bombo, en los tradicionales y ya desaparecidos Piteros.
Alberta tuvo ocho hijos y Saturnina cinco. Seguramente algunos de ellos llevan en sus médulas la gota musical de sus madres, las hermanas-tías que hoy evoco con nostalgia. “Candadito aceromanta llavechayoc, pirak mairak quichallasunki manarak ñoqa quichallasaktiy…”