CÓMO NO VOY A LLORAR, PAPÁ LEONIDAS DE HUANIPACA

Claro que por ti, papá Leonidas, una honda lágrima filial, con la tristeza de haberte perdido y la alegría de habernos querido.

Siempre que llega el día del Padre, reviso mi existencia. El polvo del camino, las piedras y espinas que afronté. Los vientos que soporté. Los puentes que crucé y los ríos que vencí. Las derrotas que sufrí y las victorias que gocé. 

Cuántas veces contigo, recorriendo esos caminos de nuestro Huanipaca amado, aprendí a valorar el calor del sol y los rayos de la luna. La frescura del pasto verde y la sombra de los árboles. El canto del río, en la quebrada cerca de la casa; y el trinar de los pajarillos en el cerco de las chacras.

Al canto del gallo en las tiernas auroras, tú ya estabas de pie, para irte a rodear los maizales por si algún “daño” habían sufrido, y regresabas con un poco de leña para la cocina de mamá Eudocia y otro poco de forraje o q’acho para los cuyes. Parte de esa leña era para mamá Josefina, mi buena abuela, y siento que eras un buen hijo para tu madre.

Tomábamos el desayuno vaporante del campo, alrededor del cálido fogón; mientras nos observaban de la puerta nuestros fieles perros moviendo la cola como reclamando su bocado, y los gatos hipócritas haciéndose los muy leales pidiendo cariñitos por la espalda con la cola levantada.

Luego te ibas al trabajo diario. Las chacras, los animales. Y desde los ocho añitos, yo ya te acompañaba en esas correrías andinas. Aprendía mucho de tu paciencia, tu entrega, tu dominio sobre los quehaceres del campo.

Ya muchachito, tú el arador-sembrador, yo el guiador de toros abriendo los surcos. ¡Arriba… Abajo… Para… Vamos, vamos…! Y los astados entendían muy bien. En una de esas paradas, le cogí el huevo izquierdo al toro derecho de la yunta, y éste me mandó al suelo de una contundente patada, y tú te reíste de mí a carcajada limpia.

Cuánto disfrutábamos del fruto de tu trabajo. Los maizales. ¡Esos maizales! En la época del choclo, todos congregados. Las frescas y blanquecinas mazorcas a hervir para comerlas con rico queso. Las panqas y la chala para los ganados, caballos y cuyes. Los granos menudos para las gallinas. Los wiros para nosotros los pequeños y el bagazo para los chanchos. ¡Todos beneficiados!

Y en tiempo de cosecha, la vida se pintaba de colores. El maíz en los tendales extendidos en la tierra como el arcoíris del cielo. Los ganados en los chacrales, engordando en la abundancia. Las cocinas humeantes y las q’onchas apetetizantes. 

Íbamos al monte Velavelayoq a traer leña en caballos. Mi padre manejaba el hacha con maestría en los troncos secos. En cierta ocasión de leñaduría, permítaseme el término, llovió a cántaros en el monte. Yo me moría de frío. Papá Leonidas me acurrucó bajo su poncho y allí sentí para siempre su calor paterno. Y ayer no más, en mi colegio de Pachachaca, les recordaba ese pasaje a mis alumnos. Y les decía que si estuviésemos los niños solos en la punta del cerro una noche de tormenta, nos moriríamos de miedo; pero si es junto al padre, estaríamos seguros y confiados, aunque no veamos nada en la oscuridad.

Eso es el Padre, símbolo de luz y trabajo, fortaleza, amor, esfuerzo, valentía, lucha, fe y esperanza; según cada quien, según cada hecho, según cada entorno, según cada circunstancia, tiempo y espacio.

Un día de noviembre de 1985, yo docente de Lenguaje y Literatura en el colegio “Miguel Grau”, en Literatura Española estaba tratando con mis alumnos las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique. El Auxiliar de Educación se asoma a la puerta del salón para comunicarme la partida de mi padre en Huanipaca. Tensión terrible en mi alma. No sé cómo llegué a la tierra natal para el triste funeral. Cuando paleaban la tierra sobre el cajón de Leonidas Rojas Guevara, calmando a mis hermanos menores le dije en tono de despedida: “Papá, descansa en paz. Yo me haré cargo de mis hermanos menores”. La tarde se moría y un dolor profundo en mi vida surgía.

Entonces, papá Leonidas, dicho lo dicho, cómo no voy a llorar, con la tristeza de haberte perdido y la alegría de habernos querido. Te abrazo hasta el cielo, en el Día del Padre.

Hermógenes Rojas Sullca.

Abancay, Día del Padre 2024.

* José María Arguedas Tejada, nacido en Huanipaca; pero registrado en Andahuaylas como José María Arguedas Altamirano. Esa es otra historia.

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1 com.

Javier Oscar Quispe Perez 07/11/2024 - 10:24 pm
Narra los hechos con mucha naturalidad ,la vivencia de antaño
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