Dos amigas se encontraban tomando café, comentando:
– Mi mamá me llama mucho para pedirme que vaya a hablar con ella. ¿Es un poco cargosa! Yo voy poco y en ocasiones siento que me molesta su forma de ser, ya sabes como son los viejos: cuentan las mismas cosas una y otra vez… y sus ideas anticuadas. Además, no tengo tiempo, nunca me faltan compromisos; que el trabajo, que mi novio, que los amigos…
– Yo en cambio —le dijo su compañera— hablo mucho con mamá. Cada vez que estoy triste, voy con ella; ¡cuando me siento sola!, ¡cuando tengo un problema y necesito fortaleza!, acudo a mamá y siempre, me siento mejor.
– Caramba; se apenó la otra. Eres una santurrona, pues. ¡Ya! Serás mejor que yo.
– No lo creas, soy igual que tu —respondió la amiga con tristeza y tratando de contener las lágrimas— y peor quizá. ¡Yo visito a mi mamá en el cementerio!
Se quedaron calladas por buen tiempo.
—Mamá murió hace tiempo… —continuó, secándose las lágrimas— pero mientras estuvo conmigo, tampoco yo iba a conversar con ella y pensaba lo mismo que tú. ¡Ay, qué pesada! ¡Ay, que aburrida! No sabes… ¡Cuánto lo lamento! ¡Cuánta falta me hace su presencia!, ¡Cuanto la echo de menos! No puedes imaginar ¡Cuanto la necesito ahora que ha partido! No sabes todo lo que daría por tener algunos minutos más con ella, tomar sus arrugadas manitas entre la mías, besárselas y pedirle perdón. Si de algo te sirve mi experiencia, habla con tu mamá hoy, trátala mejor. Estás a tiempo, ahora que todavía la tienes. Valora su presencia y agradece a Dios por sus virtudes, que seguro las tiene mucho más que tú. Trata de hacer a un lado sus errores, porque ella también es un ser humano, y los humanos cometemos errores. ¡Nadie es perfecto! Pero los padres son, lo más cercano a la perfección. No esperes a que ella esté en una tumba, porque ahí entonces, lo que no hiciste y lo que no dijiste, te dolerá hasta el fondo del alma. ¡Yo, ya nunca podré hacerlo! Ella ya se fue. Tú, aún puedes. No lo dejes pendiente, será un hueco que nunca podrás llenar, no permitas que te pase lo que me pasó a mí.
Se abrazaron y lloraron juntas por un buen rato.
Ni bien se despidieron, ella tomó valor y marco a su mamá.
—Mamá… —y rectificó— mamita. Alístate, ponte guapa, que en unos minutos paso a recogerte para salir, las dos solas. ¡Quiero pasar más tiempo contigo!
Reflexión:
¿Tú crees que esto se refiere solamente a los padres?
Desafortunadamente no, siempre estamos devaluando el cariño o la amistad que otras personas nos ofrecen y en ocasiones lo perdemos miserablemente porque no sabíamos qué tan importante era hasta que ya no nos pertenece.
Haz una retrospectiva de tu vida y dales la dimensión correcta a las personas que ahora te rodean, probablemente sea tu última oportunidad. Si tú crees que esto no es importante, probablemente sea mejor perderlo de una vez, siempre habrá alguien más que pueda valorarlo, mejor que tú.
Piénsalo, tú tienes la respuesta.