EL MORRO DE ARICA

por Carmen Mariela Miranda
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Reinicio

Relatos Insolentes VIII

Durante mi permanencia en la heróica ciudad de Tacna, un poco más de 10 años, tuve la oportunidad de conocer y visitar en varias oportunidades, el emblemático Morro de Arica, la primera vez que fui, sentí tanta emoción y nostalgia, pensar que fue parte  de nuestro territorio y que nos fue arrebatado en la Batalla de Arica, durante la  la Guerra del Pacífico.

Nosotros tenemos nuestra propia historia y según los historiadores y lo que nos impartieron en las aulas, sabemos cómo sucedieron los hechos, sin embargo, los chilenos tienen la suya.

Los que tuvieron la oportunidad de visitar el peñón histórico, ahora un museo, sabrán que durante el recorrido hay una grabación que se repite una y otra vez en altavoz, es inevitable no oirlo, el relato que hacen los chilenos, es una historia totalmente diferente a la nuestra. Sentí tanta impotencia de no poder refutarla o reclamar que así no era, en resumen, somos los malos de la película, total, estaba en territorio ajeno, ese suelo que ya no es nuestro y quién era yo para decirles lo contrario.

Bueno, en realidad la intención de este relato no era este, pero no podía dejar de mencionarlo y compartir este sentimiento, ya que dentro de unos días, 07 de junio, se conmemora el 144 aniversario del Asalto y Toma del Morro de Arica, así como también el día de nuestra bandera.

El relato que quiero compartir, es sobre el Morro de Arica abanquino, ese peñón ubicado al final de la calle Santa Rosa, cerca a mi casa, tenía una vista espectacular, se podía apreciar el colegio Miguel Grau, toda la avenida Seoane, El Olivo, el estadio y al pie recorría el río Chinchichaca, musa de inspiración de los grauinos de ese entonces.

Por los años 80s no existía el actual puente que une la calle Santa Rosa con la Seoane, si queríamos acortar el camino, lo hacíamos bajando el morro, sólo si no había agua en el río, aunque casi siempre estaba seco, salvo en las épocas de lluvias, de lo contrario, no podíamos atrevernos a cruzarlo.

Era una ruta muy habitual que recorríamos mi pinky  Cinthya y yo para visitarnos, ella vivía en la Av. Seoane, por lo menos una vez al día pasábamos por allí, por un caminito empinado, qué más parecía que era para cabras 😂
Una de esas tardes calurosas, después de concluir las tareas escolares en mi casa, Cinthya y yo nos dirigimos hacia su casa, la idea era preparar unas deliciosas melcochas.

Antes de llegar al morro había un grupo de muchachos tocando  guitarra y cantando, creo que fue la emoción de oirlos o tal vez de impresionarlos, pero de un momento a otro, mi amiga empezó a bajar corriendo el morro, me quedé atrás observando atónita como iba acelerando cada vez más, flash le quedó chico,  a medida que corría iba gritando: “tatatataaaaánnnn….” y luego sassssss!!!!!! Vino el aterrizaje, mismo sapo volador, como diría ella, cayó de bruces, qué tal aterrizaje!!!

Pensé que se pondría de pie inmediatamente, pero seguía ahí, tirada con la frente apoyada sobre los brazos cruzados, eso ya me preocupó, así que bajé un poco más rápido pero con mucho cuidado. “Cinthya, estás bien?”. Ella alzó la cabeza y a decir verdad, no pude resistir las carcajadas, mi amiga parecía sobrina de Condorito, tuvo tan mala suerte de haber aterrizado sobre una piedra y justo el golpe fue en la nariz, me miró y se puso a llorar, me sentí tan mal por haberme reído y empecé a consolarla, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no seguir riéndome, ese detalle de la nariz le hacía ver rara y graciosa, parecía un personaje de dibujos animados.

Poco a poco se puso de pie y empezó a desempolvar la tierra que tenía en todo el cuerpo y también la ayudé. Ya calmada empezó a reírse, era signo de que no era tan grave lo que le pasó, al mismo tiempo estaba preocupada de lo que podrían decirle sus papás.

Para mala suerte, el que nos recibió en casa fue don Amílcar, pensamos que nos requintaría, pero al verla, tampoco pudo resistir la risa. Ella  dijo que yo la había empujado, obviamente di mi versión y supongo que me creyó, movió la cabeza y sólo atinó a decirnos: ” Eso les pasa por cabras”.

Mi enojo fue más fuerte que las ganas de comer melcochas, porque quiso culparme de su caída y sin pensarlo dos veces, agarré mi bolsa de azúcar y me fui,  regresé a mi casa por el mismo caminito empinado,  atravesando el río casi seco,  ese caminito del Morro de Arica, aquel que ahora ya no existe y que permanece en nuestros recuerdos, ya que formó parte de nuestras vivencias colegiales.

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2 com.

Cynthia Velarde 02/06/2024 - 6:05 pm

Aún tengo las huellas de esa caída y estoy segura que me empujaste Camuchita Miranda te conozco

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Antonio Zavalaga 06/06/2024 - 5:18 pm

Asu, qué bonito relato de las vivencias escolares…!!!! Si pues, aunque no queda claro si fue o no un accidente premeditado, lo cierto es que la amistad cimentada en la época escolar, perdura por siempre y lo demás son hechos anecdóticos, que es parte de la vida misma. Lo que sí queda claro, es que, se trata de un recuerdo anecdótico de “dos cabras” tratando de llamar la atención de unos muchachitos cantarines. Abancay, es un valle hermoso, encantador, mágico, pintoresco, de clima radiante; pero, lo más bello de Abancay es su gente. No hay Abanquino malo. Son personas súper amables, buenas, querendonas, hospitalarias, amigueras, respetuosos, solidarias. En fin, no hay Abanquino malo. Gracias Camucha y Cinthya, por compartir y ser parte de esta bonita aventura juvenil del tiempo de los años maravillosos. Saludos.

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