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«Un lector vive mil vidas antes de morir. El hombre que nunca lee vive solo una»
George R.R. Martin
Si el tiempo fuera esa arena que puede escurrirse entre tus dedos, ¿qué estás haciendo con esa arena? ¿La estás transformando en castillos magníficos o solo la estás dejando caer en montoncitos?
El tiempo es finito, no durará para siempre, por eso es importante aprovechar positivamente cada segundo de nuestras vidas.
Vivimos tiempos curiosos. La gente lee más que antes, según cuentan las estadísticas, y eso es motivo de celebración. La pregunta es: ¿Cuánto de lo que se lee es positivo?
Cuando entramos en Internet, andamos como niños en una dulcería, atraídos por los colores brillantes que prometen los sabores más dulces, sin preguntarnos si nos nutren o solo nos empalagan.
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¿Cuánto de lo que vemos en nuestras pantallas suma a nuestro desarrollo?, ¿Cuánto es distracción diversión relajación? y ¿Cuánto de esos contenidos, nos degradan, nos perjudican y nos hacen daño?
El Espejismo de las Pantallas Luminosas
Nuestros dispositivos, parpadeando como luciérnagas digitales en la noche de nuestro aburrimiento, están mucho tiempo en nuestras manos. «Solo un ratito más», nos decimos, mientras el ratito se convierte en horas y las horas en días perdidos en el laberinto de contenido que, seamos honestos, no sirve para nada.
La Trampa de lo fácil
Los videojuegos, esas ventanas a mundos fantásticos donde entre juegos de colores y sonidos fantásticos, podemos ser héroes sin levantarnos del sillón, sin duda, tienen su encanto. «Estoy desarrollando mis reflejos», me decía un sobrino que llevaba horas cazando dragones virtuales. Pero me pregunto: ¿de qué le sirven unos reflejos de gato si su alma sigue siendo la de un ratón asustado?
Es como saber manejar perfectamente un auto deportivo pero no tener ni idea hacia dónde dirigirse en la vida.
El Banquete Que Nos Espera
Hace muchos años visité en Buenos Aires, la casa donde vivió Jorge Luis Borges. Un cartelito en particular, de los muchos que había ahí citándo sus frases, me marcó profundamente: «De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria». ¡Qué palabras tan certeras!
Los buenos libros —esos amigos silenciosos que nos esperan pacientemente en las estanterías— son como abuelos sabios y bonachones, llenos de historias por contar. No gritan, no parpadean, no nos bombardean con notificaciones ni publicidad intrusiva e insulsa. Simplemente están ahí, ofreciéndonos sus tesoros con la generosidad de quien ha vivido mucho y quiere compartir lo aprendido.
Es como comer. Puedes llenarte el estómago con papitas, totopos y gaseosa, y técnicamente habrás «comido». Pero tu cuerpo seguirá pidiendo a gritos los nutrientes que no le diste. Lo mismo pasa con el alma: puedes saturarla de contenido chatarra y seguir sintiendo ese vacío extraño, esa sensación de que algo falta.
La buena lectura es como una buena matasquita con su huevo frito montado, la que hace mamá: reconforta, nutre, te deja satisfecho pero con ganas de repetir. Te enseña no solo datos, sino maneras de ver el mundo. No solo te informa, te transforma.
«El tiempo es el bien más escaso y, a menos que se administre, no se puede administrar nada más», nos recordaba Peter Drucker. Y cuánta razón tenía.
Todos tenemos las mismas horas por día, son solo veinticuatro, sin importar cuánta plata o títulos tengas, pero algunos las llenan de experiencias extraordinarias mientras otros las malgastan persiguiendo espejismos. Es poco más o menos, como tener un jardín extenso y abonado, lleno de mala hierba y basura.
La Paradoja del Entretenimiento Moderno
Aquí viene lo paradójico: creemos que nos estamos entreteniendo, pero en realidad nos estamos entregando a la monotonía más absoluta. Scroll infinito, videos de gatos, memes que se olvidan en cinco minutos…
La buena lectura, en cambio, es como esa conversación profunda con un amigo sabio o un buen profesor, que te deja pensando días enteros. Es como una melodía que se te queda grabada y mejora cada vez que la escuchas.
Construyendo Castillos en el Aire…
Leer bien no es solo pasar los ojos por las palabras. Es conversar con gigantes, es permitir que mentes brillantes te susurren al oído sus descubrimientos más preciados. Es como tener acceso a una biblioteca universal donde puedes ser alumno de Sócrates, compañero de aventuras de Cervantes, cómplice de Dan Brown o confidente de Jane Austen.
Cuando leemos buena literatura, filosofía que desafía nuestro pensamiento, o ciencia que nos revela los secretos del universo, no solo adquirimos conocimiento. Desarrollamos esa cosa tan preciosa que llamamos criterio, esa brújula interna que nos ayuda a navegar por la vida sin perdernos en las tormentas.
El Efecto Multiplicador
Decía Cicerón: «Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma» y una mente bien alimentada es como un río que riega todo lo que toca.
Las buenas lecturas se conectan entre sí, crean redes de conocimiento que enriquecen cada experiencia posterior.
Lees a Machado y de repente entiendes mejor a Vallejo. Comprendes filosofía griega y Borges te resulta más cristalino. Es un efecto dominó, pero al revés: en lugar de que las fichas caigan, se van levantando y creando estructuras cada vez más hermosas.
¡Ya no desperdicies tu tiempo!
Empieza con poco, pero empieza hoy. Media hora menos de scroll, media hora más de páginas que nutran. Menos Tiktok, menos Instagram, un videojuego menos, un capítulo más. Es como hacer ejercicio: al principio cuesta, pero después el cuerpo mismo te lo pide.
Y si alguien te dice que eres muy «intelectual» o «pretencioso, (o como alguien me dijo en afán peyorativo «eres muy cultural» pero en el fondo haciéndome un halago), por elegir alimentar bien tu mente, recuérdale que nadie critica a quien elige comer saludable en lugar de comida chatarra. El alma también merece buenos alimentos.
Mi tía Margarita solía citar una frase, no sé si de autor o de su propia invención, que vale la pena recordar.
«Los placeres del cuerpo duran poco, los placeres de la mente durán años, pero los placeres del espíritu trascienden la vida misma.»
Al final del día, cuando hagas tu balance antes de cerrar los ojos, pregúntate: ¿qué beneficios conseguiste hoy? ¿Qué semillas plantaste en tu jardín interior? ¿Qué tesoros encontraste en las páginas que recorríste?
Porque la buena lectura no es solo una inversión en conocimiento, es un regalo de amor propio. Es decirte a ti mismo: «Merezco alimentar mi mente con lo mejor que la humanidad ha creado. Merezco crecer, pensar, soñar en grande».
«Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca», decía Borges. Y quizás tenía razón.
Quizás el paraíso no esté en el más allá, sino en esos momentos cuando, libro en mano, nos convertimos en exploradores de universos infinitos.
La arena del tiempo sigue escurriéndose entre nuestros dedos. La pregunta es: ¿qué vamos a construir con ella?
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«Los libros son espejos: solo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro»
Carlos Ruiz Zafón