CUYES, AFECTOS Y PREJUICIOS

por Roger Bedia Benites
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Reinicio

( Abancay, 1976)
I
Dormía los últimos minutos don Juan- papá de Francoises- cuando el ladrido de los perros lo despertaron. Clavó su tenue mirar en el techo del cuarto notando que el día asomaba luminoso por el oeste de Abancay. La noche que terminaba para él había sido de campeonato y Doña Yona, a su costado, aún dormía sus últimos minutos envuelta en gruesas frazadas artesanales.
Francoises, adolescente él, no terminaba de soñar con Laconi durmiendo en el cuarto contiguo de la enorme casa de adobes y acabados rústicos. Laconi, jovencita de curioso nombre, rizados cabellos, curvilínea estampa, caderas de Eva y pechillo en flor, traía a Francoises con el corazón herido y bastante dopamina en su cerebro. Luego de buscarla en sus sueños sin éxito de sopetón despierta sintiendo que las gruesas manos de Don Juan se posan sobre uno de sus hombros, La imagen dulce de Laconi, en un tris se esfuma en su pensamiento y alzando las manos en forma de estirón saluda:

  • Nos días pá.
    Se escucha, mientras Don Juan, sin contestar el saludo, le asesta la primera orden del día.
  • Dice, tu mamá que te levantes para que vayas al colegio Grau y luego te acerques al mercau para recoger unos cuyecitos. Vamos a “sipirlos” (degollarlos). Hoy es santo de tu hermano Juancito.
  • Y él, ¡No me acordaba pá!. Escamotea.
    Francoises, aun sentado; termina de estirarse en su cama que parecía inmensa, porque él era pequeño de estatura. Inhala profundamente y lanza otro estirón de brazos y piernas, luego sentado busca a tientas con los pies y logra ponerse sus zapatos punta de acero, que le habían comprado en tiendas Bata. Bata no solo era una tienda y una marca, sino un punto de referencia para las citas en el pueblo, que aún perdura.
    II
    Alrededor de la mesa, varios perros, todos chuscos; esperaban salivando la dadiva y Francoises, paradito, toma de sorbo en sorbo el desayuno que era una mezcla de trigo molido con leche. Antes de terminar de meterse el ultimo bocado de pan común, escucha que su Mamá Yona, desde el fondo de su cocina y el fogón, “fucuna” (sopladera) en mano, le recuerda con firmeza, no olvidarse ir al mercado a recoger los cuyes, precisándole que, para este caso; llevara la canasta de tiras de carrizos trenzado puesto que esta era fuerte y podía resistir el peso de los animalitos.
  • Es más seguro, le dijo con ponderación y contundencia, como era el estilo de la Doña, ya que ella era dirigente principal del mercado y había dado discursos elocuentes en las plazas reivindicando la universidad para Apurímac junto a otro grupo aguerrido de dirigentes sociales de Abancay. Era 1976.
  • Ya ma, iré temprano nomas, porque los profes hoy van a ir a cobrar sus sueldos y nos soltaran temprano nomas ma, precisó Francoises, envuelto en nervios que lo ponían trémulo y tordo.
  • ¡Aprovecha pues! Sentenció la doña.
  • ¡Cuidadito que estes yendo a las calles, todo enamoradito estas andando, tey notau!
    Tristezas y heridas mortales latían en el corazón de Francoises y en su timidez, sufría a dolores su amor alucinado, sintiendo que la distancia con la Laconi se acortaría, algún día.
  • ¡Cuidadito!, replicó doña Yona, trayéndolo de un tirón a la realidad. Don Juan que iba tras ella pujando con unos bultos que sobre sus espaldas llevaría al mercado, apuró el paso y le miró grueso reforzando la advertencia.
    El muchacho luego de despedirse, salió raudo hacia el colegio Grau y en su apuro olvida la canasta de carrizos pese al sobre aviso de su madre. No volvió a recogerla debido al largo trecho que ya había avanzado. Profirió una lisura laica consagrada a las madres.
  • ¡No importa! Encogió los hombros.
  • No comeré hoy papa rellena de la tía lora.
  • En cambio, con esa platita iré a comprar una caja de cartón en la tienda de los Salas. Caviló revelando vergüenza por cargar canastas, peor; con cuyes dentro. ¿Que me vean las gilas? No manito. Ni de vainas, primero muerto. No. Se las ingenió. Mientras Laconi aparecía rutilante en sus pensamientos.
    III
    Luego que los soltaran del colegio Grau, casi al medio día, presuroso llegó al mercado y su mamá ya esperaba con los cuyes arrimados en un húmedo costal. Ocho en total. La Doña al verlo desprovisto de la canasta le increpó.
    ¿Dónde está la canasta?
  • Mey olvidau ma. Pero lo llevare en esta caja má. Mostró la caja, alzándola al aire.
    Una mirada patibularia asomó en el rostro redondo y sonrojado de la doña al saber el riesgo que implicaba llevar los cuyes en una débil caja de cartón.
    Las campanas de la iglesia tintineaban y de todos los colegios salían los alumnos. Laconi, también del Santa Rosa y Francoises rogaba a los apus no encontrarse con ella en ese trance de llevar cuyes. Pensó ¡Qué vergüenza, eso sólo lo hacen los cholos, odio los cuyes! Dijo, mirando el costal arremolinado en el suelo donde se apretujaban los cuyes.
    En los cines de Abancay, que eran tres; estaban proyectando películas de pistoleros, tiburón y una con Elvis Presley. La música juvenil se extendía por las ondas de radio municipal, desde el programa de un locutor conocido como el “ferroviario”, nada menos.
    Francoises con cierta desconfianza mete uno por uno los cuycitos a la caja de cartón. Entraron muy apiñados, buscándose unos a otros.
    Bajo advertencia punitiva Francoises enrumbó hacia su casa. Tomó en sus brazos la caja y corvo caminó por la primera cuadra de una calle empinada y flaca, doblo hacia la derecha, cerca de la cárcel. Notó que la base del cartón se estaba mojando debido a los orines de los cuyes. Justo en la esquina de la corte de justicia. Examinó que sus amigos del colegio, sentados en la silla del parque, jugueteaban esperando el paso de las chicas. Ellas venían en grupos de dos de tres, como flores al viento, aromatizando la mañana que se tornaba esquiva para él.
    En el barullo alguien lo reconoce y le dice, Francoises: ¿que llevas allí en esa caja?
  • Una encomienda weon, de Arequipa me ha llegau. Contesta con cierto resentimiento.
    Romaco, el de cabellos castaños; le asesta una primera estocada:
  • ¡encomienda, encomienda! Otras cosas estas llevando allí. No jodas.
    -Bueno si, estoy llevando cuyecitos weon, es para el cumpleaños de mi hermano Juancho.
  • Ni bien terminaba de hablar, los chicos presentes voltean la mirada alarmados, cuando intempestivamente el “Loco Orosco” aparece raudo con una moto deslucida derrapando por la esquina de la corte, como haciendo malabares para llamar la atención de las chicas allí. El ensordecedor ruido hace que Francoises trastabille y suaz la caja con cuyes y todo se deslizan de sus brazos cayendo estrepitosamente a la calzada ocasionando la estampida de los cuyes.
  • wao ¡mamá linda!, exclama espeluznado Francoises, en cuya cabeza retronó la advertencia de su mamá.
  • Por las recontra tachuelas. Mis cuyes weon, mi vieja me va a matar.
    La moto allí siguió rugiendo por su destartalado escape, mientras el loco Orosco se mantenía aferrado del timón con los brazos abiertos de lado a lado.
  • Ishca, ishca, en quechua (paren, paren) imploraba Francoises.
  • Stop please, do not go, do not go cututitos. Había aprendido algo de ingles con el tío Roselló.
    Las chicas, veían con asombro las piruetas que, con la moto desvencijada, hacia el loco Orosco, mientras Francoises, respirando dificultosamente iba tras los cuyes, ya casi por la calle miscabamba, la de los “ojoteros”. Bata era su competencia. Jadeante y sudoroso los fue recuperando uno a uno. Iban siete cuyes los que con ayuda de los chicos estaban nuevamente en la caja húmeda, pero faltaba uno. Uno de los más grandes. Miró hacia el lado izquierdo y su mirada fue directo a la humanidad de Laconi quien risueña y bonita, junto a varias chicas, todas lindas y primorosas, miraban asombradas las trastadas que el Loco Orosco hacia con su moto, en la esquina de la corte. Nada menos. Todos celebraban las cabriolas, menos Francoises que ya llevaba los calzoncillos mojados buscando al último roedor que se había dado a la fuga por la calle de los ojoteros. Laconi brillaba en sus pupilas con un resplandor mezclado entre afectos y vergüenzas.
  • ¡cututo reconcha las chalinas, dijo con amargura.
  • ¡Morirás aplastado por mis puntas de acero, por la vergüenza que me estás haciendo pasar!
    (Cututo le dicen a los cuyes grandes y machos).
    Chispeando entre los muchachos aparece el negro Albis, un muchacho afro, que había venido de Chincha y cuya madre se había escurrido, años atrás, de una de las haciendas con el zambito entre brazos para aterrizar y vivir lavando ropas y visitando a no sé quien en la cárcel de Abancay.
  • Albischa, anda chapa el cuy, ese que se esta yendo para allá, indicó Francoises con el índice derecho.
    Laconi junto a las chicas observan que el cuy se desplazaba descontrolado hacia ellas al tiempo que gritan estrepitosamente: ¡Una rata, una rata!, waooooo, waooooooo (sabían que no era rata, pero así son ellas, inmoderadas). En eso aparece raudo el loco Orosco con su moto, resbalándose con calculada mesura sobre la calzada y suazzz, la llanta trasera golpea al cututo lanzándolo contra la pared, ante el asombro de las chicas que aun no terminaban de gritar: ¡la rata, la rata! Momento seguido en que el negro Albis, recoge por las patas al cuy y se lo muestra a Francoises. ¡Acasta! Acasta! Colgaba el animal mientras gruesas y humeantes gotas de sangre caían al suelo.
    Francosies atónito observa la escena. Laconi, no sabia de la existencia de Francoises, ni por asomo; pero para él ella era un mundo real si es que ese mundo era su cerebro o su corazón. Así son los amores platónicos, como quien dice, que matan de a poquito, Sin más, cogió el animal, lo metió en la caja que parecía encomienda (de Arequipa) y enrumbó a su casa cuyas inmensas cuatro cuadras parecían interminables, para él, en ese trance. No agradeció ni saludó nadie en despedida.
    Ni corto ni perezoso Francoises, con la imaginación de zorro barbajan, culpó a uno de sus perros por la muerte del cuy cututo cuyo destino fue al perol; ese día, cumpleaños de Juancho.
    Laconi, seguía latiendo en su corazón, él prometió para siempre jamás. pero falló por que ese “jamás” no duro ni ocho meses. Laconi nunca lo supo, o si lo supo; ya para qué, puesto que la Leocadia la sacó de un tirón de sus memorias afectivas.
    Adaptación. Libro Tormentas Tras el Sol( R. Bedia Benites, 2016).

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