El Señor del Santo Sepulcro y su Madre, la Virgen Dolorosa, salieron en procesión… y algunos se escondieron tras sus propios sepulcros
Hoy, como cada año, el Señor del Santo Sepulcro recorrió las calles de nuestra ciudad, acompañado por una multitud fervorosa que, entre rezos y silencios, vistió de fe y devoción la Semana Santa. No fue solo una procesión: fue una manifestación viva del alma católica de nuestra comunidad, que no se dejó distraer por la tentación del descanso vacacional ni por el canto de sirena de las playas y las cervezas.
Hubo recogimiento. Hubo reflexión. Hubo corazones abiertos. Y también, claro, hubo ausencias que hablan más fuerte que cualquier sermón.
Recibieron bendiciones muchos hermosos altares erigidos por familias y negocios en todo el trayecto. También se rindió homenaje al Señor y a su Santa Madre en el penal de Abancay. Los internos, desde su encierro, dieron una lección de libertad espiritual a muchos que, aunque andan sueltos, viven presos de su indiferencia.
Asimismo, la Policía Nacional del Perú, en su local de la Región Policial, ofreció un homenaje digno y sentido, demostrando que la fe no es incompatible con el uniforme. Tanto el INPE como la Policía Nacional proporcionaron cuadrillas que cargaron las andas del Señor y la Virgen con profunda devoción, recordándonos que cuando hay voluntad, también hay servicio desde el corazón.
Pero hubo silencios que gritaron. La Municipalidad y el Poder Judicial brillaron… por su ausencia. ¿Será que tienen el alma tan pura que no necesitan postrarse ante el Sepulcro? ¿Será que sus conciencias están tan en paz que no les remueve el paso del Redentor? O tal vez —solo tal vez— no se presentaron porque saben que los espejos no perdonan, y este Señor crucificado los confronta con sus propios pecados de omisión y conveniencia.
Y del Gobierno Regional… mejor ni hablemos. No hubo delegación, ni ofrendas, ni flores, ni un mísero gesto simbólico. Nada.
Al parecer, para las autoridades, si no hay presupuesto que raspar, viático que cobrar o licor que brindar, simplemente no existe el evento. La fe no entra en sus planes de gestión. No hay licitación para el alma, ni adenda para la conciencia.
La procesión pasó, y el Señor del Sepulcro volvió a descansar. Pero los que se escondieron de Él, en vida siguen sepultados en sus tumbas de egoísmo, tibieza o simple desdén. Y esos sepulcros, lo sabemos, son más oscuros que el de Jerusalén.
En un tiempo donde la indiferencia se ha convertido en ley no escrita, la pérdida de valores en norma social, la decadencia espiritual en epidemia silenciosa, y la corrupción en práctica sistemática, los ritos católicos y las procesiones cobran un valor más que simbólico: son el latido profundo de un pueblo que, pese a todo, no quiere perder su alma.
Las procesiones no son solo un desfile piadoso ni una costumbre del pasado. Son puentes entre generaciones, recordatorios vivientes de que aún existe el bien, aún hay redención, aún se puede volver a empezar. Reunirnos en torno a Cristo y su Madre Dolorosa es un acto de resistencia espiritual frente a un mundo que pretende que todo da igual, que nada importa.
Hoy más que nunca, los pueblos necesitan nutrirse de lo sagrado para no morir de lo banal.
Elevamos nuestras plegarias para que el Señor del Santo Sepulcro y la Santísima Virgen toquen los corazones de esas malas autoridades, ausentes no solo en cuerpo, sino en espíritu. Que el eco de esta procesión resuene en sus conciencias, y los haga más humildes, más sensibles, más coherentes con la fe del pueblo que dicen representar. Porque solo un corazón tocado por Dios puede servir con verdad.
Fotografía: Carlos Augusto Herrera