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¿Algunas veces nos preguntamos por qué el universo parece tener el sentido del humor de un adolescente malcriado?
Vemos al corrupto estrenando su segunda casa o comprándose su tercer camioneton, mientras el maestro de primaria cuenta sus monedas para pagar el alquiler. Es descorazonador, la verdad. Ese ladrón y estafador que aprovecha «habilitos» y fondos ocultos, come en restaurantes donde solo el postre cuesta más que tu humilde menú, mientras la enfermera que salvó tres vidas la noche anterior vuelve a casa a desayunar su taza de quaker antes de echarse a dormir.
Es como si las reglas se hubiesen cambiado a favor de los malos, los tramposos ganan y los honestos ni siquiera reciben una mención honorífica.
Viendo eso, a veces da ganas de emprender una carrera hacia el lado oscuro —porque, seamos honestos, todos hemos fantaseado con esa cuenta misteriosa en paraísos fiscales, esos departamentos en otras ciudades, esos viajes constantes al extranjero—, el Salmo 37 tiene algo que decirte.
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«No te impacientes a causa de los malignos», dice el verso 1. Fácil de decir cuando no eres tú el que lucha para llegar a fin de mes, ¿no? Es como pedirte calma en el embotellamiento mientras ves cómo los camionetones con vidrios polarizados se escabullen por el carril de emergencias.
Pero aquí viene la parte poética: «porque como la hierba serán pronto cortados». La hierba. Verde, exuberante, perfecta como para una foto, donde los niños corren sobre ella descalzos, cuando llega el otoño se seca, se vuelve amarillenta y se desmorona, desaparece.
Los malvados son hierba de una sola temporada. Los justos son esos pisonayes que han sobrevivido tormentas y décadas de negligencia municipal.
Y es que existe una matemática extraña: «Mejor es lo poco del justo que las riquezas de muchos impíos». Una ecuación donde el alma pesa más que el oro, donde esa paz interior al dormir con la conciencia tranquila vale más que una cuenta bancaria de ocho cifras.
El malvado colecciona objetos costosos en estanterías que solo él admira a escondidas, mientras el justo atesora momentos: esa conversación profunda con amigos frente a un humilde té piteado, la sonrisa de agradecimiento sin esperar nada a cambio.
El malvado cuenta dinero antes de dormir. El justo cuenta bendiciones y se queda dormido antes de terminar la lista.
Uno duerme en seda italiana y cama con dosel pero tiene pesadillas. El otro descansa en algodón común, a veces hasta sin sábanas, pero con sueños dorados.
La verdad es que hay una diferencia abismal entre tener mucho y ser mucho.
Una fábula urbana, cuenta la historia del malvado que va como un cohete a 250 kilómetros por hora en su Ferrari, pero dando vueltas sin destino, mientras el justo camina pausado, respirando aire fresco, con un GPS divino que lo lleva exactamente donde necesita estar.
¿Quién llega primero? El que sabe hacia dónde se dirige.
Los pasos del justo están afirmados por el Señor. No significa que no tropiece —todos lo hacemos—, sino que cuando cae, cae hacia adelante y vuelve a levantarse.
No hay que envidiar al que brilla sin alma. Los diamantes falsos deslumbran bajo luces artificiales, pero en la oscuridad se descubre su verdadera naturaleza: plástico con purpurina. El malvado es un reflector que necesita luz externa. El justo es una estrella que genera su propia luminosidad.
«Al final los justos heredarán la tierra y vivirán para siempre en ella». Mientras los malvados pelearan eternamente por migajas temporales, los justos heredan algo eterno. No un pedacito de tierra con escrituras dudosas, sino la tierra completa. Para siempre.
Es la herencia más dulce: no la que te regalan por casualidad, sino la que te ganas siendo quien realmente eres cuando nadie está mirando.
La vida es como ese jardín donde las malas hierbas brotan rápidas después de la lluvia, pero las rosas buenas se toman su tiempo para florecer. El jardinero sabio no se desespera por las malezas. Se concentra en cuidar las flores verdaderas, porque sabe que al final, solo las auténticas permanecerán.
Así que la próxima vez que veas a un malvado en su momento de gloria, sonríe. No con amargura, sino con la sabiduría de quien ya conoce el final de la historia.
El malvado tiene su temporada de quince minutos. El justo tiene la eternidad completa.
Y en esa diferencia tan simple pero profunda, radica toda la paz que este mundo puede ofrecer.