CULTIVANDO INOCENCIA: UNA FIESTA DE LUZ

Como gotas de rocío en el amanecer, la inocencia de los niños refleja la pureza del mundo que anhelamos construir.

¿Cómo no propiciar, y de paso disfrutar, su alegría, sus sonrisas, su emoción, su entusiasmo?

Por eso es entendible el afán de los padres de disfrazar a sus hijos en esta festividad extranjera conocida como «Halloween», aunque no tenga ningún significado para nosotros, solamente para que ellos puedan divertirse y conseguir caramelos.

Pero, ¿por qué inclinar estas festividades infantiles hacia lo tenebroso? ¿Es necesario? ¿Es conveniente? 

Vale la pena detenernos un momento a reflexionar sobre lo que representa y lo que estamos cultivando en sus almas tiernas.

¿Qué es Halloween?

La festividad conocida como Halloween se ha tergiversado totalmente; ni siquiera es lo que originalmente fue. Simplemente, la codicia disfrazada de mercantilismo, echó mano de esa costumbre celta y la convirtió en una fiesta para vender más a costa de los incautos padres que solo quieren regalar felicidad a sus hijos.

El Halloween que hoy conocemos nació en la antigua Irlanda como el festival celta de Samhain, una celebración que marcaba el fin de las cosechas y el inicio del invierno. 

Los disfraces tenebrosos en Halloween tienen su origen en la antigua creencia celta de que durante el Samhain los espíritus malignos vagaban libremente. Los habitantes se disfrazaban de forma grotesca para confundir y ahuyentar a estos espíritus, evitando así ser reconocidos y llevados al inframundo. Esta tradición de “engañar” a los espíritus evolucionó con los siglos, pero perdió su significado original protector. 

Estas costumbres, que fueron llevadas a otros países por los emigrantes irlandeses, se tergiversaron totalmente. Ahora, están al revés.

¿Qué dirían los celtas viendo que, en vez de ahuyentar, la gente se esmera en atraer a los espíritus malignos!

Hoy, irónicamente, lo que comenzó como una defensa contra el mal se ha convertido en una celebración que muchas veces glorifica precisamente aquello de lo que los antiguos celtas querían protegerse, y quién sabe, se podría estar atrayendo el mal al ensuciar las inocentes almas de los pequeños.

¿Por qué no transformar esta celebración en una oportunidad de sembrar luz? 

¡Ya basta de brujas, dráculas, monstruos y vampiros!

Porqué no vestir a los pequeños de héroes que salvaron vidas, de científicos que curaron enfermedades, de maestros que iluminaron mentes, de ingenieros que hicieron grandes obras, estamos nutriendo su imaginación con ejemplos que elevan el espíritu. 

Los disfraces no son simples telas coloridas y cosidas; son sueños que visten el alma. Cada vez que un niño se disfraza, no solo juega a ser otro: ensaya el ser que podría llegar a ser. ¡Cuidado con lo que imitamos!

¿No sería mejor que esos ensayos sean de bondad, de valentía, de nobleza, de integridad, de servicio a los demás?

Seamos sanamente creativos

La creatividad no requiere sombras para brillar; no necesita horrorizar, ni provocar repulsión. Mucho menos ridiculizar conductas de personajes alcoholizados, viciosos o con desviaciones sexuales.

¡Diferenciémonos! Hay formas más inteligentes y constructivas de disfrazarse.

Los adultos también podemos jugar, ¡Vaya que es divertido dejar salir al niño que llevamos dentro!

Juguemos a ser creativos, no seamos parte de la inconsciente masa, ni propiciadores del mal. Los pequeños que se disfrazan están en nuestras manos y bajo nuestra responsabilidad.

¿Seamos ccreativos? ¿Dónde está la gracia de disfrazar a todos los niños de la misma manera? ¿Todos igualitos? Francamente, yo no le veo la gracia.

¡Un canto a la creatividad!

Podemos crear festivales de luz donde los pequeños encarnen a buenas enfermeras curando enfermos, a científicos, escritores, poetas, a santos como San Martín de Porres alimentando a los hambrientos.

Hay tanta belleza por celebrar: el vuelo de las mariposas, el canto de los pájaros, la risa de un bebé, el abrazo de una madre.

¿Por qué no inspirar disfraces que evoquen la maravilla de la creación? Un niño vestido de árbol que da sombra y frutos, una niña representando al sol que alimenta la vida, pequeños caracterizando a las abejas que polinizan flores.

No se trata de prohibir, sino de proponer. Se trata de mostrar que la alegría más profunda nace de hacer el bien, que la diversión más duradera brota de cultivar la belleza, que la felicidad más auténtica florece al sembrar esperanza.

Seamos guardianes creativos de la inocencia. 

Reemplacemos el absurdo «Dulce o truco», que nada significa por mensajes como:

  • ¡Traigo luz y alegría!
  • ¡Compartamos bendiciones!
  • ¡Un dulce por una sonrisa!
  • ¡Dulces por alegría!

Transformemos esta festividad en una celebración que resalte lo mejor del ser humano.

Porque cada disfraz es una semilla que plantamos en el jardín del futuro, y de nosotros depende que esas semillas den flores de bondad y no espinas de oscuridad.

¡Que nuestros niños crezcan soñando con ser luz! ¡Que sus juegos sean ensayos de bondad! ¡Que sus disfraces sean promesas de un mundo mejor!

Porque en sus sonrisas habita el mañana, y es nuestro sagrado deber cultivar en ellas el resplandor de la esperanza.

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