Desde hace algunos años, se celebra el 4 de julio algo importante, que nos hace verdaderamente libres: la lectura digital. Sí, el Día Mundial del Libro Electrónico. Una efeméride que merece una ovación silenciosa desde cada rincón donde alguien abre un texto y, sin moverse de su silla, se lanza a conquistar ideas, emociones y mundos.
Leer es una de las actividades más humanas que existen. No es un lujo ni una excentricidad: es una necesidad vital para quien no quiere quedarse reducido al presente inmediato, a los mensajes breves, a la repetición de lo mismo.
Se lee para pensar mejor, para ver más lejos, para sentir más hondo. Y en un mundo que parece moverse en base a imágenes en movimiento, la lectura es un acto casi rebelde, un ejercicio de pausa que nos salva del apuro permanente.
En tiempos donde abundan las excusas para no leer —que no hay tiempo, que los libros cuestan, que cansa la vista, que me distraigo, qué es cosa del pasado—, el libro electrónico aparece como una solución más que razonable. Cabe en el bolsillo, no pesa, no se arruga ni se pierde entre mudanzas, no cuesta una fortuna y te permite llevar una biblioteca completa a donde vayas. Y no, no necesita oler a papel ni sonar a página qué pasa. Lo importante de un libro nunca ha sido su olor, sino lo que pasa cuando se abre, su contenido.
Los románticos del papel, mientras acarician el lomo de un viejo ejemplar de hojas amarillentas con olor a humedad o aspiran el aroma a tinta y papel fresco de algún libro recién impreso, suelen decir «No es lo mismo». Por supuesto que no lo es, pero eso no lo hace peor.
Leer en digital es distinto, pero igual de potente, igual de transformador. No importa si lo haces en tu teléfono móvil, en tu tablet o en un ereader (dispositivos creados exclusivamente para leer libros, con una tecnología que no distrae, cuida la vista y no cansa los ojos).
La tecnología no ha matado la lectura; al contrario, la ha democratizado. Hoy se puede acceder a miles de obras gratuitamente, se puede subrayar sin dañar las páginas, se pueden buscar palabras difíciles con solo tocarlas, se pueden marcar y compilar fragmentos, compartirlos, traducirlos, relacionarlos con otros textos.
El lector electrónico no solo nos facilita el acto de leer, sino que lo enriquece.
La lectura —en cualquier formato— es una forma de cuidado personal y colectivo. Leer reduce el estrés, mejora la concentración, ejercita la memoria, refuerza el vocabulario, desarrolla el pensamiento crítico y nos vuelve más empáticos. No hay píldora que logre todo eso en tan poco tiempo. Seis minutos leyendo bastan para bajar el nivel de ansiedad más que escuchando música o tomando té. Y además, leer es placentero. Es divertido. Es adictivo, en el mejor sentido de la palabra. Uno empieza con una historia y sin darse cuenta está atrapado en otra vida, en otro tiempo, en otra lógica.
Quienes dicen que no leen porque no tienen tiempo, tal vez no han encontrado el texto que los atrape. No hay que empezar con Dostoievski ni con tratados de física cuántica. Leer no es una competencia de erudición. Leer es encontrarse con algo que despierte la curiosidad y quedarse ahí un rato. Puede ser una novela corta, un cuento, una crónica, incluso una buena serie de microcuentos o un ensayo breve. Y una vez que se entra, uno no quiere salir. Porque leer no aburre: lo que aburre es vivir siempre dentro del propio mundo, sin escapatoria ni sorpresa.
No hay edad para leer. No hay pretextos verdaderos que justifiquen su ausencia. Y no hay formato que le reste valor. El libro electrónico no es un enemigo del libro físico, sino un aliado inesperado. No compiten entre sí; se complementan. Hay momentos para cada uno, y lo importante es que el contenido siga llegando a donde debe: a la mente y al corazón. Leer nos mejora, nos amplía, nos saca del encierro mental. Leer nos educa sin imponernos nada, nos cambia sin violencia, nos revela lo que no sabíamos que estábamos buscando.
En el fondo, lo que uno quiere con un libro es lo mismo que busca con una buena conversación: algo que le dé sentido a lo que vive, o que al menos lo nombre con claridad. A veces un solo párrafo basta para comprender lo que uno no lograba articular. A veces una frase queda resonando más tiempo que un sermón, que una charla, que una clase entera. Leer no es solo entender lo que otros piensan. Es descubrir lo que uno mismo piensa sin saberlo todavía.
Y si todavía alguien duda de que vale la pena, que se pregunte esto: ¿qué otra cosa, además del amor, tiene el poder de transformar el modo en que vemos el mundo y a nosotros mismos? ¿Qué otra actividad, sin costo alguno, sin exigencia de lugar o vestimenta, puede hacernos más lúcidos, más atentos, más compasivos? Leer no resuelve todos los problemas, claro, pero sí ayuda a mirar los problemas desde otro ángulo, con otra luz, con otras herramientas.
Celebremos, entonces, sin ruido ni pompa, el milagro de la lectura. Y hagámoslo también en digital, sin culpa ni prejuicio. Leer en pantalla no nos aleja de los libros, nos los pone más cerca. El 4 de julio es solo un recordatorio amable de que tenemos en nuestras manos una tecnología que puede ayudarnos a pensar mejor, a sentir mejor, a vivir mejor. Que no se nos pase la fecha sin abrir aunque sea una página, sin dejarnos llevar por alguna historia, sin hacer ese pequeño gesto cotidiano que, aunque parezca mínimo, tiene el poder de cambiarnos la vida. Porque eso es lo que hacen los libros. Y por eso, simplemente, hay que leer.