CUENTO FINALISTA DEL «PRIMER CONCURSO DE CUENTOS DE PERUANÍSIMA»
Hace mucho tiempo, existió un bosque al cual llamaban “El Bosque De Los Recuerdos” conocido por que, según la leyenda, este bosque tiene la capacidad de devolver los recuerdos olvidados.
Mateo, un chico de 12 años, que era muy curioso, decidió adentrarse en el bosque.
Mientras caminaba, comenzaba a encontrar fragmentos de su vida pasada en formas de árboles, hojas y animales. Después de caminar durante horas, entre árboles que susurraban como si tuvieran vida propia. Mateo ya no sabía si estaba más cerca de encontrar lo que buscaba o de perderse en la niebla espesa, que parecía envolverlo todo. Había oído historias del “Bosque de los Recuerdos Perdidos” desde niño, pero nunca imaginó que el lugar realmente existiera. En su cabeza, siempre fue una leyenda, algo que se contaba para asustar a los niños que no querían dormir. Ahora, él mismo estaba allí, perdido entre sus propios recuerdos, buscando algo que ya no sabía si quería encontrar.
Las leyendas decían que el bosque tenía el poder de devolver los recuerdos olvidados, pero a un precio. Nadie había vuelto para contar la historia completa, pero las personas que lo intentaron decían que, al recuperar lo perdido, descubrían cosas sobre sí mismos que preferirían no saber.
Mateo había decidido entrar por una razón simple, pero dolorosa: su madre había fallecido recientemente, y no podía recordar el último momento en el que estuvo con ella. Su mente se negaba a recordar, como si un velo oscuro cubriera todo lo relacionado con su partida. Por eso había decidido ir al bosque. Si existía alguna posibilidad de recordar ese instante crucial, estaba dispuesto a arriesgarlo todo.
Mientras avanzaba, los árboles se hacían más altos y las sombras más densas. Un extraño aroma a tierra mojada y hojas secas lo envolvía. De repente, algo captó su atención. Al pie de un árbol, vio una piedra redonda con una inscripción apenas visible. Se acercó, y al tocarla, una corriente de aire helado recorrió su cuerpo. La inscripción parecía moverse ante sus ojos, como si las palabras cobraran vida.
—Recuerda lo que perdiste, pero no olvides lo que te costó.
Mateo retrocedió, sintiendo una ligera punzada en su pecho. El mensaje le heló la sangre. ¿Qué quería decir eso? ¿Qué costaría recordar? Sin embargo, algo dentro de él, una mezcla de desilusión y esperanza, lo impulsó a seguir.
A medida que caminaba, comenzó a escuchar murmullos. Al principio pensó que era su mente jugando con él, pero pronto se dio cuenta de que las voces venían de los propios árboles. Susurraban nombres, historias, fragmentos de lo que parecía ser el pasado de otros. Mateo detuvo sus pasos al escuchar una voz clara, casi como un eco, que mencionaba su nombre.
—Mateo…
Se giró rápidamente, buscando la fuente de la voz, pero no vio a nadie. Los árboles estaban inmóviles, pero los murmullos continuaban, como si el bosque estuviera observándolo. La sensación de que algo lo vigilaba, se intensificó.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó en voz baja, sintiéndose tonto por hablar solo.
La respuesta vino de una dirección distinta, como un susurro en su oído:
—Tu recuerdo está aquí, pero no será fácil alcanzarlo. Prepárate para enfrentar lo que has olvidado.
Una figura apareció entre los árboles. Era una mujer de aspecto anciano, con una capa que parecía hecha de hojas secas y ramas retorcidas. Su rostro estaba cubierto por una máscara hecha de corteza, pero sus ojos, intensos y sabios, brillaban a través de las grietas.
—¿Quién eres? —preguntó Mateo, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—Soy la Guardiana de los Recuerdos —respondió la mujer, su voz un susurro que parecía emerger de todos los rincones del bosque—. He visto a muchos como tú. Buscas lo que perdiste, pero ten cuidado: algunos recuerdos son más poderosos que el tiempo mismo. ¿Estás seguro de que deseas regresar a lo que olvidaste?
Mateo asintió, aunque la duda lo carcomía por dentro.
—Sí. Necesito recordar —dijo.
La Guardiana levantó una mano y el suelo tembló. De repente, el paisaje a su alrededor comenzó a transformarse. Los árboles se doblaron hacia el suelo, y el aire se llenó de una sensación de peso y nostalgia. Las hojas caídas cobraron vida, formando imágenes borrosas, recuerdos de su infancia, de su madre… pero todo se desvaneció rápidamente, como si fuera un sueño efímero.
—Para encontrar lo que buscas, debes caminar hacia el corazón del bosque —dijo la Guardiana—. Allí, el pasado y el futuro se entrelazan. Pero recuerda, no todos los recuerdos merecen ser recuperados. Algunos, una vez desenterrados, pueden cambiarte para siempre.
Mateo, aunque asustado, sabía que no podía dar marcha atrás. Su mente ya había comenzado a jugar con la idea de lo que podría encontrar. Quizá podría recordar el último beso de su madre, su último abrazo… Pero también, ¿y si encontraba algo peor? algo que no quería saber, algo que podría romperlo.
—¿Qué debo hacer? —preguntó, con la voz temblorosa.
La Guardiana le entregó una piedra luminosa que parecía estar hecha de luz pura.
—Esta piedra te guiará. Solo sigue la luz, y no dejes que las sombras te atrapen. Cuando llegues al corazón del bosque, podrás ver lo que has olvidado… pero recuerda, no todo lo que veas es verdad.
Con una mezcla de temor y determinación, Mateo tomó la piedra y comenzó a caminar hacia lo desconocido, adentrándose aún más en el bosque. A medida que avanzaba, los murmullos se volvían más fuertes, más claros, como si los recuerdos de otras personas comenzaran a fusionarse con los suyos. Cada paso que daba lo acercaba a la verdad, pero también a algo mucho más oscuro.
Mateo permaneció allí, en el claro del bosque, mirando la figura de su madre desvanecerse lentamente entre las sombras. Todo lo que había descubierto, todo lo que había sentido, seguía retumbando en su mente como un eco lejano. Las palabras de la Guardiana, su advertencia sobre la verdad, resonaban en su cabeza.
—Los recuerdos no siempre liberan, Mateo. A veces, lo que encontramos es una carga demasiado pesada.
Él había venido buscando algo tan simple como un último adiós. Un instante de conexión con su madre. Pero lo que encontró fue mucho más. La verdad que había olvidado sobre su despedida era mucho más dolorosa de lo que había imaginado.
Con la piedra en la mano, Mateo sintió el peso de las decisiones que su madre había tomado por él. No había sido una muerte accidental ni algo que simplemente ocurría por el paso del tiempo. Había algo más, algo que ella nunca le reveló. Algo que ella había hecho para protegerlo, para salvarlo de una verdad que, pensó, lo destruiría.
La luz de la piedra volvió a encenderse, de manera tenue, como si estuviera reconociendo su indecisión. Mateo la sostuvo con fuerza, sin saber si debía continuar en el bosque o regresar al mundo real. Pero la Guardiana apareció una vez más, emergiendo de las sombras.
—Has encontrado lo que buscabas, Mateo —dijo ella, con una voz suave pero firme—. Pero ahora debes decidir qué hacer con esa verdad.
Mateo la miró, los ojos llenos de incertidumbre.
—¿Qué debo hacer ahora con lo que acabo de descubrir?, ¿Cómo vivo con esto?
La Guardiana lo miró, sus ojos antiguos y sabios, que reflejaban una comprensión profunda.
—El bosque te ha dado lo que pediste. Ahora, lo que suceda depende de ti. Los recuerdos no te definen, Mateo. Tú decides qué hacer con ellos.
Con esas palabras, la Guardiana desapareció, y el claro del bosque se iluminó lentamente, como si la oscuridad de su mente comenzara a disiparse. Mateo sintió un dolor en el pecho, pero también una calma inesperada. Por primera vez, entendió que los recuerdos no podían seguir controlándolo. Ya no era un niño que necesitaba respuestas fáciles. Ahora sabía la verdad, y esa verdad era parte de él.
Con una respiración profunda, Mateo dio un paso atrás y comenzó a caminar hacia la salida del bosque. A medida que avanzaba, el aire se volvía más fresco, y los árboles menos imponentes. La niebla que había envuelto todo el bosque comenzaba a desvanecerse, como si el lugar mismo estuviera reconociendo su decisión.
Al llegar al borde del bosque, Mateo miró atrás una última vez.
La figura de la Guardiana ya no estaba, pero sentía su presencia en el aire. La paz que buscaba ya no estaba en la memoria de su madre, ni en el último adiós. Estaba dentro de él. La aceptación de lo que había sido y lo que ya no podía cambiar.
Con el sol comenzando a asomar en el horizonte, Mateo caminó hacia su hogar, sabiendo que el “Bosque de los Recuerdos Perdidos” no era un lugar al que pudiera regresar. Pero ahora, con su carga más ligera, sabía que la verdad, aunque dolorosa, le permitiría vivir en el presente. Ya no necesitaba encontrar el pasado. Lo había dejado atrás, junto con las sombras del bosque.
Fin
Nota: La revisión y corrección final del texto, que incluye aspectos ortográficos, gramaticales y de estilo, estuvo a cargo del equipo editorial de la Revista Digital Peruanísima.