AQUÍ VIVE USTED

por S. Doroteo Borda López
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Reinicio

Alguien me envió un dibujo del astro rey, el Sol, del tamaño de la palma de una mano. Junto a él, los nueve planetas, según sus tamaños. La tierra es apenas visible, como un granito de arena. El dibujo está adorando por una flecha que apunta a ese puntito con una leyenda: “Aquí vive usted”.

En efecto, cuando estudias un poquito de astronomía, descubres dónde se halla nuestro sistema solar, a un costadito de la Vía Láctea. Y dentro de ese puntito es donde vivimos; ahí trajinamos, enfrascados en mil actividades: amores, odios, nacimientos, sufrimientos, muerte…

Los pocos años que vivimos en este mundo, dan cierta perspectiva para pensar en la existencia, que es nada y peor que nada, si sabemos que este mundo universo haya podido existir hace 15,000,000,000 (quince mil millones de años).

Cuando miras tus problemas con “ojos universales”, todo esto es muy relativo. ¿No es verdad que, entonces, poseemos otras aspectos para descubrir que eso que nos agobia no era tan importante o complicado como en su momento? Queramos o no, las heridas han cicatrizado y las soluciones han venido —o tal vez nunca llegaron— cuando tenían que venir.

Google Earth es un aplicativo en el que me gusta ver apasionadamente los lugares del mundo. De vez en cuando, cojo el mouse y le doy unos cliks, haciendo girar el mundo a gran velocidad: cabizbajo, de costado, a favor y en contra de las agujas del reloj. La virtualidad te permite hacer esos juegos cósmicos.

También es bonito adentrarse en la luna y más allá, hasta los astros y al vacío infinito, hacia lo desconocido. Y te preguntas: ¿Qué es este mundo universo? ¿Termina en algún lugar? ¿Hay algo más allá? ¿El universo es cerrado o abierto?

Y he ahí la maravilla: La tierra es un minúsculo polvo, insignificante. Nada, comparada con esa inmensidad.

Hace unos días, un bichito muy chiquito se paseaba por mi mesa, lo eché fuera; pero al rato volvió a distraerme, y me deshice de él estrujándolo con el dedo índice. Sólo quedó una pequeña manchita sobre mi escritorio. Así de minúsculos vivimos en este planeta azul, trajinando nuestro yo, cargados de grandezas y de miserias…

Lo bonito del caso es que cada ser humano ve, siente y conoce, tomando conciencia de lo que es, precisamente cuando entra en contacto con el mundo que le rodea. Podríamos decir que cada ser humano es el centro del universo —y no lo digo por una tonta soberbia—, en el sentido de que toma conciencia de lo que es: “el mundo existe, yo me hallo existiendo en medio de él; no soy el mundo, pero conociéndolo lo tengo en mí” …, o algo así, ¿no?

Los seres humanos nos captamos como centros unitarios de experiencias y vivencias; como seres pensantes y temporales; no vivimos nuestra existencia de una sola vez, sino que la desarrollamos paulatinamente en la sucesión de los minutos, horas, días y años.

Esta es la razón por la que la vida racional temporal —subjetiva-objetiva— se llama historia, pues somos seres que tienen historia, memoria del pasado.

No solo eso, sino que todo ello está adornado por nuestra cultura personal: el saber, que no es otra cosa que lo que queda en nuestra memoria racional después de haber olvidado (lo sabido). La memoria es nuestro archivo, un pozo de objetos o ideas. En efecto, lo que hemos conocido, amado, gozado, sufrido… y toda experiencia permanece en nuestro ser subjetivo. Por ejemplo, ahora mismo puedes tú recordar las primeras vivencias de cuando fuiste al jardín o a la escuela y cómo lloraste cuando tu madre se alejaba del patio de la escuela, dejándote junto al profesor.

¿Qué te queda de tu pasado? casas, terrenos, dinero, títulos…; pero ¿qué o quién eres tú? Sí, tú tienes todo eso; pero no eres eso que tienes; pero eres lo que has vivido, conocido, amado y gozado. Cuando te mueras, sólo te llevarás la verdad, el bien y la belleza que adornaron tu espíritu. Tu cadáver —si tienes suerte— será sepultado y volverá a la tierra.

Mejor volvamos al tema astronómico. En la inmensidad inconmensurable del universo existen millones de galaxias, cuya separación entre ellas y entre los astros, son millones y millones de años luz, tanto en distancias espaciales como temporales… Y naturalmente, considerando todo eso, te descubres nada, insignificante…

¿La vida humana y cuanto existe tienen sentido? Cuando te mueras, tus hijos, tu familia, los amigos, te llorarán, te harán misas y rezos en tus aniversarios de fallecimiento, pero te irán olvidando poco a poco; después de otra generación, nadie te recordará.

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