DE CUENTOS Y REALIDADES

por Billy Pareja
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Reinicio

La magia de las historias familiares

Contar cuentos, imaginar la realidad, motivar sueños, volver a la realidad
Desde pequeño fui un ávido escucha de las historias que contaban mis abuelas. Breves o largas, me encandilaban con sus relatos. Además de las situaciones que describían, me atraía, me endulzaba el que estas se dijeran matizando algunas palabras en un perfecto quechua, con un relato central en un castellano también muy bien hablado. Las narraciones rompían la rutina por lo imprevistas e improvisadas, en plena actividad doméstica, nos ponían en primera fila, expectantes entre mis hermanos y primos. Eran cuentos con experiencias propias o ajenas, estaban los que venían de nuestra tradición cuentista, que pasaba de generación en generación. Nos tocaban siempre llenos de momentos que describían lo mas profundo de nuestros pueblos, ellas con la voz viva de ese testimonio que decían del espíritu andino, en encuentros con personajes que luego encontraría en los relatos de indigenistas como Argüedas, Alegría, Clorinda Matto de Turner, Luis Valcarcel, y otros

El escenario para la audición podía ser la sala, la cocina más frecuentemente, el umbral de la puerta de la casa, o el dormitorio. Si, en este último se convivía con la intimidad que permite la ternura de quienes amaban nuestras vidas antes de que nosotros entendiéramos lo que era amar. Pasaba que alguna noche, sentíamos sus voces al lado de la cama, como sensible somnífero, que conseguía hacernos dormir con placer. Me encandilaban, ahí me enternecían o alegraban, porque motivaban emociones expresadas de todas las formas, en cada extremo del sentimiento.
Con el tiempo, al crecer en mí las ganas de vivir historias de otros, contadas por otros, me llevó a la lectura insaciable de cuentos, historietas, novelas, ensayos, poesía, y diarios. Entonces, competía sin proponérmelo, con mis queridos primos, los gatitos, los llamábamos así por sus hermosos ojos claros. Con ellos, en esas páginas conocíamos personajes con los que en la soledad convivíamos los reconstruíamos a nuestra imagen y semejanza, para juntarlos en nuestros juegos y aventuras. Hasta que Coco decidía cambiar los roles y para convencernos se ponía a contar sensacionalmente lo que pasaría, y entonces nos daba el guion inspirado mientras se le venían las ideas a la cabeza.
Así fue que encontramos a nuestro narrador. Un capo de las quimeras y realidades amalgamadas en narraciones, de todas las categorías, y que había encontrado el arte con el que nos dopaba sustrayéndonos de la realidad. Solo las historias de espanto no me integraban emocionalmente con el grupo, pues jamás las pude aceptar, incluso hoy que, si bien no me causan el pánico de entonces, me generan una ansiedad que no puedo controlar. El miedo como herramienta disociadora, entre los fuertes y los débiles, una experiencia que habría que vivir en la voz de mi querido primo hermano, mas hermano que primo, para saber que esos personajes de fantasía existían, probando nuestra capacidad de respuesta inexplicable entonces, a partir del temor, como con el humor, o la ternura, cuando él dominaba nuestro pensamiento y nuestros sentimientos.
La narración de nuestras fantásticas anécdotas familiares también estaba, y grabadas con su voz en la memoria de esos pequeños que fuimos, con muchas formas de emocionar para siempre. Entonces eran las raíces, en las que poseíamos la esencia de la sinceridad e inocencia propia de nuestra edad, cultivada en ese punto geográfico de paisajes tan maravillosos, un lleno de escenarios que, siendo realidad visual y sensible a los sentidos, dejaban volar la imaginación hacia extremos que solo un maestro del cuento podría aprovechar como se debe. Eso era, el nacer en una hermosa familia grande, aquello nos llevó a conocernos y querernos, llegados al mundo casi a la par, con el ímpetu del ande conectado con la urbe de una pequeña ciudad, y nosotros con una parecida forma de ser, por la semilla sembrada por nuestros padres al concebirnos con afecto, heredándonos el sentido de vida de sus madres, nuestras abuelas.
El recuerdo de esta relación constante, me remite con frecuencia a una vida feliz, instigada por la convivencia intima de dos familias nuevas que en el día a día crecían, y casi compartían el mismo techo. Estábamos muchas horas juntos, comíamos lo mismo, sonreíamos por lo mismo, éramos parte de las mismas travesuras infantiles y extremas que tallaban nuestras personalidades, aunque en el drama de las responsabilidades, seis por cada lado, Guido como el mayor de los varones, era quien generalmente recibía la intensa llamada de atención por nuestros voluntarios errores, pues era el determinado, como principal responsable de los tres. Mientras, pasábamos por la vida con veranos intensos, con aventuras de cada día, nuestro cronista vivía sus propios sucesos, muchas veces con nosotros como testigos temerosos, porque al ser intrépido e irreverente al temor, él ponía la valla alta en la competencia natural de ese grupo de infantes, ¿quién puede más a esa edad extraordinaria? Esos felices diez primeros años.
Pasar caminando por un tronco del ancho del pie, colocado de orilla a orilla en el rio Mariño con su caudal regular o cargado, ser el primero en lanzarse a sus aguas, claro totalmente calatos, o bajar corriendo una pendiente con una inclinación que hacia casi imposible el freno de emergencia, con nuestras zapatillas Tigre, o enfrentarse a la ruta del centro de Abancay a nuestra casa en Villa Gloria, pasando sin miedo por la concentración de los espíritus en la rivera del Mariño, en medio de la conversa a de los inmensos eucaliptus, o el camino por el cementerio, visto desde la puerta principal que tenía una inmensa reja, tenebrosa en una noche oscura y con las nubes cargadas escondiendo la luna y las estrellas, que normalmente en el cielo despejado de ese paraíso, eran suficientes para reemplazar la luz artificial. Y también él, el primero en fumar cigarrillos hechos del tallo seco de las calabazas, tirados en la pampa detrás de la escuela del loco Luna observando la negritud del firmamento, comparando las luminarias de las luciérnagas con las estrellas. O agenciarse de las botellas prestadas de las cajas de cartón de la cerveza, mientras dejábamos las chapas puestas en las vacías, para engañar al enemigo, que, en su reunión de adultos, se encontraban aparentemente fuera de nuestro radar de riesgo. Eran trabajos en los que el siempre fue el guía, por encargo del líder motivador de entonces, y, por tanto, para el “chutu” Barra, el ejemplo a seguir.
Pasaron los sesenta y parte de los setenta, con sus días en los que me era posible compartir esa buena vida, bajo las hermosas miradas de mis hermanos los gatitos, que cuando se juntaban, solo el cielo podía competir con sus ojos, pues además de claros y hermosos, las maneras como se posaban en mí, provocaban que vuele en sentimientos, porque me sabía amado, por eso protegido, extrañado en mis largas ausencias, y esperado cada verano, cuando el día de cada retorno, mientras el bus bajaba la serpenteante carretera, mis ojos observaban las luces de mi ciudad, y mi mente trataba de imaginar a mamá y papá recibiéndome y a Coco, dándome el abrazo del alma del hermano al que aún ahora, siento muy ausente por lo tan importante que siempre será en mí.
Vuelvo al placer de escribir ese tan importante capítulo de mi vida, motivado por lo que en el presente hace el “cococha”. Hace un par de meses, me envió tres maravillosos cuentos breves, y los marco así porque siendo él, parte sentimental de mis grandes tiempos, leyéndolo encontré en sus relatos, pedacitos intensos de la misma persona que nos contaba sobre nosotros mismos y haciendo una mezcla con sus personajes imaginados, en una construcción que incluso suman a parecidos tipos de mujeres y varones que teníamos cerca nuestro. Umberto Eco dice que para sobrevivir debes contar historias, es lo que hace mi admirado primo y hermano en cada una, nos regresa a la fuente en el pasado, nos reconstruye la vida, mientras motiva la humedad de nuestras mejillas inundadas por cada gota que es respuesta al amor que nos despierta, cuando conjuga palabras con ideas y sentimientos, la tristeza y la felicidad en un solo párrafo, para amar la propia vida.
Volviendo a Umberto Eco tiene dos frases con las que comparto a partir de la admiración por la capacidad de poner en blanco y negro, historias y vida. El dice que la función de la memoria no solo es preservar, sino también tirar cosas. Si recordaras todo de tu vida entera, estarías enfermo. Y también dice, Un sueño es un escrito, y muchos escritos no son otra cosa sino sueños. Bueno pues, ahora los años pasan y muchas situaciones vividas se van quedando en ciertos rincones que normalmente son inexpugnables para mí, hasta que son reactivadas por una chispa de sentimientos, activados desde el exterior, con una palabra, con una frase. Esa es la situación al leer a Coco, volvieron a mis todas esas escenas, ahora en estado permanente, cada mañana en la soledad del tránsito de Lima, mientras la música invade el espacio de mi pequeño auto, me conecto con cada detalle que en sus relatos tienen el aroma de nuestro común pasado. Puedo sentir nuestra alegría y el contraste con nuestros momentos tristes, por el dolor que nos causaron las ausencias, pero por sobre todo, el me da vida feliz con sus textos, conectándome a la historia juntos, aprendiendo a amar.

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1 com.

Jorge Ramírez 30/06/2024 - 2:21 am

Querido Billy,
Nuestro Nobel dice que la literatura no cuenta la vida, sino que la altera, la transforma y le añade los sueños que nacen de la imaginación. Con ello, el hombre logra acceder a mundos y realidades que la vida le niega. La ficción nos brinda una puerta hacia la realización, momentánea, de nuestros sueños. Tal vez por eso éramos siempre Batman y Robin o el Llanero solitario y Toro; porque jugando escribíamos aquella historia que queríamos para nosotros, una historia en la que siempre estuviéramos juntos.
Tu artículo me abruma, y más aún me conmueve. Nos has devuelto, impelidos por la nostalgia, a la época en que fuimos forjados en la convicción de que el amor fraternal es un lazo tan fuerte como eterno; y nos recuerdas, que no fuimos, sino que, con Tita mirándonos siempre, somos y nunca dejaremos de ser doce.

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