En su desolada choza de adobe, Casiano observa, antes de coger una botella casi vacía, de la que da un gran sorbo a pico, antes de volver a esconderla bajo la cama. Víctima del consumo habitual de trago barato que le causó polineuritis, sus manos de agricultor, antes fuertes, ahora tiemblan débiles. Con 42 años, ha consumido la mitad de su vida bajo el alcoholismo, obligando a su hijo a abandonar los estudios para sostener a la familia. Cada día murmura un arrepentimiento que no borra el daño causado, mientras el líquido ardiente calienta su estómago, pero le recuerda su calvario.
El genocidio silencioso del alcohol clandestino
Para nadie es un secreto que el alcoholismo es uno de los flagelos que castiga a nuestra sociedad.
No solo es causante de extrema pobreza, atenta contra la familia, fomenta la desnutrición, la violencia, genera descuido e irresponsabilidad con los hijos, propicia accidentes, violaciones, suicidios, enfermedades neurológicas, hemorrágicas, hepáticas entre otras.
Las estadísticas policiales, afirman que más del 80% de las detenciones son por causa de alcohol,siendo el 30% menores de edad. Más de la mitad de los accidentes de tránsito, son producidos por la alcoholización de los conductores.
Las estadísticas indican que el peruano mayor de 14 años, bebe un promedio de 7 litros de alcohol absoluto al año. Y lo que es peor aún, muchos beben alcohol de pésima calidad.
Nuestro departamento parece un lienzo de sufrimiento pintado con lágrimas invisibles propiciadas por el alcohol barato, no apto para consumo humano (alcohol para uso industrial : etílico y metílico).
Algunos dedicados investigadores, especialistas en temas de salud, cómo Reynaldo Guerrero, alertan sobre este problema, que ya se creía controlado, pero que ha vuelto con mucha fuerza.
Se sabe que hay fabricantes y comerciantes inescrupulosos que lo expenden mezclándolo con alcohol de buena calidad, por puro afán de lucro, ocasionando perjuicios que, cuál nubes oscuras, ensombrecen todo Apurímac, un territorio donde parece ser que la esperanza se mide en sorbos y donde cada trago es un epitafio anticipado.
Los apus son testigos silenciosos de una tragedia que se destila gota a gota y contemplan impasibles cómo la muerte líquida consume a generaciones enteras.
En los campos, en los mercados polvorientos, en las chozas de adobe, el alcohol clandestino ya ha tejido su red de destrucción, dónde hay muchas historias trágicas como la de Casiano.
Cifras brutales y escandalosas
Tres mil litros o doce mil botellas de alcohol es lo que se consume cada día en Apurímac. Cifras que dejan de ser estadísticas para convertirse en gritos. Cada número representa un rostro, dolor para los allegados e historias truncadas, sueños que se evaporan más rápido que el alcohol consumido.
El 81% de las muertes prematuras en Andahuaylas, Abancay y Chincheros tienen un mismo verdugo: la cirrosis hepática. Un porcentaje que no es un accidente, sino una sentencia social construida metódicamente por la indiferencia, la pobreza y la complicidad sistémica.
La ruta del veneno
El alcohol clandestino no nace en Apurímac. Viaja. Como un virus mortal, desde los antiguos ingenios azucareros de la costa peruana o de tierras bolivianas, atravesando rutas clandestinas en cilindros o cisternas, burlando controles, hasta llegar a los últimos rincones de la región para ser consumido por humanos en vez de ser usado como combustible o insumo de procesos industriales.
Camiones cisterna con capacidad para 8,000 galones o cargados de cilindros. Conductores que conocen cada recoveco, cada atajo. Intermediarios que transforman el alcohol industrial en una bebida que promete calor y alegría, pero termina consumiendo el alma. Un ecosistema perfecto de muerte organizada.
Veinte mil soles de inversión. Ganancias que se duplican con la misma facilidad con que se destruyen vidas.
El negocio no es solo lucrativo, es obsceno. Cada botella vendida es un contrato con la muerte, firmado en la miseria de la desigualdad.
Los daños corporales y sociales
Los efectos del consumo de alcohol clandestino no se limitan al individuo:
- Atrofia cerebral: El 45 % de los consumidores crónicos pierden capacidades cognitivas.
- Polineuritis: Un tercio queda incapacitado para trabajar.
- Esperanza de vida: Se reduce a 45 años en promedio.
A nivel familiar y social:
- Los hijos de alcohólicos
- tienen bajo rendimiento escolar.
- tienen problemas de adaptación social
- tienen mayor probabilidad de entrar en conflicto con la ley
- tienen mayor posibilidad de ser también alcohólicos.
- Ciclos de violencia y marginalidad que se reproducen generacionalmente.
No son solo estadísticas. Son cuerpos reales que se desmoronan:
Los aliados del mal: pobreza y desidia
En una región golpeada por la extrema pobreza, el alcohol clandestino se convierte en refugio, a un precio devastador. Dos soles, es el precio del boleto hacia la autodestrucción.
Las festividades, las faenas comunales, los momentos de encuentro, todo está contaminado por este líquido mortífero.
La chicha de jora, bebida que alguna vez fue parte de festejos y hasta rituales culturales, ha sido reemplazada por este veneno industrial. No es solo un cambio de bebida; es la destrucción de un tejido social..
Leyes pintadas
La Ley 26842 existe. Establece claramente que el alcoholismo es un problema de salud pública. Pero las leyes, como el papel, no sangran. No sufren. No lloran.
Los operativos son muy esporádicos porque la corrupción permea los sistemas de control. Las autoridades locales y nacionales brillan por su ausencia, y su indiferencia es más letal que cualquier botella.
Un llamado urgente a la acción
Es necesario algo más que señalar el problema: necesitamos soluciones integrales y efectivas.
- Rehabilitación
- Programas médicos y psicológicos.
- Reinserción social y laboral.
- Desarrollo económico local
- Incentivos para los pequeños productores
- Fomentar pequeños emprendimientos.
- Capacitación técnica y acceso a microcréditos supervisados.
- Educación y prevención
- Campañas escolares sobre los riesgos del alcohol.
- Promoción de principios, valores y refuerzo de la identidad cultural.
Reflexión final
Decía Benjamín Franklin: «La falta de cuidado en pequeñas cosas lleva a la ruina en grandes asuntos». El alcohol clandestino no es solo un líquido; es una tragedia líquida que consume vidas, sueños y comunidades enteras.
Apurímac no merece ser un terreno baldío de esperanzas quebradas, no merece ser el escenario dónde irresponsables lucran a costa del sufrimiento de los más pobres. Su gente merece más: merece vivir con dignidad, no sobrevivir atrapada en un ciclo de pobreza y destrucción.
Hoy, hacemos un llamado al compromiso social: a las autoridades, para cumplir con su deber; a las comunidades, para exigir un cambio; y a cada uno de nosotros, para ser agentes de transformación.
Porque en Apurímac, cada vida importa, y cada esfuerzo puede marcar la diferencia entre la muerte líquida y un futuro lleno de vida.
Nota: Artículo escrito con la colaboración y asesoría de Reynaldo Guerrero
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