AMORES PELUDOS

por Carlos Antonio Casas
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Reinicio

El Amor Verdadero (o Cómo Sobrevivir a una Perrita Celosa y una Gata Diva)

El amor, dicen, es una fuerza poderosa. Pero cuando tienes una perrita posesiva y una gata con más ego que Trump, el amor se convierte en una especie de comedia absurda.

En mi vida hay dos expertas en hacerme entender el amor: Valentina, mi perrita, y Nala, mi gata. Valentina tiene unos ojos negros tan expresivos que derriten el corazón más frío, pero detrás de esa ternura acecha una tóxica digna de una telenovela. Nala, la diva felina de la casa, con porte altivo y autoestima más alta que el Ampay, cree ser la reina del mundo. Su mirada atenta y traviesa, podría significar que te ama profundamente… o que está planeando cómo robarte ese bocado.

Si Nala me mira amorosa mientras Valentina está cerca, a prepararse para el espectácuo de ladridos dramáticos, carreras y saltos. Es como tener dos novias celosas, pero con más pelo, peligrosos colmillos, uñas puntiagudas y menos diálogo.

Las tardes dominicales son el clímax de esta tragicomedia. Ambas deciden que mi cama es su santuario personal, temporalmente hacen las paces y yo termino siendo el relleno de un sándwich de pelos y posesividad. Mientras vemos películas, Valentina me vigila como un detective privado: con sus esporádicos gemidos parece decir: «¿Seguro que quieres seguir acariciando a esa bola de pelos?» . Y Nala, desde su trono improvisado sobre mi almohada, ronronea con la suficiencia de quien sabe que es la favorita.

 

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Es curioso cómo el amor, incluso en su forma más pura, puede teñirse de posesividad y egocentrismo. Valentina encarna el amor incondicional con una advertencia implícita: «Te amo, pero si me traicionas con esa gata, habrá consecuencias». Nala, por su parte, encarna el amor propio necesario para amar a otros, aunque su versión incluya tratarme como su plebeyo personal.

Sus personalidades contrastantes me enseñan diariamente sobre el amor verdadero. Valentina, con su entrega total, me muestra que el amor no conoce límites, aunque esos límites incluyan marcar territorio frente a una gata que ni siquiera le hace caso. Y Nala, con su independencia, me recuerda que el amor auténtico no requiere la anulación del ser, aunque tampoco estaría mal que alguien le recordara que no es la reina de Inglaterra.

Como señalaba Fromm, el amor es un arte que requiere conocimiento, esfuerzo y sentido del humor. En mi caso, eso incluye ladridos celosos, miradas fulminantes y algún que otro arañazo accidental cuando Nala decide que ya tuviste suficiente tiempo de calidad con ella.

Al final, el amor verdadero no es una abstracción filosófica, sino una experiencia vivida. Y en mi caso, esas experiencias incluyen una perra que me ama como si fuera el último hueso del mundo y una gata que me tolera como si fuera un felino lento y pesado, útil pero prescindible.

Así que, Valentina y Nala me han enseñado que el amor verdadero es aceptar a los demás tal como son, incluso cuando una te considera su propiedad exclusiva y la otra te trata como su sirviente personal.

A final de cuentas, ¿no es eso lo que todos buscamos? Un poco de amor, aunque conlleve algo de caos y se necesite mucho sentido del humor.

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