AMORES PROHIBIDOS

por Herberth Castro Infantas
183 vistas 40 min.
A+A-
Reinicio

Matías conversaba con sus amigos en una esquina de la plaza. En ese momento vio pasar a una señora acompañada de su hija y lo que más le sorprendió fue que sus amigos las saludaran con un respeto casi cortesano, como si se tratase de la reina madre y la princesa, heredera del trono.

– ¿Y de dónde salió este angelito? Preguntó.

–Ni la mires porque está en el internado del colegio de monjas.

Con semejante advertencia, lo único que lograron fue despertar su curiosidad y por eso cuando la muchacha y su madre retronaban por el mismo lugar, la miró con más detenimiento y hasta se atrevió a guiñarle el ojo. Daba la impresión que la jovencita ni cuenta se dio, pero al ver que un intenso rubor se pintó en sus mejillas, Matías sonrió.

Al notar que Matías se había quedado con la mirada perdida, uno de sus amigos le égó una palmada en el hombro para sacarlo del letargo y lo retó a jugar a las chapas en la pérgola de la plaza

A veces, los lances duraban hasta la hora en que se escuchaba en los parlantes del cine Municipal el tema de la zarzuela “La Leyenda del Beso”, anunciando que eran las 8 y 30 PM y estaba por empezar la función.

Una noche en que se proyectaba la película “Caballero a la medida”, con el genial Mario Moreno “Cantinflas”, publicitada en grandes carteles pintados por el artista Gabino Vega, Matías se citó con sus amigos para no perderse tan esperado estreno. Como llegaron temprano a la plaza decidieron ir a jugar al quiosco Y, apenas escucharon los primeros compases de “La Leyenda del Beso”, salieron volando.

Al llegar al teatro las luces de la sala ya estaban apagadas y, a tientas, empezaron a buscar butacas desocupadas, cuando de pronto desde atrás se escuchó…

– ¡Oigan mocosos tomen asiento! ¿Se creen de vidrio o qué?

– ¡Cabezones dejen ver la película!

Avergonzados, dos se sentaron en los primeros asientos disponibles que encontraron mientras que Matías siguió caminando hasta que halló un asiento al lado de una jovencita a quien no pudo identificar por la oscuridad.

Le picaba la curiosidad por saber quién era y de tanto girar la cabeza, estuvo a punto de sufrir tortícolis. En el intermedio, se encendieron las luces y ¡Oh sorpresa! la chica que estaba a su lado era la misma a quien días antes la había guiñado el ojo en la plaza de Armas.

Durante toda la función, Matías trató de hablarle o por lo menos rozar sus manos con las de ella pero, o la cinta fue muy corta o Matías sufrió una parálisis aguda, porque durante toda la película no pasó del intento. Y en menos de lo que canta un gallo, en la pantalla apareció la palabra “Fin”.

Es fácil imaginar las burlas de sus amigos al final de la función.

-Eres un menso. Si la tenías tan cerca ¿por qué no le dijiste por lo menos que te gusta? Le increpó uno de ellos.

-No sé qué me pasó. Reconozco que me chupé.

–Si te gusta y quieres comunicarte con ella debe ser a través de una amiga – Le sugirió Pepe.

En ese tiempo, casi todas las chicas estaban en el internado, unas por esnobismo y otras porque sus padres querían que sigan el camino de la santidad porque, según decían, era la única forma de tenerlas alejadas de los pecados capitales y, además, era el único lugar donde sus hijas podían aprender desde tender sus camas hasta agarrar correctamente los cubiertos, de acuerdo a las reglas de buena conducta de Carreño, plasmadas en un librito parecido al actual “Dedo Meñique”, de Frida Holler. Y lo que más les encantaba a los papás era que les hacían rezar mañana, tarde y noche para evitar las tentaciones del diablo y, de esa manera, lleguen puras y castas al matrimonio.

Entre las pocas estudiantes que no estaban internas estaban María Esther y Celina, por eso cuando un día se cruzaron en su camino, entre broma y broma Matías les pidió que le dieran sus saludos a la muchacha de los ojos verdes porque estaba seguro que, a este mensaje, le iban a agregar algún otro condimento más. Y no se equivocó porque, tal como lo planeó, además de darle sus saludos le dijeron que Matías estaba enamorado de ella. Y eso no fue todo, también le dijeron que el viernes, es decir el día de su salida del internado, la esperaría en la esquina del colegio para verla por lo menos de lejos.

Con semejante cuento, no solo lograron inquietar el corazón de la muchacha, sino que también se empeñaron en jugar con Matías diciéndome que, a raíz de sus saludos, ella estaba loca por conocerlo y que le encantaría verlo el viernes a la salida del colegio.

Y como un ratoncito inexperto que es atrapado por ver solo el queso y no la trampa, Matías cayó en el engaño y, el día viernes, se fue a parar en la esquina del plantel de monjas, acompañado de sus amigos.

Y sucedió tal como estaba planeado. En el preciso momento en que los tres amigos conversaban animadamente, se apareció el auto del papá de la muchacha. Allí estaba ella, más linda que nunca, sentada en el asiento posterior. Matías se sintió feliz al ver que ella, también lo buscaba con la mirada. Sin embargo, cuando se cruzaron sus miradas se quedó paralizado, sin poder esbozar la sonrisa que tanto había ensayado frente al espejo. Igualmente la chica de los ojos verdes, presa de los nervios, atinó a mirarlo solo por unos segundos, los suficientes para que cupido lograra disparar sus flechas.

Desde aquel día Matías empezó a ver burbujas en el cielo. Al principio pensó que se trataba solo de una obsesión pasajera, como ya le había ocurrido otras veces pero, según iban pasando los días, las fibras de su corazón empezaron a hacer corto circuito. Y lo que más le mortificaba era la dificultad para conquistarla por las barreras que se interponían entre ellos, la cerrada vigilancia de sus padres y las extremas reglas de disciplina del colegio. Pero como él no era de aquellos que se quedan mirando pasar las aguas bajo el puente, escogió la misión imposible de conquistarla, cueste lo que le cueste, aunque para ello tenga que verse obligado a nadar contra la corriente, como lo hacen los salmones.

–Olvídate de ella. No insistas, es como pedirle peras al olmo – Le aconsejaban sus amigos.

–No me importa.

– ¿Y, cómo harás para declararle tu amor? – Preguntó uno de ellos.

–Solo hay una alternativa para que lo sepa: Escribirle una carta o darle una serenata – le contestó.

Además de la serenata, Matías decidió escribirle una carta que la hizo y rehízo una y mil veces.

Ya tenía la carta, ahora había que organizar la serenata, sin descuidar ningún detalle. Pepe se comprometió convencer a Raúl, el hijo de un funcionario de la caja de Depósitos y Consignaciones, para que se integre al grupo. Raúl dijo que aceptaba con la condición que se le consigan una guitarra porque en su casa solo tenía piano y con ese instrumento no podía salir a dar serenatas.

–Mi padre tuvo razón de comprarme un piano y no una guitarra para evitar que “los siete suelas de mis amigos” me tienten a dar serenatas – Aclaró por si acaso.

– ¿Siete suelas nosotros? Ja, ja, ja, si tu padre supiera que tú eres la octava suela del zapato…

Para conseguir la segunda guitarra, Matías tuvo que convencer a un tío.

–Por favor, es para darle una sorpresa a mi mamá.

–Por lo que recuerdo, tu madre cumple años en mayo y ya estamos en octubre.

–Lo que pasa es que…

–Te comprendo, a tu edad yo también pasé por esos apuros. Está bien, te la presto con la condición que la cuides como a la niña de tus ojos.

Matías había pensado en todos los detalles menos en el examen de lenguaje que debía rendir al día siguiente. Por esa razón, sospechando que tramaba algo, su madre le advirtió que ni se le ocurra salir esa noche porque tenía que estudiar.

–Pero mamá, el curso de lenguaje me lo sé casi de memoria. Ya revisé el libro de forro a forro.

Ni así logró convencerla. Pero, como en octubre siempre hay milagros, coincidentemente, una de sus tías había invitado a su madre a cenar en su casa luego de una novena en honor del Señor de los Milagros.

–Mamita, por mí no te preocupes. Me quedaré estudiando.

–Está bien hijito, si es así, me iré tranquila.

Y claro, apenas ella se fue Matías salió a la carrera, con la complicidad de la empleada que sabía de todas sus cuitas. Pepe y Raúl ya lo esperaban y empezó la serenata.

“Despierta dulce amor de mi vida

Despierta, si aún te encuentras dormida.

Escucha mi voz, cantar bajo tu ventana

En esta canción te vengo a entregar el alma…”

Se oyó la voz de Matías y en internado las chicas se despertaban, unas a otras, y se asomaban con sigilo a las ventanas.

Entretanto, en la casa de Raúl…

– María ¿Y dónde está tu hijo? – Preguntó una de las damas, mientras jugaban a las cartas.

–está estudiando en su cuarto. Veo las luces encendidas.

–Qué niño tan bueno y dedicado a sus estudios. Qué suerte de tener un hijo tan responsable porque, ahora, ¡Dios mío!, la juventud está con toda la onda de salir en las noches y sabe dios a qué hacer.

Lo que no sabía aquella señora era que Raulito, a sus años, ya era todo “un pata’e cabra”, aumentado y corregido. Claro, en su casa parecía un niño bueno, incapaz de matar una mosca, un candidato a la canonización, pero en las noches, cuando estaba con sus amigos,era un futuro inquilino del averno.

–Pobrecito. A veces sale a la biblioteca municipal y se queda estudiando hasta la madrugada.

Claro, Raúl salía hasta la madrugada, pero no a la biblioteca porque a esa hora ya estaba cerrada, sino a darse verdaderas farras en las cantinas de Huanupata, El Olivo y alrededores, donde no solamente tocaba la guitarra, sino el cajón y hasta las puertas de las vecinas.

Al día siguiente, el chisme de la serenata corrió como reguero de pólvora entre las chicas del colegio. De lo que ellas no estaban seguras, ni las monjas, era de la identidad de los tunos. La comidilla llegó hasta los oídos de Sor Divina, una joven religiosa que recién asumía el cargo de directora de Estudios, Disciplina y Arte. No obstante de su juventud, tenía un carácter fuerte y al mismo tiempo gozaba de gran simpatía entre las alumnas por las actividades artísticas que organizaba. Le encantaba el teatro y la música. Tocaba guitarra y acordeón y, además, dirigía el coro del colegio.

Para descubrir a los pájaros nocturnos que se habían atrevido a cantar al pie del internado, lo primero que hizo fue contactar con las madres de familia porque eran parte de la red de informantes del colegio. Y no se equivocó, a las pocas horas, una de las madres de familia señaló a Matías como el organizador de la serenata.

–Me han asegurado que fue él, madrecita. Su voz fue identificada por una de mis sobrinas que estudia en Quinto.

– ¿Y si está equivocada? No se imagina el daño que le causaríamos. A propósito ¿Le dijo para quién fue la serenata?

–No, Sor Divina, pero debió ser para una de las internas que anda coqueteando con él. ¡Imagínese! para que le dé una serenata es que algo hay entre ellos.

–Bueno, Gracias por el dato. Le pido que guarde el secreto por el prestigio del colegio.

El reloj de la torre de iglesia marcaba las 10.30 de la mañana, de aquel día miércoles, ¡tenía que ser miércoles!- Pensó Matías, mientras iba camino al colegio de monjas por orden del director de su colegio, para recoger una solicitud dirigida a sus abuelos para que les facilite la piscina y así las alumnas de educación física puedan hacer sus prácticas de natación.

Matías sospechaba que el motivo era otro y apenas llegó le hicieron pasar a la dirección. Al verla a Sor Divina, se dio cuenta que su figura hacía honor a su nombre porque realmente era muy bonita.

La monja lo miró de pies a cabeza como tratando de averiguar si era el mismo jovencito de quien le habían pintado maravillas, el atrevido que enamoraba a sus pupilas. No había duda que estaba bien enterada de su su vida. Y como, además, sabía que provenía de una familia muy católica recurrió a una estrategia,aprendida en sus lecturas sobre la Santa Inquisición.

–Quiero que te arrodilles delante de este crucifijo y jures que dirás la verdad y solo la verdad.

Matías se sorprendió porque no estaba preparado para eso.

– ¿Dime para quien fue la serenata? Por gusto no le vas a dar una serenata a una muchacha. Seguramente fue porque ha coqueteado contigo. Dime quién es ella y te perdonaré

La monja lo tenía entre la espada y la pared. Pero Matías era consciente que si revelaba el nombre de la inocente muchacha, la condenaría a un inminente sacrificio en la hoguera. Al darse cuenta de la astucia de la religiosa, pensó en alguna treta que le haga desviar su atención. Pero ella no le daba tiempo para nada…

–¿Para quién fue la serenata?

Matías prefirió seguir mudo antes de darle una respuesta. Tan fácilmente no podía perder la calma, Y recordando el juego de ajedrez, para evitar el jaque mate, no le quedó otra cosa que hacer un enroque, y mirándola a los ojos, le dijo:

–Madre, la serenata no fue para ninguna interna.

–Entonces ¿Para quién? Insistió.

Para parecer un niño que acababa de romper el cristal de la abuela, le respondió con voz entrecortada…

–La serenata fue usted.

– ¡¡¿Qué?!!

–Sí, solo queríamos darle la bienvenida. Estoy arrepentido, le pido mil disculpas.

El rostro imperturbable de la religiosa enrojeció hasta alcanzar el color del fuego y no sabía si reaccionar dándome una bofetada por sacrílego o perdonarlo por su arrepentimiento.

Matías, seguía arrodillado y con la cabeza gacha, mientras que la monja no salía de su asombro. Y en su corazón puro como la nieve del Ampay, sin mayores pecados que una gula o algún mal pensamiento, se le enredaban los sentimientos.

– ¡Eres el hijo de Satanás!– le gritó – Hoy me he convencido que todo lo que dicen de ti es verdad. Levanta el sobre del escritorio para que le entregues a tu abuelo y vete por favor…vete!

Al verla fuera de sus casillas, Matías estuvo a punto de confesarle la verdad porque sabía que había provocado la más grande confusión de fe, pero era la mejor salida para evitar la injusta expulsión de la muchacha de los ojos verdes.

Después de aquel incidente Matías no supo nada de la monja ni de la alumna que había logrado inquietar su corazón. Hasta que un día se enteró que Pepe había sido invitado para acompañar con su guitarra a un grupo de alumnas del salón donde la muchacha de los ojos verdes estudiaba para una actuación pro fondos del plantel. Las monjas tenían un buen concepto de Pepe, no solo porque era exalumno del colegio sino por ser un muchacho formalito que hasta ayudaba en las misas.

A sugerencia de las alumnas, las monjas también solicitaron la colaboración de Raúl porque era otro que tenía fama de buen chico, ya que nunca dejaba de comulgar los domingos. Lo que no sabían era que solo lo hacía por dar gusto a sus padres y sacarles la propina del domingo.

–Sor Divina, le agradezco por haber pensado en mi hijo pero, lamentablemente, él no sabe tocar guitarra, solo el piano – Se disculpó la mamá de Raúl.

–Ja ja ja Por favor señora, en el colegio estamos enteradas de todo, su hijito toca la guitarra mejor que nadie. Dígale por favor que se ponga a disposición de la profesora Martha – Le pidió.

Al escucharla, la madre de Raúl casi se cae de espaldas porque recién se enteraba que su hijito también tocaba la guitarra.

El día del ensayo, Pepe y Raúl, no podían salir de su asombro al ver que la muchacha de quien estaba enamorado Matías era parte del elenco artístico. Por eso, apenas salieron del ensayo, lo buscaron para darme la noticia.

–Matías, tú no sabes la primicia…Adivina.

– ¿Salvé el curso de Religión?

– Frío, frío.

– ¡Por fin te aceptó Lucy!

–Frío, frío.

–Ya me cansé, déjense de tanto misterio.

–Bueno, por si acaso agárrate del poste para que no te caigas. ¡La chica que te tiene loco integra el grupo de baile que se presentará en el festival artístico!

A pesar de los esfuerzos de Matías por mostrarse indiferente, se quedó más frío que un chupete de cincuenta centavos. Y, ya más sereno. se le vino una idea…

–Raúl, ¿Te consideras realmente mi amigo. ¿Sí o no? – Le preguntó a boca de jarro.

–Si claro, soy tu amigo.

–Yo también te considero mi pata del alma, por eso quiero pedirte un favor, que el próximo sábado te quedes en tu casa porque te rompiste un dedo de la mano y yo te reemplazaré en los ensayos.

–Pero si tú no sabes tocar guitarra.

–Para que está Pepe. Él me enseñará por lo menos para salir del apuro. Total, para practicar tengo toda una semana.

El día sábado Pepe y Matías llegaron puntuales a la casa de la profesora Martha. Al ver a Matías, la profesora y las muchachas se sorprendieron porque jamás le habían visto tocar la guitarra. Lo que sí sabían era que le gustaba cantar, porque en Abancay los únicos que no cantan son los mudos y los muertos.

Pero, al enterarse que Raúl se había fracturado un dedo y luego de escuchar a Matías acompañando a Pepe, quedaron satisfechas.

Matías estaba intranquilo porque hasta ese momento aún no se había hecho presente la muchacha de los ojos verdes. Hubo un rato que hasta pensó que la suerte le estaba jugando una mala pasada.

–Tanto ensayo para nada – Se reprochó en silencio.

Y, para colmo, la chica de sus sueños llegó en el momento menos indicado, justo cuando entre bromas y risas ensayaba los pasos de un bolero con una de las chicas que, por los movimientos libidinosos que hacían, parecía un tango sensual y pecaminoso.

Al verlo lo lo hizo con desdén y la imagen que de él tenía se le cayó por los suelos. Por esa razón su saludo fue frío.

Matías no sabía qué hacer. Sin embargo, durante el ensayo no dejaba de mirarla con ternura como pidiéndole perdón por esa zancadilla que le había puesto el diablo, pero sus miradas se estrellaban con la frialdad del rostro de la muchacha de los ojos verdes

Al terminar el ensayo todas se despidieron. El tañido de la campana mayor de la iglesia indicaba que era la hora del ángelus cuando ella retornaba a su casa. Matías apuró el paso para alcanzarla y darle una explicación. Ya frente a ella le pidió disculpas y mirándola fijamente en los ojos le dijo que la amaba. Ella se sorprendió seguramente porque nunca se le había declarado nadie. Ella lo miró en silencio tratando de averiguar si lo que escuchó era verdad…

–Te quiero – insistió Matías.

Siguió en silencio como si la voz se le hubiera apagado. Y Matías al sentir que sobraban las palabras acercó sus labios a los de ella.

Parecía un sueño del cual ambos temían despertar. Y en ese momento se apareció una de esas señoronas que jamás se pierden el rezo del rosario en la Iglesia y, ocultando su rostro detrás de su velo, blasfemó diciendo…

–Qué barbaridad, estos chicos todavía no saben ni limpiarse bien las narices y ya están con enamorada.

Su voz sonó como un trueno al hacer la tarde. La joven pareja no entendía cómo una dama tan piadosa que rato antes había estado en la iglesia golpeándose el pecho y repitiendo “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”, los estaba acusando de pecadores, si lo único que hacían era arrullarse como dos tórtolos.

Por el susto y la vergüenza, la muchacha se desprendió de los brazos de Matías y apuró el paso para desaparecer al final de la calle. Él se quedó con el pensamiento navegando entre el desconcierto y la ira. Y mientras iba camino a su casa recién esbozó una sonrisa pensando que, sin duda, seguía con el santo de espaldas.

La noche del estreno, el local estaba repleto, no cabía ni un alfiler Las monjas, se frotaban las manos por el éxito de la taquilla. Saludaban a todo el mundo. Detrás del telón los participantes iban de un lado a otro sin poder contener los nervios del debut. A Matías solo le interesaba una cosa, estar junto a la muchacha de los ojos verdes. Pero como Sor Divina no le quitaba los ojos de encima, vigilándolo como la gata al ratón, tuvo que pensar en una treta para mantenerla distraída.

Al notar la presencia de sus amigos que los domingos hacían de acólitos, acompañando al Párroco, los llamó para pedirles su ayuda. Luego de escucharlo atentamente, uno de ellos se acercó a la monja y le dijo:

–Sor Divina, en la sala ya se encuentra el Párroco y me encarga decirle que desea hablar con usted.

El otro amigo, a su vez, se dirigió al lugar donde se encontraba el párroco y le dijo…

–Padre, la directora se acercará para pedirle que dirija unas palabras antes que empiece la función y, si lo desea, también imparta sus bendiciones a los participantes.

El cura asintió moviendo su cabeza.

Apenas se acercó la madre, el párroco se deshizo en elogios por la organización del espectáculo.

–Oh, Sor Divina, me parece una excelente idea agradecer al público y al mismo tiempo impartirles una bendición a los participantes para que tengan una buena actuación.

La monja no sabía qué responder. Se puso pálida como una cera y solo atinó a decir:

–Gracias Reverendo, gracias. Si es así, ya debemos subir al escenario porque estamos sobre la hora.

Matías sabía que al párroco le gustaba hablar hasta por los codos, y apenas subió al escenario junto con la monja, corrió en busca de la muchacha de los ojos verdes. Ambos, con la complicidad de sus amigas, salieron al patio.

Se abrazaron con ternura y besaron con pasión, Matías volvió a decirle que la amaba y le preguntó si ella sentía lo mismo que él. En respuesta, ella le entregó un sobre pidiéndome que lo abra después de la función y se despidió con beso en la mejilla.

Y claro, la función tenía que continuar.

Al final, abundaron los aplausos y hasta el párroco se paró de su asiento para unirse a los vítores. Y mientras las chicas se iban a los vestuarios, Sor Divina, acompañada de dos monjas, se acercó al lugar donde estaban Pepe y Matías. Lo primero que hizo la directora fue colmarle de elogios a Pepe por su colaboración, ignorándolo a él como si no hubiera participado. Pero antes de retirarse, la monja lo miró fijamente y le dijo que quería hablar con él en su oficina, Matías, Imaginó lo peor. Sintió que el cielo se le caía pensando que la monja se había enterado de su encuentro con su alumna.

Ya en la oficina, Sor Divina, con la seguridad de estar en sus dominios, a donde nadie podía ingresar sin su consentimiento y luego se puso frente a Matías.

–Estuviste genial. Quiero agradecerte por tu colaboración – Y lo abrazó.

Por algunos segundos Matías quedó paralizado. Y, luego, no le quedó otra cosa que corresponder aquella especial muestra de agradecimiento apretando sus temblorosos brazos sobre su delicado y perfumado cuerpo.

Instintivamente los labios de la monja buscaron los de Matías y él, todavía tembloroso, recorrió con su manos el angelical cuerpo de Sor Divina, hasta que ambos rodaron sobre la mullida alfombra.

Al final, como sacudiéndose de la tentación del diablo, le pidió a Matías que se arrodillara y le hizo prometer delante del crucifijo, que lo que había pasado entre ellos no debía salir de su oficina.

En ese momento, se escuchó que alguien tocó la puerta con insistencia. A Matías casi le da un infarto, en cambio ella ni se inmutó, como si supiera que quienes llamaban eran las otras monjas para avisarle que el párroco ya se iba y deseaba despedirse.

–Tienes que salir por la puerta de atrás – Le pidió.

Matías no podía creer lo que le había ocurrido. Lo primero que hizo al irse a su casa fue leer la carta que la muchacha de los ojos verdes le la había entregado en su última cita. Y, a medida que sus ojos iban repasando cada línea, cada palabra, cada letra, los latidos de su corazón se aceleraban porque, luego de pedirle perdón por el sufrimiento que seguramente le iba a causar, le decía que esa relación no podía continuar porque temía que sus padres y las monjas del colegio se enteraran.

Esta decisión le cayó a Matías como un baldazo de agua helada, más que eso, como el diluvio universal. Y salió en busca de sus amigos porque sabía que una pena que se comparte, duele menos.

-¡Mama mía!, Matías qué cara que traes.

–Fue una pequeña caída – Les contestó.

– ¿Pequeña? Parece que no se te hubiera abierto el paracaídas.

– Lo que pasa es que ella ya no quiere seguir conmigo…

– ¡No puede ser! Exclamaron. Tú, que siempre nos recomiendas que jamás nos demos por vencidos, es hora de que pongas en práctica tus consejos.

– ¡Tienen razón! Si el mensaje vino por carta, la respuesta debe ser por el mismo medio-Les respondió haciéndose el valiente aunque por dentro estaba que se moría.

–No sabemos de qué diablos hablas, pero espero que sigas en la lucha.

Y por si acaso la misiva se pudiera extraviar, decidió utilizar los seudónimos que él y la chica de los ojos verdes habían convenido.

Ahora el problema era con quién enviarle la carta. Hasta que uno de sus amigos le contó que la empleada que antes trabajaba en su casa, ahora estaba en la de la chica de los ojos verdes. Pero cuando le pidió a la empleada que sea la portadora de la misiva, se negó por temor a que la descubrieran.

Por momentos le daba ganas de tirarlo todo por la borda. En cambio, a ella, las penas la estaban torturando y la única que se dio cuenta fue su empleada quien, al verla muy triste, le contó de las intenciones que tenía Matías de hacerle llegar una carta. Pero ella ni siquiera le respondió para no complicar más las cosas. Fue entonces que la empleada tomó la decisión de buscar a Matías.

Lo ubicó en la plaza y le hizo una seña para que la siguiera hasta la iglesia.

– ¿Todavía tienes la carta? – Le preguntó.

Matías buscó en sus bolsillos y se la entregó.

Desde aquel día, las cartas iban y venían como golondrinas en el verano. Pero, como las parejas no se nutren solo de cartas y poesía, sintieron la necesidad de estar juntos.

En ese tiempo, era común ver en las madrugadas a jóvenes estudiando en las calles y plazas porque nadie quería estar encerrado en las cuatro paredes de sus casas, sobre todo en los meses de estío, por el sofocante calor. Pero el problema no solo era el calor sino el pésimo servicio eléctrico, por lo que los estudiantes recurrían a los mecheros a ron y querosén. Algunas familias tenían lámparas de la famosa marca Coleman y los hogares con menos recursos se iluminaban con lámparas Petromax o velas.

La mayoría prefería volcarse a las calles y parques para estudiar bajo un poste de alumbrado público.

–Mamá ¿Puedo salir con mis amigos para no quedarme dormido como una marmota en la cama? Preguntó Matías.

–Pensé que te sentías más cómodo en tu dormitorio porque siempre comentas que te gusta estudiar escuchando radio.

– Bueno, pero ¿Sabías que discutiendo se aprende mejor? Como yo no tengo con quien hacerlo, estoy en desventaja.

–Bueno hijito. Si es para estudiar, en buena hora.

Claro que esto no era más que un pretexto para salir. Laly también tenía la costumbre de estudiar en las madrugadas pero en su casa. Como ya no estaba interna, lo hacía en la sala de su casa, escuchando radio en un ambiente cómodo con grandes ventanales que daban a la calle hasta donde llegaba Matías para darle un beso a través de las rejas.

– ¿Qué tal si nos vemos en los jardines? Le propuso Matías.

– Pero, ¿cómo?

–Trataré de entrar por atrás.

–Tengo miedo que mis papás nos descubran.

Con la ayuda de sus amigos, Matías no tuvo dificultad para escalar la pared. Y para bajar al otro lado se deslizó por la rama de un pacay donde la esperaba Laly con un libro y tijeras de podar en sus manos. Allí Juntos, se olvidaron de todo, hasta del tiempo.

En ese momento el cuidante abrió la puerta que daba a los jardines para que salgan los perros. Y apenas sintieron la presencia de Matías empezaron a ladrar, pero al reconocerla a Laly se tranquilizaron. Sin embargo, cada vez que lo miraban a Matías le mostraban los dientes y volvían a ladrar. En ese momento se escuchó una voz…

– ¿Quién anda por ahí?

– ¡Dios mío mi papá! Tienes que irte.

El caballero, se apareció en pijamas, con una gorra de lana en la testa y una Winchester en las manos. Matías, que había sufrido para bajar, no tenía ni idea cómo haría para trepar aquella maldita pared. Si era descubierto seguramente que al día siguiente lo estaban enterrando y si corría, los perros los dejarían sin pantalonesl.

No le quedó otra cosa que subirse al árbol por donde había bajado y balanceándose de una las ramas se lanzó al otro lado del cerco, cayendo aparatosamente.

Con el ruido, los perros nuevamente comenzaron su concierto de ladridos, como queriendo demostrar su perruna lealtad a su amo.

– ¿Quién anda por ahí? ¡¡Salga o disparo!! Gritó resueltamente el dueño de casa.

–Papá, soy yo.

–Hijita ¿Qué haces aquí?

–Vine a estudiar y de paso a cortar algunas hojas para el herbario que nos han pedido en el colegio.

Su madre, que también se había despertado con el ruido, se aproximó diciendo…

–Me dieron un susto tremendo. Escuché como que alguien se caía. Pensé que era tu papá. Pero hijita, si ya tienes tu herbario completo ¿Para qué necesitas más plantas?

–Por si acaso me hagan alguna observación. Las demás hojas son para mis amigas porque en sus casas no tienen ni un geranio.

Entretanto, Matías se fue a su casa visiblemente magullado. Su madre, al ver sus fachas y heridas casi se desmaya, y de inmediato lo llevó al hospital.

–No creo que solo fue una caída de la bicicleta. Ni yendo a la guerra te hubieras hecho tantas heridas – Le reprochó su madre. Tampoco el médico se tragó el cuento, por eso en tono burlón opinó…

–Umm, Esto sí que es muy raro señora. Para que su hijito se fracture los huesos con una caída de la bicicleta tiene que estar descalcificado.¿Qué será cuando llegue a viejo? Que tome sus antibióticos y, además, hay que darle vitamina C. Ah, y que vuelva a los ocho días para su control.

– ¡Qué vergüenza hijo! El médico piensa que estás descalcificado. Y yo no pude darme cuenta. Mis amigas creerán que no te alimento bien. A partir de hoy olvídate de la bicicleta, del fútbol y sobre todo de salir en las noches. ¿Me oyes?

– Si mamá.

Pero si el médico se hubiera enterado que Matías cayó de una altura de más de cuatro metros y rodó por un barranco, seguramente que en lugar de recetarle calcio y vitaminas, le hubiera felicitado por su buen estado físico.

A las pocas horas, su accidente se había convertido en la comidilla del día. Y la única que no sabía nada era Laly. A ella sí que la felicitaron por haber ocupado el primer puesto en la presentación de herbarios. En cambio Matías no tenía ni una hoja disecada para su herbario que también le habían pedido para salvar el curso de Ciencias Naturales.

No obstante, tenía deseos de verla a la chica de quien estaba enamorado y así le hizo saber en una carta y ella le contestó diciéndome que lo vería el sábado a las tres en las Oficinas de Correos.

–Mamá, ¿Puedo ir al correo? Le preguntó a su madre.

–Qué coincidencia hijita, yo también pensaba ir por allá porque tengo que enviarle un telegrama a tu tía María por su cumpleaños. Espérame un ratito para ir juntas.

–Pero mamá…

– ¿No me dirás que no quieres que te acompañe.

Matías llegó al correo con quince minutos de anticipación. Y mientras la esperaba, simulaba escribir un telegrama. Se entretenía observando los afanes del público por simplificar sus textos para no sobrepasarse de las diez palabras y no pagar sobreprecio.

–Disculpe joven. ¿Cómo se escribe locomotora? ¿Junto o separado? – le preguntó una anciana.

–Se escribe junto, señora. Separado sería una loca con motor. Para evitar que le cobren doble mejor cambie esa palabra por tren.

Hasta que por fin se apareció Laly acompañada de su madre. Para evitar que la señora se diera cuenta de su presencia, siguió fingiendo escribir. Y apenas se distrajo con una amiga, Laly caminó hacia él con el pretexto de colocar estampillas a sus postales. Disimuladamente tomó su brazo fracturado de Matías y lo acarició, luego dibujó un corazón con una flecha atravesada en el yeso, y escribió: Te amo. Luego volteó para ver si su madre la vigilaba y al constatar que seguía distraída, le dio un apasionado beso.

–Y ahora, ¿Cómo harás tu herbario?

–Trataré de hacerlo con una sola mano.

A los pocos días cuando Matías fue como siempre a buscar a la empleada para entregarle una nueva carta…

– ¡Dios mío! la señora. ¡Vete por favor! Le pidió.

Era la madre de Laly, que entraba al templo para verificar si su empleada realmente iba a rezar o era solo un pretexto para justificar sus demoras. Con la carta aún en sus bolsillos, Matías buscó una puerta para desaparecer. La más cercana era la que daba a la sacristía. Y cuando se hallaba en el interior sintió pasos y, pensando que era la señora y la empleada que los seguóan, no le quedó otra cosa que ocultarse en el ropero donde los sacerdotes guardan la indumentaria que usan para celebrar las misas. No eran ellas sino el sacristán.

Allí, entre los atuendos de los sacerdotes, permaneció por unos minutos. De pronto sintió que se cerraban los portones del templo. Era inconfundible el chirrido de las bisagras, el traqueteo de las aldabas y el ruido de los candados de hierro macizo. Respiró de alivio pensando que todos los feligreses ya se habían ido.

– ¿Cerraste todo?– Preguntó el párroco al sacristán.–sí, Reverendo. Todo está asegurado.

–Entonces, ya puedes irte hijo. No olvides que mañana tenemos misa de seis.

Al escuchar que el párroco y el sacristán se despedían Matías respiró hondo pensando que, ahora sí, su suplicio estaba llegando a su fin. Pero no fue así, por una rendija que había entre las puertas del ropero, observó que el párroco seguía en la sacristía. Frente a un espejo se acicalaba rociándose el rostro con una loción de aroma tan fuerte que se expandió por toda la habitación, entrando incluso al interior del guardarropa. Luego de darse unas cuantas palmaditas en los cachetes se miró una vez más en el espejo. En ese momento se escuchó tres golpes suaves en la puerta posterior de la sacristía, la que daba a la calle. Matías, por temor a ser descubierto, juntó las puertas de su escondite.

–Hola, pasa por favor – Se escuchó decir al párroco.

–Disculpa la demora. Cerca estaban unas personas conversando y tuve que hacer tiempo para que no me vieran ingresar. Se escuchó la voz de una dama.

Después de un prolongado silencio, donde no se oía ni el vuelo de una mosca, Matías escuchó chasquidos de besos y abrazos y el ruido de ropas y zapatos que se tiraban por los suelos, seguido del jadeo de dos cuerpos entregados al placer. Y, finalmente, un silencio sepulcrall, hasta que la mujer se despidió…

Matías, entre asustado y sorprendido, seguía en su escondite y, para su mala suerte, sorpresivamente se abrieron las puertas del ropero y se encontró cara a cara con el sacerdote. Este, como si hubiera visto al mismo diablo, se quedó pálido como una cera.

– ¿Qué diablos haces aquí?

–Nada padre, nada.

La iglesia ya estaba cerrada y a oscuras. Los cirios de los candelabros a medio derretir estaban apagados, y los pocos focos que estaban encendidos parecían agonizar por la escasa luz que irradiaban. El sacerdote, ya más sereno, se dio tiempo de encender dos velas ubicadas a ambos lados del altar.

– ¡Arrodíllate! – le ordenó a Matías. – ¿Juras no contar a nadie lo que viste?

–Le juro padre, no vi nada porque estuve encerrado – Le respondió. Tenía razón porque una cosa era ver y otra escuchar

Y, aunque el cura no se convenció del todo, añadió

– Muy bien, te creo, sin embargo te pido que esto no lo comentes con nadie.

Ya en su casa, Matías, se puso a pensar en todas las contradicciones de la iglesia en una época en que todo era pecado, hasta los malos pensamientos. ¿Y cuáles eran esos malos pensamientos? Pensar en el sexo. Los jóvenes no podían hablar de ese tema porque era tabú. No se permitía siquiera ver las revistas que contenían fotografías de mujeres en traje de baño porque era pecado y había que confesarlo. Las normas eran tan cerradas que los pecados se clasificaban en veniales y mortales. En la segunda categoría estaba el uso del condón, por eso su venta estaba prohibida.

Se prohibió hasta los bailes considerados como escandalosos, entre ellos el mambo. Por eso cuando llegó Dámaso Pérez Prado, el popular “cara e’ foca”, fue calificado como enemigo público de la iglesia. Otro de los bailes prohibidos era el tango. Lo mismo ocurrió con el Rock and roll. En cambio los escándalos protagonizados por los curas eran encerrados bajo siete llaves.

Matías no andaba bien en el curso de Religión, tampoco en Biología porque con el brazo fracturado no había podido hacer el herbario que le habían pedido como tarea.

Apenas Laly se enteró de su problema, le hizo llegar una caja con hojas disecadas. Gracias a su ayuda su trabajo quedó muy bien.

–Te felicito, tu herbario es el mejor. Ya ves, quien se propone lo logra. Quedará para la exposición del día del Colegio.

De esa manera, los mejores trabajos fueron expuestos en un salón, por donde desfilaban alumnos, padres de familia y algunas profesoras de otros planteles, entre ellas Sor Divina, quien llegó acompañada de la profesora de Ciencias Naturales.

–Madre, ¿se dio cuenta? este herbario es muy parecido al que ganó el primer puesto en el concurso de nuestro Colegio.

–Por supuesto que ya me di cuenta. Y tiene hasta las mismas especies.

Un día Matías se encontró con dos compañeras de Laly y les pidió que le hagan el favor de entregar una carta. Una de ellas le recibió y la guardó en su bolso sin darse cuenta que la puso en el cuaderno de otra compañera que un día antes le había prestado para nivelarse.

Y apenas llegó al plantel…

–Anita ¿Me trajiste el cuaderno que te presté?

–Si claro, aquí lo tengo. Justamente te buscaba para devolvértelo. Gracias.

Cuando la alumna retornó a su casa, su mamá, que tenía la costumbre de revisarle el maletín, halló la carta y la leyó, quedando sorprendida…

–Hija ¿Qué hace esta carta aquí?

–No tengo ni idea mamá. Te lo juro, no sé de dónde apareció.

–Mañana mismo iré al colegio para hablar con la directora. Que averigüe quién te ha hecho esta broma pesada.

Al ver la misiva, Sor Divina se quedó atónita, pero no hizo ningún comentario. Leyó y releyó la carta tratando de averiguar a quién estaba dirigida y sin pérdida de tiempo hizo llamar con la auxiliar a las dos únicas estudiantes que tenían el nombre de Laly, pero ninguna de ellas le pareció sospechosa.

Una vez más volvió a repasar la carta y …

¡Dios mío! No puede ser. ¡Es Matías! y Claro, Laly es solo un seudónimo.

Por la rabia, la monja se fue al despacho de la Superiora, para pedirle que de inmediato, convoque a una reunión del consejo educativo.

–Este es un caso muy delicado – Advirtió la superiora

–Peor precedente sería que no hagamos cumplir el reglamento. Opinó Sor Divina.

–No es tan fácil tomar una decisión como esa, porque solo tenemos una carta dirigida a un seudónimo. Esto mejor lo tratamos en la próxima reunión, así tendremos tiempo para identificar a la alumna. Además pediremos la opinión del Párroco porque es el consejero espiritual de la congregación – Decidió la superiora.

Para corroborar sus sospechas, sor Divina decidió llamar a su oficina a la muchacha de los ojos verdes.

– ¿Tu seudónimo es Laly? ¿Reconoces esta carta? ¿Es para ti? – Le preguntó a boca de jarro.

-No madre.

–Responde, ¿Quién es Matías?

La alumna no sabía qué constar y se mantuvo en silencio.

– ¿Cómo lo conociste? ¿Se han besado? ¿Te ha tocado alguna vez? ¿Lo quieres? Tú sabes lo estricto que es el reglamento, seguramente que pedirán tu expulsión del Colegio si se comprueba que tú eres Laly.

La monja, convencida que no le iba a poder sacar ni una sola palabra, sino lágrimas y más lágrimas, le pidió que se retirara.

Y apenas llegó a su domicilio, se encerró en su dormitorio y no salió manifstando que no se sentía bien y que le dolía la cabeza..

–Señora, a lo mejor la niña quiere un mate.

–Ojalá que tú la convenzas porque yo, ya me cansé de pedirle que coma algo, no sé qué es lo que le pasa.

La única que sospechaba que ese dolor no era de cabeza sino de amor, fue la empleada- Claro, sabía que en Laly se cumplía eso de… “no comía, no dormía y el amor la consumía”. Seguramente por eso insistió que le diga la verdad para ayudarla. Fue cuando recién la muchacha de los ojos verdes, que de tanto llorar los tenía rojos, le contó que la directora sospechaba que tenía enamorado y que estaba a punto de ser expulsada del colegio.

–Que ni se enteren mis padres, ¡Qué vergüenza!

–Cálmese señorita. Le aseguro que esto se solucionará.

Matías, sin saber nada, seguía esperando la respuesta a su última carta. Hasta que una noche observó que la empleada ingresaba al templo. La siguió y como siempre se arrodilló a su lado. Ella, aprovechando que los feligreses rezaban el santo rosario, le puso al tanto del rosario de problemas que atormentaba a Laly.

Al principio, no sabía qué diablos hacer, hasta que se acordó del párroco y fue a buscarlo.

-Buenas tardes Padre-¿Puedo pasar?

–Ah, eres tú. Espero que esta vez no vengas a ocultarte en el ropero, sino a confesarte – Bromeó.

–Solo vengo a pedirle un consejo. Y le contó el problema…

Al día siguiente, en la sala de reuniones del colegio de monjas, ya se hallaban las integrantes del consejo

Abrió la sesión y de frente fue al tema.

-Señora presidenta de la comunidad de padres de familia, ¿Qué opina sobre el problema que nos convoca?

–Madre, pienso que no tenemos otra alternativa que hacer cumplir el reglamento. Aquí hay una clara muestra de indisciplina.

–Yo creo que primero debemos escuchar el informe de Sor Divina. Ya debe saber a quién pertenece el seudónimo. Ella es quien mejor conoce a sus alumnas…

En ese momento ingresó el Párroco, quien en calidad de consejero espiritual de la comunidad religiosa tenía facultades para estar presente en la reunión y participar con voz y voto. Al momento de saludar a las asistentes se acercó a Sor Divina y le dijo casi al oído:

–Matías le envía saludos.

La monja cambió de color y lo miró desconcertada. ¿Se habrá enterado de algo? Se preguntó.

Apenas el sacerdote se sentó, continuó la sesión. Como no había consenso, porque ni siquiera se conocía con seguridad el nombre de la alumna, el Párroco miró fijamente a Sor Divina.

La religiosa, presa de los nervios, se enredaba en sus propias lucubraciones. Pensó que el sacerdote estaba enterado no solamente de sus pecados veniales que se los contaba en el confesionario, sino de algo más.

Por supuesto que estaba totalmente equivocada, porque Matías jamás le había revelado al sacerdote ni un solo detalle de aquel secreto. Lo único que le dijo fue que todo dependía del informe de Sor Divina y que confiaba en ella.

Sor Divina, respiró hondo y miró al cielo como pidiendo una iluminación divina para no equivocarse, y dio su opinión…

–Me parece que esto es un absurdo. No podemos castigar a una alumna a quien ni siquiera hemos identificado. Mientras no tengamos una prueba esto debe terminar.

El párroco movió la cabeza en señal de aprobación y al ver el gesto del sacerdote, la superiora hizo lo mismo. Las demás la siguieron.

–Para evitar habladurías que pudieran dañar el prestigio del plantel, está demás recomendarles que esto no deben salir de esta sala.

Sor Divina, seguía preocupada pensando que Matías le había revelado al cura el secreto que había prometido guardar bajo siete llaves. Por eso, cuando asistió junto con la profesora de ciencias naturales a la exposición de herbarios del colegio de varones, al ver el mío exclamó…

– ¡De esta sí que no se salva! – Estoy segura que este herbario es el mismo que se presentó en nuestro plantel. Esto es un engaño – Gritó con sed de venganza. Y para corroborar sus sospechas, obligó a todas las alumnas que habían logrado los diez primeros puestos devolverlos al plantel porque se había decidido hacer una exposición de los mejores trabajos. Y cuando lo revisó el de Laly, recién se dio cuenta de la belleza del trabajo.

–Aquí hay gato encerrado. Vayamos nuevamente al Colegio de varones. Si no está allí es porque es el mismo.

Pero, grande fue su sorpresa, el herbario de Matías seguía en su sitio. En ese momento se apareció el director del colegio de varones

–Reverenda Madre, ¿Y a qué se debe nuevamente su digna presencia? Veo que se ha quedado admirando este herbario. Si le gusta le puedo pedir a su autor que se lo regale cuando termine la exposición.

–No es para tanto profesor Pinares, hemos vuelto porque a partir de mañana nosotras también haremos una exposición en nuestro plantel. Usted sabe, no es pecado imitar las cosas buenas.

Finalmente Matías y la muchacha de los ojos verdes les pidieron a sus padres salir de la ciudad para seguir estudios en la Capital.

Un día antes de su viaje, Matías fue a despedirse de Sor Divina. Y antes que él salga de su oficina, la religiosa le dijo: “Que sean felices”. Pero jamás se sabrá si fueron buenos o malos deseos porque aquella relación terminó, como casi siempre terminan los amores de estudiante.

También le puede interesar

error: ¡Lo sentimos, este contenido está protegido!

Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia. Suponemos que está de acuerdo, pero puede darse de baja si lo desea. Aceptar Seguir leyendo