Las ramas de algarrobo Digieren la tarde. Bañadas cariñosamente Por el sol, Caminante perdido del cielo azul. El río Apurímac, estacionado a las tres en punto, No sabe dónde ir: O reposar allí en el remanso, O subir en el viento juguetón y cargoso. Y yo aquí, aumentando fuego a mis ojos, Para poder absorber golosamente Todo este paraje calmo y latente.
Quisiera secar toda esta sed ajena que me inunda el alma. Y ya, Ahíto de silencio y calma, Quedarme dormido para siempre.
Aquí, en este sitio, Antes que la vida se ausente.
Abancay, 7 de diciembre 2018
LA LLUVIA
Las gotas de agua caen como un manto de olvido, sobre las hojas ya mojadas y mi piel sedienta. Caen sin pausa ni apuro, muro translúcido de agua compacta, rellenan las fauces insaciables de la tierra, tiñen de verdes y tristezas las flores y el paisaje.
La casita de adobe abandonada se cubre con sus viejas y rajadas tejas, y se apega aún más al olvido.
El riachuelo despertó y retoza en su cauce, vestido de blanco; han huido el bullicio, las aves y las gentes.
La floresta húmeda se acurruca llorosa, solo para mis ojos, para mí, mientras muere la tarde. Y yo renazco en cada gota que golpea mi faz, creo que estoy hecho de gotas de lluvia, eso es lo que recorre mis venas.
El verso brota lento, de la humedad y el miedo, broto yo, desde bajo este cúmulo de años, largamente recorridos, broto niño, broto siempre, como la semilla que nunca duerme.