EL LEGADO DE LA PROMOCIÓN XXXVII-B DEL COLEGIO LA SALLE DEL CUSCO
En 1981, el equipo de Futbol del Colegio San José – La Salle del Cusco consiguió un logro único, logró consagrarse como campeón del Torneo Inter-Escolar de Fútbol de ese año, imponiéndose a los poderosos equipos que tradicionalmente ganaban tal campeonato.
Los muchachos de la XXXVII «B» conformaban la mayoría de esa selección, que llevó la Copa de Fútbol que ostentan las vitrinas del colegio. No digo única, porque tengo fe en que volverá a llegar, y más de una vez.
Yo tuve la suerte de integrarme a la promoción XXXVII recién en 1980. Me pusieron en la sección «B», junto a 43 compañeros que, quien me hubiera dicho, posteriormente se convertirían en mis hermanos.
Cuarentaitrés adolescentes llenos de sueños e ideas, entre los que una gran mayoría tenía un gran defecto, o una virtud, depende de cómo se mire. Vivían fútbol, soñaban fútbol, comían futbol, todo era pelota, pelota y más pelota, algunos hasta dormían con ella, según sé.
Por eso, yo me sentía un poco extraño, porque soy de aquellos que siempre han tenido que ser dueños de la pelota para poder jugar. Me gustaba jugar, claro que sí, pero lamentablemente, tenía dos pies izquierdos, y a veces me dejaba ganar por la emoción. Este entusiasmo fue tanto, que una vez, estando de lauchero y desmarcado totalmente vi que venía bajando una pelota como para clavarla hasta el fondo en las redes contrarias. Mi angelito de la guarda me aconsejó: —Si le metes un patadón Carlitos, ¡la haces!—, y yo, por mejor hacer le metí el doble, pateé con los dos pies y… ¡Me metí tal costalazo! que 40 años después aún me siento medio descuadrado.
¡Juro que esa fue la única vez que pateé con los dos pies! ¡Nunca más!
Pero eso no fue todo. ¡Fue gol, aunque no lo crean! Porque, con mi aparatosa caída, el guardameta rival, se revolcaba de risa, y olvidó la pelota, que pin, pin, pin, dando pequeños botecitos entro al arco, despacito.
Bueno, como ven, el futbol no está entre mis talentos, quizás por eso, yo admiraba tanto a esos mis nuevos compañeros, que ya eran entonces un grupo alegre, consolidado y aguerrido.
Antes de eso, La Salle campeonaba frecuentemente en las disciplinas de Básket y Vóley más no en fútbol, quizás por el biotipo ectomorfo y atlético de los alumnos, pero también, por el apoyo del colegio y la APAFA, que les proporcionaba uniforme completo y hasta buzo, lo que lamentablemente, no hacía con el equipo de fútbol.
Ganar ese campeonato fue toda una proeza, nada fácil. Tuvieron que imponerse a bravos equipos, sobre todo, los de los colegios nacionales entre los que siempre quedaba la copa, con jugadores con más peso, edad y experiencia, y obvio con más «calle», picardía y malicia. Es que, algunos de esos jugadores, participaban en varias ligas y algunos campeonatos de barrio, de esos donde la patada más baja era a la altura de las cejas. ¡Ya se imaginan! Unos «macucos» que, daban miedo, según contaban los muchachos.
Algunos de estos lasalianos, qué es la forma correcta de decirlo*, no lasallista como se suele decir ahora, tenían un talento natural tan increíble, que se me hace difícil entender por qué no llegaron a vestir la casaquilla blanquirroja, o la verde-amarelo en el caso de Micky Corrales, que por su madrecita tenía sangre brasileña.
Pero no solo tenían talento, también eran muy disciplinados en sus entrenamientos, y esa fórmula nunca falla:
Talento + Disciplina = Éxito
Pero, muchas veces sucede que el talento suele estar por ahí, flotando a la deriva, y se desperdicia por la ausencia de un visionario, de un descubridor, de un caza-talentos que lo aglutine.
En el caso de los campeones de 1981, el artífice del triunfo fue el profesor José Angulo, qué con entusiasmo, visión y tesón, los guio hacia el éxito. Los cuidaba como si fueran sus propios hijos, los motivaba, les exigía, les imponía reglas, no faltaron las «carajeadas» de cuando en cuando, pero con cariño, porque creía en ellos, y ¡esa fue la clave!
El ser humano necesita ser apreciado y reconocido. Todos, en mayor o menor medida, anhelamos ser vistos valorados y validados por los demás. Eso hizo el profesor José Angulo, puso su fe en ellos, y estoy seguro que eso los motivó a ponerse vallas cada vez más altas, vallas que fueron superando día a día, hasta convertirse en campeones.
El «profe» Angulo, como le decíamos cariñosamente, era un gran motivador. Echó ojo a estos muchachos ya en 1974, estaban en 3º de primaria y eran todavía muy tiernos. Ya se consolidaba la futura selección, y empezaron participando y triunfando en varios campeonatos de los Núcleos Educativos Comunales. Estando ya en 5º había ya una selección, y desde entonces los fue cultivando, brindándoles enseñanzas que no solo sirvieron para sus campeonatos, sino, para toda una vida.
Les enseñó a entrenar, a respirar, a jugar en equipo y tácticas de juego, desde cómo parar una pelota, cómo patearla, cómo cabecearla y cómo «hundirla» entre los 3 palos rivales. También la disciplina de la ubicación en el campo, a regresar rápido, a mantener la línea de defensa, la importancia de la dirección del líder de la defensa y también a dejar al adversario en posición adelantada.
Larrio Álvarez, hoy exitoso Odontólogo, nos comenta:
—Comenzamos a competir con varios colegios, casi siempre de visitantes, y ganando cada partido, algunas veces, estando en 5º de primaria, ganamos a alumnos de 5º de secundaria. Jugamos con Salesianos, San Antonio, San Francisco, Ciencias y otros.
Arturo Ojeda, destacado Ingeniero Químico e Industrial, nos narra:
—Desde primero de secundaria, por lo menos seis de nosotros ya éramos base de la selección del colegio y participábamos cada sábado en los campeonatos internos, ganando generalmente.
Jesús Castillo, prestigioso Médico Neumólogo, rememora que,
—Estando en 1º de secundaria ganamos a 5º de secundaria, donde jugaban buenos elementos como el hermano mayor de Micky Corrales, Latorre, Monje y otros.
Javier Guevara, exitoso Ingeniero Químico afincado en Estados Unidos, nos dice:
—El profe Angulo nos planteaba metas y nos involucraba, y cuando no salían las cosas era claro. Cuando chicos, recuerdo nuestro primer uniforme de Boca Juniors. Yo alucinaba con ese uniforme, comparándonos con los jugadores del Boca que aparecían en la Revista «El Gráfico». Ya más maduros, cuando campeonamos en el Interescolar, recuerdo que nos daba consejos de cómo responder ante los insultos de los jugadores de las unidades escolares Garcilaso, Ciencias y otras, que tenían más calle que muchos de nosotros. Nos enseñó a responder, a no achicarnos y a no tener miedo.
Martín Luna, Ingeniero radicado en España, comparte también algunas remembranzas:
—El profesor José Angulo, desde tercero de primaria fomentó la unión y el trabajo en equipo. Con cochecitos que recorrían un mapa gigante del Perú hizo una especie de concurso para los Ejercicios de Matemáticas, buscando la participación de todos. Igualmente, fomentó la lectura con libros que llevábamos de casa y sobre los que respondíamos preguntas. También exigía que los exámenes tengan una media de 14 ó 15 y si lo conseguíamos, nos llevaba de paseo al campo.
Miguel Corrales, exitoso Médico, Cirujano Toráxico afincado en Brasil, nos expresa que:
—En primero de media, jugaba solo con la derecha. El «profe» Angulo me cambió de lado y me hizo entrenar solo con la izquierda, convirtiéndome en ambidiestro, lo que en perspectiva, aumenta bastante la chance de patear al arco desde cualquier ángulo.
El equipo estaba conformado de la siguiente manera:
Los guardametas eran Martín García Azabache, Manuel Dávila Salazar y John Altamirano Pilares (1982)
En la línea de defensa estaban Carlos Carbajal Venero, Jesús Castillo Lagos, Martín Luna Enomoto y Javier Guevara Araos, reforzados por Mario Cárdenas Huamán, Jorge Acurio Tito y Edwin Contreras Ortiz de la sección «A».
En el medio campo estaba Arturo Ojeda acompañado por Óscar Guillén (1982), Fernando Tupayachi (1982) y Leonel Meneses de la «A».
La línea de ataque estaba conformada por Miguel Ángel Corrales Coutinho, Cayo Segundo Negrón Villena, Larrio Gerardo Álvarez Benavente y Óscar Castañeda Solís, este último en las primeras etapas de la selección de fútbol, luego se fue a la selección de Básket.
La capitanía del equipo se alternaba entre Jesús Castillo y Javier Guevara, y también Mario Cárdenas de la «A».,
Javier Guevara, el «Pulpo», nos describe:
—El medio campo era la clave de todo. Guillén, calancudo (piernas largas) y duro era volante de atraque. Arturo Ojeda y Leonel Meneses, recontra habilidosos, recibían el balón de la defensa, se deshacían de la marca y la mandaban adelante, donde la velocidad de Micky Corrales, Larrio Álvarez y Cayo Negrón hacia el resto. Micky Corrales era realmente un galgo. Fernando Tupayachi tenía una zurda preciosa, era frío y metía unas bolas al área con centros de mucha técnica.
Arturo Ojeda cuenta que el Coach les dijo antes del partido:
—Hace cuarentaiun años La Salle campeonó. Hoy, volveremos a hacerlo. ¡A ganar muchachos!
Luego, vino la «bombita», antes de entrar en la cancha:
—¡Fiiuuuuuuu…! —largo silbido y luego el grito — ¡Buuuuuuuummm LA SALLE! — atronó el estadio.
Jesús Castillo, era de esos zagueros efectivos que podía dejar pasar al jugador o a la pelota, pero ¡Nunca juntos! Él relata:
—Todos los jugadores del Garcilaso jugaban en Primera División y algunos de los nuestros, también. Aquella tarde hubo buen fútbol. Los primeros 15 minutos, estábamos siendo superados, hasta que Carlos Carbajal, en un brillante despeje luego de recuperar la pelota, la envió bien adelante, aprovechando que el arquero estaba descolocado y llegó el primer gol. Se escuchó un fuerte ¡Uuuyyy! desde la tribuna y el equipo celeste se desconcertó con ese «madrugón».
Carlos Carbajal, triunfante Ingeniero que labora en Centro América en las Telecomunicaciones, recordando aquel gol, añade.
—Luego que metí el gol desde media cancha, con un poco de suerte y tratando de despejar el peligro, mientras me secaba el pelo y la transpiración de la frente, el «Cuchi» Castillo que estaba de capitán, me metió una regañada terrible por desalinearme, mientras los demás me abrazaban entusiasmados.
Luego Larrio Álvarez, con brillante anticipación y satánica precisión, fulminó el arco rival con un segundo tanto, siendo lastimado en el proceso por un fuerte codazo en el vientre que lo dejó sin aire. Boqueaba desesperado, tirado en el gras, luchando por respirar, hasta que en su campo visual apareció el Coach aprestándose a darle respiración «boca a boca». De pronto, Larrio encontró fuerzas ocultas, y con rapidez felina se incorporó de un salto, y musitó entre toses:
—¡Ya estoy bien!
Ya estaban por encima, en el marcador, pero los ataques rivales seguían poniéndolos en peligro, a cada instante, hasta que Micky Corrales, Veloz como el viento dejo atrás a sus marcadores y confundió al arquero con un insólito latigazo de curva inesperada, un «hoja-seca» de los que tanto había practicado, que por más que se estiró, no pudo siquiera sentir la caricia del balón en la punta de los dedos.
—¡Goooooolllllll! —gritaron los once gladiadores, la banca y la tribuna completa ante semejante golazo ¡de película!
Habíamos metido 3 goles mientras que nuestra valla fue batida por un solo tanto, quedando así el score al final: 3 a 1 a nuestro favor.
Manuel Dávila, guardameta de aquel memorable partido, relata:
—Recuerdo que cuando entré a la cancha, vi el arco enorme. Le dije al «profe» Angulo ¡Este arco es muy grande! ¡Pueden meterme gol!, él me respondió: «Tapa como lo haces en la cancha del colegio. Tus defensas te ayudarán a que eso no pase». Y así fue. Teníamos una gran defensa en el equipo. Carbajal era bueno por banda, pero por lucirse, a veces hacía una de más. El «Pulpo» Guevara era muy seguro, aunque gritón, y el «Cuchi» Castillo se molestaba cuando alguien fallaba y tenía que romperla, tirando la pelota fuera de la cancha.
Carlos Carbajal reconoce:
—Manuelito se jugaba la vida en cada tapada. ¡Arquerazo!
El pitazo final sonó como trompetas celestiales y el equipo lasaliano, abrazándose formaron una ronda y bailaron a media cancha, celebrando el triunfo.
Arturo Ojeda, el genio del mediocampo, que urdió muchas jugadas ganadoras, rememorando esos tiempos, detalla:
—Desde 5º de primaria, allá por 1976, se conformó la selección entre las secciones «A» y «B», y empezaron a llegar los triunfos, manteniendo el invicto en varios campeonatos. El «profe» Angulo nos enseñó desde primaria a movernos en la cancha, triangulando y haciendo rombos para romper esquemas defensivos y tuvimos excelentes resultados.
Carlos Carbajal, recuerda:
—El «profe» Angulo me jaló de la «A», y me puso en la «B» para integrar el equipo de futbol. Nos hacía entrenar a las 6 de la mañana, a las 5 cuando había otros entrenamientos del colegio, y nos hacía subir y bajar todas las gradas, los cuatro pisos, una y otra vez. Entrenamiento intenso, tanto físico como táctico, que dio sus frutos.
José Angulo confiesa, lo difícil que fue elegir los titulares habiendo tan buenos elementos. Dice que el criterio deportivo, estaba subordinado al rendimiento académico, eso ayudó a la elección, de forma tal que debían tener buen rendimiento académico para poder pisar el gramado, concluye.
—Todos eran buenos, no tenía favoritos, pero recuerdo en especial las capacidades de Micky Corrales, por su gran físico y porque dominaba su cuerpo magistralmente.
Miguel Pimentel, el poeta de la promoción XXXVII B, escarbando entre sus recuerdos, comenta que era extraordinario ver al equipo de 1º imponerse sobre el de 5º de secundaria, convirtiéndose en los héroes del colegio.
Javier Guevara, recordando con emoción aquellos tiempos, nos dice:
—¡Jugar en el Estadio Garcilaso fue hermoso! ¡El olor de la hierba! ¡El frío helado, cuando oscurecía al caer la tarde! y la famosa frase del profe Angulo: «Guevara, ¡húndela!, ¡húndela!». Éramos un equipo, en todo el sentido de la palabra. Por supuesto, en ese momento, quizás no lo sabíamos o no tomábamos conciencia de lo que éramos…
Oscar Castañeda describe:
—Acostumbrados a jugar en nuestra canchita del colegio, que no sé si era la cuarta parte de una reglamentaria, al pisar el estadio Garcilaso donde todo era grande, tribunas, arcos, área, hasta perdías de vista a tus compañeros de equipo. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!
Carlos Carbajal agrega:
—El día del partido con Garcilaso, solos estaban algunos compañeros del colegio y papás nuestros, mientras que Garcilaso tenía una super hinchada, pues les dieron libre la tarde para alentar a su equipo. Antes del partido, nos insultaban y decían de todo para bajarnos la moral, pero no lo consiguieron, pues estábamos preparados psicológicamente por el «profe» Angulo. Pero eso no fue todo. Una vez que ganamos, tuvieron que llamar a las patrullas de la policía para que pudiéramos salir del estadio, pues nos querían agredir, y estas tuvieron que escoltarnos hasta el colegio.
El profesor Angulo recuerda que el hermano Adrián Revilla era fan del equipo, que dejaba todo para ir a verlos. También recuerda al hermano Santiago Eyzaguirre que los reivindicó de alguna manera, reconociendo su valía y sus triunfos.
Larrio Álvarez, recuerda que el único reconocimiento del colegio cuando campeonaron, fue que se decretó feriado el día siguiente, mientras que Carlos Carbajal menciona:
— Es gratificante recordar que los hermanos nos hicieron un homenaje frente a todo el colegio por haber alcanzado el mayor éxito futbolístico.
En realidad, el homenaje fue algo deslucido, ni siquiera les permitieron a los jugadores quedarse con las camisetas del triunfo, el colegio se las pidió luego del partido.
Estas remembranzas y evocaciones nos sumergen en una era llena de sueños, esfuerzos y victorias, en una historia que trasciende las canchas de fútbol para convertirse en un testimonio de amistad, superación y liderazgo.
La travesía de esta selección, es un fiel reflejo de cómo el esfuerzo y la disciplina, combinados con la dirección adecuada, pueden llevar a alcanzar metas aparentemente inalcanzables.
La combinación de tantos amigos con sus habilidades únicas, integró al equipo que no solo jugaba al fútbol, sino que también cultivaba la camaradería y la fraternidad.
La figura del profesor José Angulo emerge como un faro de inspiración, un mentor que no solo enseñó las tácticas del juego, sino que también sembró semillas de disciplina, trabajo en equipo y autoconfianza. Su fe en ellos y su capacidad para ver el potencial en cada uno de sus jugadores, así como su dedicación y guía, son ejemplos palpables de cómo un líder puede moldear destinos.
Como colofón de esta historia, vemos la importancia de reconocer y celebrar el éxito, no solo en términos de trofeos y campeonatos, sino también en la construcción de relaciones sólidas y duraderas, compañerismo y solidaridad, que demuestran que el verdadero triunfo va más allá de las victorias deportivas.
Así, esta selección, compuesta mayoritariamente por integrantes de la promoción XXXVII B, deja una huella imborrable, no solo como campeones en el campo de juego, sino como hermanos unidos por una experiencia que marcó sus vidas para siempre.
Que estas experiencias sirvan para motivar a las nuevas generaciones lasalianas para conseguir más lauros deportivos y culturales para nuestro querido colegio.
¡Nosotros, sigamos adelante, recordando siempre la magia de aquellos días y llevando con nosotros las lecciones aprendidas en cada pase, en cada gol y en cada desafío que la vida nos depare!
¡Hurra y salud!
* Lasaliano significa «pertenece a La Salle», «parte de la Salle», mientras que Lasallista significa «seguidor de La Salle», «partidario de La Salle». Para mayor referencia ir a la fuente de esta nota: Portal Ciencia (https://acortar.link/hNddKq) que dice: El sufijo -ano, que hereda el valor relacional del -anus latino, ha sido el más usado históricamente para formar adjetivos gentilicios y deantroponímicos; mientras que -ista, de origen griego y significado más concreto (‘seguidor de’)
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