“No hay abanquino que no sepa nadar”. Esa frase estaba siempre acompañada de historias fantásticas. Dependiendo de quién las cuente, conocimos de cerca las travesuras en el río de las que hablaba la generación de nuestros padres, cuando no sólo se aprendía a nadar en las posas hechas con piedras en el río Mariño, sino también a jugar a ser tarzán, colgados de las ramas y donde las caídas produjeron más de un accidente que dejaba cicatrices inolvidables. Era Abancay en los años cincuenta y sesenta.
En los ochenta, seguimos con la tradición y las travesuras en el río. No era raro encontrarte con algún grupo otro de barrio, con quienes hacíamos contrapunto sobre la mejor forma de lanzarse en las posas improvisadas abajo de la piscina Riñón en el Mariño o en algún lugar más escondido hacia arriba de la famosa piscina Municipal. Tal vez el río seguía siendo el lugar donde se aprendía a nadar, para quienes, algunas veces no podíamos pagar la entrada a una piscina.
Había piscinas para todos los gustos: la olímpica de la familia Ochoa en el otro extremo de la ciudad, que era el lugar de los “más valientes” por la profundidad que tenía y donde encontrabas siempre a los amigos del barrio Magisterial conocido hasta ahora como “plasticuchayoc”, recordando los inicios de cuando era el lugar de las casitas con techos de coloridos plásticos, algún tiempo atrás. La piscina Fogón, que estaba a la salida de Abancay, camino al Cusco; las ya mencionadas Riñón y Municipal; la que apareció un poco después: El Edén; y tal vez la que tiene más historias y anécdotas: la piscina Cristal, propiedad de la familia del famoso doctor Guillermo Díaz, que estaba a cargo de su hijo, del que pocos saben su verdadero nombre y al que todos le conocen como el Chama Díaz.
La Cristal, es una piscina con agua de manantial. Estaba también al costado del río, a donde íbamos con los amigos bajando un “barranco” que produjo singulares resbalones que también son parte del recuerdo. El Chama era además gallero y su afición hizo que construyera un coliseo de gallos donde se llevaban a cabo campeonatos de gran magnitud. Aunque algunos no entendíamos de gallos, escuchábamos las historias con cargas de leyenda que contaban los abanquinos, como la del famoso gallo “virolo” del Chama, que había salido airoso varios años por su estilo de pararse de costado y reaccionar sorpresivamente para terminar con la pelea en apenas segundos. Además de bañarnos en la piscina, íbamos también a ver a ese famoso gallo que te miraba de una manera extraña. Algún libro como el de Valdelomar pudo haber sobre ese ejemplar.
Hasta ahora, cuando en algún lugar se escucha las canciones del “Cuarteto Continental”, un antiguo grupo de cumbias, uno se remonta a esas mañanas en la piscina Cristal, donde siempre te recibía el
mismo dueño, con su carisma y sobrepeso que con buen humor él asumía.
Cuando éramos niños, veíamos al Chama y su enorme corpulencia, y nos parecía increíble lo que contaban nuestros mayores: “Si te quedas hasta el final de la tarde, verás al Chama lanzándose con un mortal hacia atrás para sacar el tapón del fondo de la piscina y renovar el agua para el día siguiente”. Y quienes nos quedamos alguna vez, pudimos ser testigos de ese mortal increíble que para los abanquinos es mucho más impresionante que el “salto del fraile” del que se habla en Lima.