EL CORAZÓN DE LA MARISCALA

A Edward Seleme, quien también dejó su corazón en Chile.

No hay un gran hombre, sino tiene detrás una gran mujer. Ella era Francisca Zubiaga de Gamarra, la que muchos llamaron; la presidenta del Perú

Francisca, fue la valerosa mujer del Mariscal Agustín Gamarra Messia, que la tradición cuenta que iba montada a caballo, armada y luciendo traje militar, iniciándose en los afanes de la guerra, al acompañar a su marido en la expedición a Bolivia de 1828, con el fin de rescatar el Alto Perú (Bolivia) en manos bolivianas.

Antonio Zubiaga el padre, a pesar del avanzado embarazo de Antonia Bernales, su mujer, decidió emprender un viaje a caballo hacia el Cuzco para que su hija naciera en la tierra natal de su madre. No obstante, no consiguieron llegar y Francisca nació en Anchibamba, en el distrito de Lucre, era el 11 de septiembre del año de 1803.

En 1821, a los 18 años ya frecuentaba los cenáculos patriotas en el Cuzco, donde se recordaba la revolución de los apurimeños hermanos Angulo que, en 1815, junto a Mateo Pumacahua, se alzaron en armas contra el virreinato español.

Agustín Gamarra, el Cotabambino, era teniente coronel y una vez en el ejército libertador estuvo en toda la campaña de la independencia, coronándose como jefe peruano en la batalla de Ayacucho.

Francisca, entró en amores intensos y a escondidas, después de huir del convento limeño de Santa Teresa, a donde los padres le habían confinado. El objeto de sus amores era Agustín Gamarra.  Decidieron casarse en 1824 en Zurite. Sin la anuencia de sus padres, quienes estaban disgustados con el temperamento liberal de su díscola hija.

Cuando el libertador Simón Bolívar visita el Cusco en 1825, Francisca había preparado una gran celebración y decide prepararle una corona de oro, perlas y un sol que en el centro dice Cuzco. Pero ocurre lo impensado, Bolívar la ve como la verdadera estrella de la ciudad y en un gesto extraordinario se saca la corona y la coloca en la cabeza de Francisca. Algunos autores dicen que el flechazo de amor alcanzó a Bolívar, pero Pancha ya estaba casada. Al margen y sin duda ya ella era reconocida como una líder innata, que -de manera simbólica-, recibió una gran cuota de poder de manos del propio Bolívar.

En esa época Gamarra era prefecto del Cuzco, y preparó con antelación la creación de los colegios Ciencias y Educandas, cuyos documentos de fundación los firmaría Bolívar. Francisca lo acompañó desde entonces en los lances de la guerra y la política. 

Un movimiento político dado en la Universidad de Chuquisaca, acordó llamar al general Gamarra y a las tropas peruanas apostadas en la frontera, las que inmediatamente penetraron en Bolivia cruzando el Desaguadero. Gamarra ocupó La Paz, Oruro, Chuquisaca, y posteriormente Potosí y Cochabamba. La intervención armada peruana en Bolivia de 1828​ que fue llevada a cabo a mediados de 1828 por el Ejército del Perú al mando de Agustín Gamarra en Bolivia tuvo el objetivo de forzar la retirada de Antonio José de Sucre y las tropas grancolombianas acantonadas en el Alto Perú, ya llamado Bolivia. A  instancias de Bolívar se separo el Alto Perú, quitándole al Perú las grandes extensiones de territorio que ahora conforman Bolivia.

Una vez llegado a la presidencia Gamarra en 1829, Francisca tuvo entonces la ocasión de disfrutar del poder a plenitud, siendo llamada “la presidenta”, tenía 26 años. También era llamada “La Mariscala”, ya que su esposo fue investido con el rango de Mariscal de Piquiza, grado con el que la historia lo reconocería.

Los cronistas de la época la describen como hermosa y tremendamente seductora, con agudeza mental y una intuición femenina asombrosa. De estos atributos se vale Francisca para apoyar los emprendimientos políticos de su marido. 

Así describe Flora Tristán a Francisca de Zubiaga en su libro “Peregrinaciones de una Paria”:

“Como Napoleón, todo el imperio de su hermosura estaba en su mirada. ¡Cuánto orgullo! ¡cuánto atrevimiento! ¡cuánta penetración! ¡con qué ascendiente irresistible imponía respeto, arrastraba voluntades y cautivaba la admiración! A quien Dios concede esa mirada no necesita de la palabra para gobernar a sus semejantes. Posee un poder de persuasión que se soporta y no se discute”.

“Era de mediana talla y fuertemente constituida, a pesar de haber sido muy delgada; su figura no era en verdad bella, pero, si se juzgaba por el efecto que producía en todo el mundo, sobrepasaba a la mejor belleza. Con aquel ascendiente irresistible ella imponía el respeto, encadenaba las voluntades, cautivaba la admiración. Su voz poseía un sonido sordo, duro, imperativo”.

Durante el primer mandato de Gamarra, Doña Francisca tuvo un rol preponderante. Algunos la llamaban “La loca”, por su audacia y su capacidad de resolver problemas en el acto. Por ejemplo, cuando en una cena formal de muchos invitados, invitó a un teniente que se ufanaba de haber cohabitado con ella. Delante de todos, Francisca le pido reafirmar los dichos o retraerse. El oficial, no tuvo más que disculparse, sin embargo, Francisca lo azotó con mano propia y delante de todos. Otros aseguraban que dominaba “prácticas masculinas”, su destreza con el caballo era notable y hay quienes incluso creían que era “un personaje de ficción”.

Pancha fue la mujer política más poderosa cuando el país dejaba de ser virreinato y empezaba a ser república. Los avatares de esa época tenían al marido combatiendo subversiones al interior del país y ella quedaba al resguardo de la nación. Aunque nunca ejerció la jefatura de Estado muchos la consideran la primera -y única- presidenta del Perú.

“Francisca Zubiaga y Bernales es la paria más grande de la historia republicana de Perú”, señala Claudia Nuñez, historiadora y autora de “La Mariscala”, al escribir sobre la vida de esta destacada mujer.

Después de los sucesos del fallido intento de colocar a Bermúdez en la presidencia, en 1832 Francisca tuvo que huir al extranjero, disfrazada de clérigo en El Callao, enrumbo hacía Santiago de Chile. Más tarde se mudó a Valparaíso, una pequeña ciudad de Chile. 

Su partida fue dolorosa, lloró hasta secar sus lágrimas por verse obligada a abandonar su país. El país que soñaba unido fuerte, restablecida Bolivia y parte de Colombia para el Perú, no se cumplía. Se iban en lágrimas negras, como las noches sombrías del convento de Santa Teresa, donde tuvo que acostumbrarse al gris de Lima de noches oscuras.

Murió en Valparaíso presa de una tuberculosis el 8 de mayo de 1835. 

Clorinda Matto de Turner, la escritora cusqueña, había dicho

“Esta mujer ha sido mucho hombre.  Debemos rescatarla del olvido, para que no se pierda en la oscuridad de los tiempos el nombre e historia de tan ilustre cuzqueña.”

La esposa del dos veces presidente de la república, el apurimeño Agustín Gamarra, el Mariscal, daba sus últimos suspiros desterrada en tierras lejanas.

Antes de morir había hecho un macabro pedido era que, una vez muerta le extrajeran el corazón y en señal de amor, después de la muerte, se lo mandaran a su esposo, el Mariscal Gamarra.

Mientras tanto, su esposo se hallaba en plena guerra de poder contra Felipe Santiago Salaverry, el apoyo que le brindaba el general boliviano, Andrés de Santa Cruz, estaba condicionado a la construcción de la Confederación Peruano-boliviana.

Dice la leyenda que el corazón de la Mariscala, “Pancha Zubiaga”, compañera de armas de Gamarra, quien en combate ayudara a su marido a conseguir el grado de Mariscal de Piquiza, llegó disecado con un peso quizá de medio kilo. Gamarra lo guardo escondido durante cinco años, entre sus vituallas de guerrero. Al cabo de ese tiempo, llegando como presidente electo en 1840 a Palacio de Gobierno, dicen que lo enterró una noche oscura y en solitario, debajo de la higuera de Pizarro el corazón de Pancha de Gamarra, para tener lo que quedaba del cuerpo de su amada, cerca de él como un sortilegio benefactor.

“Aquí dejo tu corazón amada mía. Mudo testigo de los avatares de la guerra que nos han unido estos años, en las alturas de Paria y los llanos de Lima, te guardo para siempre”  Habría dicho Agustín.

Antes de partir a la última guerra, Gamarra el presidente, estaban dadas las condiciones y tenía que partir. El Mariscal esperaba que, a su regreso de la incursión a Bolivia en 1841, pudiera enterrar el corazón de Francisca, y repatriado su cuerpo, darle cristiana sepultura en el Cementerio de Lima, Presbítero Maestro, sin embargo, la suerte del Mariscal, estaba echada: El Mariscal moriría en Ingavi Bolivia el 18 de noviembre de 1841 a manos de bolivianos que se negaban a regresar al Perú. 

Como tributo a su marido y a ella misma, guardo su corazón, para quienes el Perú siempre fue primero y murieron tratando de devolverle al Perú, sus antiguos y extensos linderos virreinales desde Pasto en Colombia, hasta Chuquisaca en Bolivia.

Luis Echegaray Vivanco

Lima, Julio del 2024

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