60 Años de Plegarias en el Valle de Abancay
En la quietud del alba, poco antes de que salga el sol, el convento Carmelita despierta. Un silencio puro envuelve sus muros, mientras las monjas se alzan en oración. Los primeros rayos del sol naciente se filtran a través de los vitrales, iluminando el claustro en penumbra. Una suave claridad baña sus rostros serenos, reflejando su paz interior. Desde el coro se eleva un himno de alabanza, de angelicales voces unidas en una melodía celestial que resuena con fervor y devoción, elevando los corazones hacia el Creador.
Durante 60 años, esto ha sucedido cada mañana en la ciudad de Abancay.
En 1964, la madre María Pilar de Jesús llegó a este valle acompañada de seis hermanas y fundó el Convento de San José de las Hermanas Carmelitas Descalzas.
Con el favor de Dios, el convento siempre ha estado concurrido. Actualmente, 24 religiosas viven en comunidad bajo la dirección de su priora, la madre Míriam del Niño Jesús. Sin embargo, más de 100 hermanas han pasado entre estos muros, muchas de las cuales ya descansan en paz en el cementerio privado del convento.
Las Carmelitas abanquinas han tenido una fuerte influencia en la vida religiosa del país. Muchas religiosas han contribuido al sostenimiento de la vida monástica en varios conventos del Perú y de España en la actualidad.
El carisma de las Carmelitas Descalzas se caracteriza por una búsqueda intensa de Dios a través de la oración contemplativa y la entrega total a Cristo. Inspiradas en Santa Teresa y San Juan de la Cruz, buscan la unión amorosa con Dios, vaciándose de todo obstáculo. La contemplación es su corazón, permitiéndoles descubrir a Dios en todo. Forman comunidades fraternales donde cada una se siente aceptada, dando testimonio del amor de Cristo. Eligen a la Virgen María como modelo e inspiración, amparándose bajo su protección. Viven en soledad, oración y pobreza, al servicio de la Iglesia, continuando la misión profética de Elías. Su carisma es un don de Dios a la Iglesia, vivido mediante intensa oración, fraternidad y servicio.
Se levantan a las cinco de la mañana y cantan alabanzas. “Aquí se comienza el día, alabando al Señor. Alabado sea Jesucristo y la Virgen María su Madre. A la oración, hermanas, a alabar al Señor”, dice la madre Míriam. Media hora después, ya están todas en la capilla rezando Laudes.
Durante el día, intercalan arduo trabajo con momentos de oración y también algunos momentos de recreo y descanso.
Muchas de ellas dedican su tiempo a la repostería, preparando deliciosos pasteles y tortas que se expenden y también se elaboran por encargo, pues la comunidad abanquina conoce la calidad gourmet de los productos que fabrican las madres.
Los frutos de su arduo trabajo se emplean para sostener una obra maravillosa que comenzaron poco tiempo después de fundar el convento.
En 1968, a iniciativa de monseñor Enrique Pélach y Feliu, se creó el hogar asilo de ancianos de Abancay. Por esas épocas, la madre Celina del Niño Jesús era la religiosa externa de la orden. Con ella, convirtieron el comedor fundado por el padre Giovanni Salerno en el Hogar Asilo de Abancay, institución que alberga permanentemente a más de 70 ancianos, ofreciéndoles no solo cuidado físico, sino también dignidad y amor en el ocaso de sus vidas.
Este asilo es más que una institución; es un testimonio vivo del carisma carmelita. Aquí, la contemplación se traduce en acción, y la oración se convierte en servicio amoroso. Las hermanas, con sus hábitos marrones y sus corazones ardientes, oran y trabajan arduamente por los residentes con una dedicación que trasciende el deber. Cada anciano es tratado como un tesoro, un recipiente de historias y sabiduría.
La obra de las Carmelitas en Abancay es un puente entre el pasado y el presente, entre la contemplación y la acción. Es un recordatorio vivo de que la espiritualidad no es una fuga del mundo, sino una inmersión más profunda en él. Cada día, las hermanas demuestran que el amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo.
Su labor ha inspirado a los abanquinos desde siempre y ha motivado a personas de buen corazón a contribuir amorosamente con el sostenimiento del asilo.
El origen de la Orden del Carmen se remonta al Monte Carmelo en Palestina, inspirado por el profeta Elías en el año 895 a.C. Su tradición de vida contemplativa fue continuada por los “Hijos de los Profetas”. En 1155, peregrinos europeos se unieron a eremitas en el Monte Carmelo, fundando una capilla dedicada a la Virgen María.
La Orden Carmelita no tiene un fundador único ni fecha precisa de origen. Surgió de la confluencia del espíritu contemplativo de Elías y la devoción mariana, combinando siglos de espiritualidad eremítica con la fe cristiana. Su identidad se formó gradualmente, uniendo el propósito de oración y apostolado.
La Orden de los Carmelitas Descalzos fue fundada en España en el siglo XVI por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
Santa Teresa nació en Ávila en 1515 y entró en el Monasterio de la Encarnación en 1535, donde permaneció 27 años. En 1562, Teresa fundó el Convento de San José en Ávila, dando inicio a la reforma de la Orden Carmelita y estableciendo los principios de la vida contemplativa y la oración.
Entre 1567 y 1582, Teresa fundó 17 nuevos conventos carmelitas en España, extendiendo su carisma de Madre y Fundadora a la rama masculina de la Orden.
La Orden de los Carmelitas Descalzos fue aprobada por el Papa Clemente VIII en 1593.
Actualmente, la Orden cuenta con 4,067 religiosos, incluyendo 2,655 sacerdotes, y su sede se encuentra en Roma.
Las Carmelitas Descalzas llegaron al Perú en el siglo XVI, poco después de la reforma de la Orden llevada a cabo por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Se establecieron en Lima y varias ciudades del interior como Arequipa, Cusco, Ayacucho y otras.
Así, en el hermoso valle de Abancay, las Carmelitas Descalzas continúan su misión. Su presencia es un recordatorio constante de que la espiritualidad más profunda puede manifestarse en las tareas más sencillas, y que el amor divino puede encontrar su expresión más pura en el servicio a los más necesitados.
En este santuario de oración y contemplación, la presencia de Dios se siente palpable. Las Carmelitas, inmersas en su amor, encuentran refugio y fortaleza en su abrazo.
Como flores que se abren al rocío matutino, las almas de estas mujeres consagradas se entregan por completo a su Amado.
Las Carmelitas de Abancay, con su vida de oración y su servicio desinteresado, continúan inspirando a los abanquinos y escribiendo un capítulo hermoso en la larga historia de su Orden.