EL LEGADO FUJIMORI

Un Análisis Crítico y Filosófico

En el vasto panorama de la política latinoamericana, pocos nombres evocan reacciones tan encontradas como el de Alberto Fujimori.

Este enigmático líder, nacido en Lima en 1938, de padres japoneses, se presenta como un paradigma de las complejidades del liderazgo político en tiempos de crisis.

Ascendió al poder en 1990 y presidió el Perú durante una década turbulenta, dejando tras de sí un legado tan controvertido como su figura.

Su gobierno, marcado por un autoritarismo palpable, se desenvolvió en medio de una situación de extrema tensión.

La lucha contra el terrorismo, que fue uno de los ejes de su gestión, se entrelazó con acusaciones de violaciones a los derechos humanos y una corrupción institucionalizada. Su gobierno fue marcado por acusaciones de violaciones a los derechos humanos, con los casos de La Cantuta y Barrios Altos como sombríos recordatorios de un período oscuro. La dualidad de su administración es evidente en los logros y desaciertos que siguen siendo objeto de encendido debate.

Por un lado, se le reconoce por estabilizar una economía en crisis y lograr avances significativos en la lucha contra el terrorismo.

Durante su mandato, se desarrollaron importantes obras de infraestructura, como la pavimentación de carreteras y la electrificación de zonas rurales, entre otras.

También se puso fin a la escasez de alimentos y combustibles que había afectado al país durante el gobierno anterior.

Sin embargo, estos éxitos están ensombrecidos por otras acciones que desafían los principios democráticos. El cierre del Congreso, aplaudido por algunos que lo vieron como una medida contra una clase política corrupta, fue también un golpe al estado de derecho.

El desmantelamiento de los sindicatos, algunos de los cuales habían sido refugio de abusos y prevaricación, formó parte de su estrategia de control. Asimismo, la privatización de empresas estatales, aunque alineada con las corrientes económicas de la época, fue criticada por la venta de activos a precios irrisorios y el enriquecimiento ilícito de altos funcionarios.

En su entorno, individuos sin escrúpulos aprovecharon su poder para enriquecerse, mientras corrompían a otros, incluidos periodistas, que se convirtieron en meros propagandistas del régimen.

Muchos de esos pillos, usando técnicas camaleónicas, aún superviven entre los gobernantes actuales.

Se sabe que junto a su asesor Vladimiro Montesinos, extorsionó a delincuentes y narcotraficantes consiguió grandes cantidades de dinero, parte del que utilizó para coimear a muchos corruptos, algunos de los cuales fueron descubiertos y denunciados públicamente. Además de ello, existen acusaciones de que Fujimori se apropió de 6 mil millones de dólares del tesoro público e incluso hay «leyendas urbanas» que afirman que encontró El Paititi, la mítica ciudad perdida de los incas y saqueó toneladas de oro. ¿Qué habrá de cierto en ello?

Esperemos que algún día se logre saber ¿cuánto dinero habrá guardado en «paraísos fiscales»? y ¿qué llevó en la gran cantidad de valijas diplomáticas al momento de su fuga en el año 2000?, cuando el  cúmulo de escándalos de corrupción lo llevó a huir a Japón.

A pesar de su exilio, Fujimori continuó siendo una figura política activa. Su matrimonio con la empresaria japonesa Satomi Kataoka fue una maniobra para intentar evitar la justicia peruana.

Más sorprendente aún fue su intento de postularse al Senado japonés en 2007, repudiando al Perú en sus discursos y negando su nacionalidad peruana y declarándose súbdito japonés, mientras estaba detenido en Chile. Este hecho fue una afrenta al Perú.

Su extradición ese mismo año y su posterior condena a 25 años de prisión parecieron marcar el fin de su carrera política, pero no fue así.

Su influencia continuó, al punto de expresar su intención de postular a las elecciones de 2026 tras ser liberado con una controvertida decisión del Tribunal Constitucional en el 2023, lo que parece ser testimonio de una ambición inextinguible ¿política o económica?, es la pregunta. También cabe la posibilidad de que haya sido, simplemente utilizado por la desmedida ambición de sus hijos, que habiendo fracasado en sus afanes políticos, quisieron aprovechar la impronta de su padre.

El caso Fujimori plantea dilemas morales y filosóficos que trascienden las fronteras peruanas.

Nos obliga a confrontar la complejidad del juicio histórico y de la naturaleza humana. 

¿Cómo reconciliar sus logros con los abusos y los delitos?

¿Podemos separar al hombre de sus actos?

Fujimori, con todas sus contradicciones, es un reflejo de nuestra propia humanidad. Nos recuerda que cada individuo es capaz tanto de grandeza como de miseria. 

Esto nos invita a ejercer compasión, no como absolución, sino como un reconocimiento de nuestra fragilidad compartida. 

La historia, no es blanca ni negra, sino que se encuentra en un espectro de grises que desafía las categorías simples. Debemos ir más allá de las narrativas simplistas, en las que todo se reduce a héroes y villanos.

Debemos abordar incluso a las figuras más controvertidas con justicia y comprensión.

El legado de Alberto Fujimori, complejo y lleno de matices, seguirá siendo un tema de estudio y reflexión para las futuras generaciones.

En una ocasión, Winston Churchill, al hablar sobre la muerte de un rival político, dijo: “En su lecho de muerte, se enfrenta al mismo destino al que todos nosotros enfrentaremos algún día”. 

Así, dejemos que sea la historia y Dios quienes juzguen a Fujimori con la dignidad y respeto que merece todo ser humano.

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