El apego a la honestidad y los principios nos hacen ser exigentes incluso con aquello que está en la dimensión de los meno importante, hasta que nos damos cuenta de que en un momento debemos aceptar que, entre los generadores muy esenciales, del placer de disfrutar el lado amable de la vida, como le llamo al arte y al deporte, hay muchos personajes cuyas existencias no son específicamente ejemplares.
Roberto Challe, el “niño terrible” está en ese nivel de los diferentes, de los que nacieron tocados por la divinidad del talento y cuya vida fue una permanente instancia de momentos con lo reprobable. Lo conocí, vaya si lo conocí.
A la distancia, desde las tribunas en los finales de los 70, cuando en los campeonatos nacionales disfrute en vivo de sus genialidades en cancha.
Luego, desde los 90 como entrenador, admiré su influencia en sus equipos, donde fue más que un director, pues su manera simple de ver las cosas y de decirlas a sus jugadores, reflejaba lo que quería que sea el fútbol de sus equipos, donde la libertad de hacer se relacionaba con la capacidad y el talento individual y el estilo de juego con el reconocimiento transversal de los integrantes.
Conocí de ello gracias a que, por mi trabajo, entonces en la Benemérita GC, en algunos momentos pude disfrutar de cerca, el día a día en las concentraciones, los entrenamientos y durante los partidos, especialmente cuando estuvo en la selección. Esa fue una rica manera de disfrutar del fútbol, deporte que tanto me apasiona, por obra y gracia de genios como Roberto.
Es verdad que está el otro lado de este ser tan especial y diferente. De eso, tampoco me lo contaron, fui testigo y participe de esos momentos en San Borja, su barrio, cuando con su comportamiento fuera de sus cabales, causó dolor a su familia, y porque estuve ahí en algún momento, después de esos difíciles, sé que luego ya en su consciente, ese dolor se le cargó a él mismo. Y había personas fieles a él que siempre intentaron ayudarlo.
Pero, sobre todo, su familia que no lo abandonó. Su esposa y sus hijos, cada cuál más víctima, no permitieron que se desgaste el afecto, que se esfume el amor, y hoy están con él ahí, en su momento más difícil, cuándo a los amigos de papel se los llevó el viento y lo abandonaron, desde hace buen tiempo.
Esta foto es el retrato de ese amor, de su lucha actual en la que no está solo, y nunca volverá a estarlo.
Es cuando los peruanos de mi generación, sin distinción de color de camiseta, deben darle el reconocimiento que se merece, por los buenos momentos, que fueron muchos y demasiados, porque el legado de este señor que se expresaba en una sonrisa, se debe calibrar por las alegrías vividas en un país generalmente invadido por la tristeza.
Vive lo que tengas que vivir Roberto del barrio y la pichanga, de la estrategia y los geniales lances, que lo que hiciste desde ya, no vale todo lo bueno que hoy puedas tener, porque mereces más, te lo digo con todo mi afecto, desde mi trinchera crema.