EL BICASCO DE MISCABAMBA “ISKAY JARACHAQUI”

Era una noche helada, en la madrugada de junio, cuando la ciudad dormía en una oscuridad que parecía eterna. El silencio se alargaba esperando la madrugada, las heladas dejaban escarcha fría en la punta de las intimpas, las achanjairas y amarillas retamas  de la plaza Micaela.  La gente no quería adentrarse siguiendo el velatorio  a la bajada al puente Condebamba bajo, porque nada más subir, se hallaba al lado del centenario cementerio general. Y era insensato cruzarse con las “almatusuchis” que abundaban en sus alrededores, infundían un temor que dejaba temblando con chukchuy por días, al inoportuno caminante.

Quien escribe, vendía trago hasta la una de la madrugada en un cuchitril de la calle Miscabamba, dando el abancañazo a los últimos embriagados de penas, alcohol y desamor. De pronto escucho los pasos tauros del bicasco de Miscabamba, el alucinante “Iskay Jarachaki”. Es una especie de toro gigante, pero que solo camina en dos patas, dando una atroz imagen de humano. Es un ser alucinante, un minotauro andino, con solo dos patas, y dos cuernos afilados, con ojos rojos como brasas de carbón encendido. Ya me habían comentado los walikis, que solía pasar, de cuando en cuando, esa alma hispano-andina, por las solitarias calles de Abancay. Se dice que los migrantes puneños habían migrado a la ciudad de los Pikis, con ese ser del averno a sus espaldas para hacerles pagar el karma del que huían de su Titicaca natal.

El bicasco temido por los indios como “Iskay jarachaqui”,del infierno, se acercaba con un bullicio atroz de otro mundo. Llegaba a las casas que iba a visitar y cabrioleaba  en la puerta haciendo sonar sus fornidos cascos y blandiendo su filuda hacha, Anunciaba inminentes cambios, malos augures o desdichas al visitado. Sus pasos se escuchaban en toda la antigua calle Miscabamba y se extendían hasta el cementerio, donde daba coces a las almas inquietas que pululaban tratando de salir del panteón. Más atrás del camposanto de Condebamba, se disipaba su atronador sonido, donde se perdía en los parajes de Villa Gloria, para trepar los cerros. 

Traía novedades para su visita. Muchas veces permanecía, hasta el amanecer, cuando lo veían desaparecer por encima de las lomas, galopando, como si fuera el toro de Minos, ese toro feroz de los mitos griegos o bailando “Huaylías” antabambinas, rodeado de una corte de danzantes de tijeras. Sus apariciones coincidían con el solsticio de invierno alrededor del 23 de junio y finalizaba, terminando el invierno. Por esas épocas visitaba las cuevas del gran Cañón del Apurímac, donde habitaba el poderoso “Ucumari”el furibundo oso raptor de núbiles niñas, quien había animado al Bicasco de tener una humana novia joven. Este toro bi-andante, quería comerse a “Huankarquychi”, el gato blanco de los lagos, ya que los apus disponen que las lagunas y puquios, cercanas al pico Salkantay en Apurímac, deben cobrar vida animal y ese es el albo felino.

Cuando el “Iskay jarachaki” se hacía fiel visitante de su poblador, no existían distancias donde no pueda aparecerse. Surcaba los meandros del río de Apurímac, donde dicen que es el culpable que muchos “casi la vida pierdan”, en sus aguas turbias y caudalosas. Penetra las casas puntiagudas de los pitufos de las heladas pampas de Chincheros. Igualmente se pasea en las salas de jueces y de las mazmorras del presidió de “Ccacca” cárcel, en Huaquirka. Aparece en tiempo de lluvias en el río Chumbao, donde se le vislumbra sentado en el puente de piedra de ese río chanca. Se le ve, en socavones olvidados de las minas de Pachaconas y las Cotabambas aurarias, donde se sabe que ahuyento a los mineros que aún se atrevían a horadar las entrañas de ese apu. El Bicasco de un hachazo, volaba las cabezas, mejor que el Nakacho abanquino. Algunos viajantes del Aymarino de Lucio Maldonado, lo veían a la vera de la carretera en negromayo, haciendo señales para que se detenga el bus de congelados pasajeros. Algunos viajantes despiertos, dijeron que escuchaban su atronadora voz diciendo: “Galosinaymi tucurucum, sayari,sayari” Los niños de Abancay contaban que habían visto al temido “Nakacho” de la cueva de “Asnastojo”, con el “Iskay jarachaki” bailando alrededor de la “Waylaka”. Finalmente, algunos testigos en los amaneceres de Curahuasi, lo veían sentado en “Capitanrumi” como guardián de inmensa mole de granito. El Iskay jarachaki, era viajante frecuente al “apu mallmanya”, donde había protagonizado, en la antigüedad, la enemistad entre el cerro y la laguna de Taccata. Los huaracazos sonaron como truenos, como balas de cañón, cuando Wacotto, atacó a Mallmanya una noche lluviosa de enero, desde esa época la laguna se dividió en dos y el cerro muestra un forado, hasta el día de hoy por las piedras que se lanzaron. 

Cuentan los lugareños que Tamburco, es el único lugar donde el Bicasco no hace estragos, porque apenas se aparece, emerge del templo una imagen que se eleva por los cielos, dicen que es la imagen encarnada de Micaela Bastidas, que protege a su pueblo con su mano sanadora y devuelve al inframundo al maldito.

La anécdota más humana del Bicasco, es su abortado amorío con una abanquina “tipi cintura, yanañahuicha, Sonjosua”, a la que llegó un día de primavera con “achanjairas” en la mano izquierda. El Bicasco, loco de amor improvisaba danzas de diabladas puneñas, y huaylías de Sabaino, pero la moza permanecía asustada y terca en su empeño de no acercarse al monstruo maldito. Para librarse del acoso de la bestia fue a la piedra de “Corwani”, donde la Virgen del Rosario apareció por vez primera. Colocó un pedazo de pedrusco mojado en agua bendita, de la iglesia del cura Lartaun, en la puerta de su casa de la avenida Arenas y el Bicasco, salió como alma que lleva el diablo, huyendo del conjuro realizado.

 “Era casi media noche de un martes de setiembre, me acuerdo el día pues decían que los martes son días en los que los malignos, “andan” o “molestan”. En esas estaba cuando escucho un espantoso grito, gemido, alarido, que surgía como vozarrón bronco desde Miscabamba, la calle más antigua de la ciudad. Allí residían los “walikis” u ojoteros de jebe de llantas, provenientes de puno. Ellos sintieron el ronquido demoniaco del animal, lo asociaban con el Q´ota anchacho; Se dice que de las profundidades del lago Titicaca, apareció un demonio gigantesco, trayendo desgracias y devorando todo lo que se interponía en su camino. Los lugareños le tenían miedo y huyeron horrorizados. Para calmar su ira, la gente construyó tótems, realizaron rituales y sacrificios. 

La gente que viaja a Huanipaca solía contar que Carcatera, el arañazo del diablo, era obra del Bicasco, que pudo horadar la piedra, con sus propias garras dejándonos un surco, que ahora llaman carretera. Cuentan que, en cierta oportunidad, llegó a Ica, levantando las arenas del desierto, las dunas de Paracas. Afirman que se le vio trotando entre las piedras del círculo de Caral o correteando en las intrincadas edificaciones de “Chokekirao”. También se había adentrado en los entresijos montañosos de Cabanaconde, cruzando el río de “Pullurca”, con rumbo a “Machahuay”

El animal trató de entrar a los talleres de los puneños, empujando la puerta insistentemente.  La puerta cedió uno centímetros, lo que hizo que el monstruo pusiera un casco de res peluda, mucho más grande que la de un toro de lidia. Desesperados, creyendo en sus hechizos, hicieron fuego e invocaron a su dios Thunupa, con lo que el animal se alejó, haciendo sonar sus pesados cascos que retumbaban en toda la calzada. El astado se dirigió al parque Micaela, donde asustó a una familia que había despertado por la algazara demoníaca del animal embravecido. Madre y niños observaron atónitos, como la bestia cambiaba de ronquidos, semejando a un chivo, un gato, un chancho o un burro, como si el animal tuviera dentro si todo el repertorio de la fauna local.  Su respirar era intenso, fuerte, profundo y cansado. Siguió su camino rumbo a Condebamba. La conmoción duró hasta el día siguiente, pues más testigos del hecho narraban su experiencia. Llevaba en sus brazos un perro negro moribundo, que había osado ladrarle en la conmoción de ingresar a la casa waliki. En medio de ambos cuernos estaba una paloma blanca muerta, se oía que el Iskay jarachaki, musitaba: Sonccollay -diciéndole a la Paloma- “pampa saruskaykitapas ñocaca muchacmi kani”  Se perdió por donde vino, dejando a su rastro huellas de carbón quemado y olor a azufre, que es el mismo hedor del mismísimo demonio. 

La explicación de los lugareños era que se trataba del mismísimo demonio o “saccra”, el que lleva a los humanos al muro “onccoy”. Viene a recordar al mundo que, si hay un Dios, hay también un maligno, del que es su re-encarnación, dispuesto a corromper a las almas pías, es el Supay el dios del Uku pacha.

Luis Echegaray, re-escrito en Agosto del 2024.

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