Imagina que tienes pan y yo dinero. Hacemos el trato más antiguo del mundo: mi moneda por tu hogaza. Cuando nos despedimos, yo cargo el pan que tú ya no tienes, tú guardas el dinero que dejó de ser mío. El universo no ganó nada. Solo hubo redistribución, una danza de manos vacías que se llenan vaciando otras.
Ahora bien.
Supón que conoces un poema— digamos esos versos de Verlaine donde llueve en el corazón como llueve sobre la ciudad— y que dominas el teorema de Pitágoras, esa verdad perfecta donde los cuadrados bailan en los lados de un triángulo.
Yo llego con las manos y la mente vacías. Tú me lo compartes todo, me lo regalas, y algo extraordinario sucede:
Al final, ambos lo tenemos. Tú no perdiste ni una sílaba, ni una fórmula. Yo gané un mundo.
En el primer caso, el pan, estamos ante la aritmética implacable del tener: uno resta para que el otro sume. Es el reino de lo que se agota, de lo finito y lo celoso, donde cada cosa solo puede estar en un lugar.
Pero en el segundo caso, el poema, el teorema, entramos en otra matemática: la multiplicación milagrosa donde dar es quedarse y recibir no es quitar.
Uno es comercio. El otro, cultura.
Uno administra la escasez. El otro fabrica abundancia de la nada, como si cada idea fuera una vela que puede encender infinitas otras sin apagarse jamás.
Y ahí está la diferencia luminosa: las mercancías dividen el mundo, el conocimiento lo multiplica.
— Inspirado en Michel Serres
El filósofo francés Michel Serres solía ilustrar la diferencia entre mercancía y cultura con una distinción tan simple como profunda: «Si usted tiene un pan y yo tengo un euro, y yo voy y le compro el pan, yo tendré un pan y usted un euro… un equilibrio perfecto. Pero si usted tiene un soneto de Verlaine, o el teorema de Pitágoras, y yo no tengo nada, y usted me los enseña, al final de ese intercambio yo tendré el soneto y el teorema, pero usted los habrá conservado. En el primer caso, hay equilibrio. Eso es mercancía. En el segundo, hay crecimiento. Eso es cultura.» Esta observación, expresada en lenguaje poético, revela algo esencial sobre la naturaleza del conocimiento: que a diferencia de los bienes materiales, no se agota al compartirse, sino que se multiplica.
Y, a proposito, al citar a Paul Verlaine. se debe mencionar que su vida fue difícil y tortuosa. Pero eso no le impidió crear una obra poética que influyó en movimientos literarios posteriores como el modernismo. A continuación 5 poemas de Paul Verlaine.
Grotesco
Sus piernas por toda montura,
Por todo bien el oro de sus miradas,
Por el camino de las aventuras
Marchan harapientos y huraños.
El prudente, indignado, los arenga;
El tonto compadece a esos locos aventurados;
Los niños les sacan la lengua
Y las chicas se burlan de ellos.
Sin más que odiosos y ridículos,
Y maléficos, en efecto,
Y tienen el aire, en el crepúsculo,
De un mal sueño.
Y con sus agrias guitarras,
Crispando la mano de los liberados,
Canturrean unos aires extraños,
Nostálgicos y rebeldes
Y es, en fin, que sus pupilas
Ríe y llora – fastidioso-
El amor de las cosas eternas,
¡Viejos muertos y antiguos dioses!
Id, pues, vagabundos sin tregua,
Errad, funestos y malditos,
A lo largo de los abismos y de las playas
Bajo el ojo cerrado de los paraísos.
La naturaleza del mundo se aísla
Para castigar como es preciso
La orgullosa melancolía
Que te hace marchar con la frente alta,
Y, vengando en ti la blasfemia
De inmensas esperanzas vehementes,
Hiere tu frente de anatema.
En el balcón
En el balcón las amigas miraban ambas como huían las golondrinas
Una pálida sus cabellos negros como el azabache, la otra rubia
Y sonrosada, su vestido ligero, pálido de desgastado amarillo
Vagamente serpenteaban las nubes en el cielo
Y todos los días, ambas con languideces de asfódelos
Mientras que al cielo se le ensamblaba la luna suave y redonda
Saboreaban a grandes bocanadas la emoción profunda
De la tarde y la felicidad triste de los corazones fieles
Tales sus acuciantes brazos, húmedos, sus talles flexibles
Extraña pareja que arranca la piedad de otras parejas
De tal modo en el balcón soñaban las jóvenes mujeres
Tras ellas al fondo de la habitación rica y sombría
Enfática como un trono de melodramas
Y llena de perfumes la cama vencida se abría entre las sombras
Las conchas
Cada concha incrustada
En la gruta donde nos amamos,
Tiene su particularidad.
Una tiene la púrpura de nuestras almas,
Hurtada a la sangre de nuestros corazones,
Cuando yo ardo y tú te inflamas;
Esa otra simula tus languideces
Y tu palidez cuando, cansada,
Me reprochas mis ojos burlones;
Esa de ahí imita la gracia
De tu oreja, y aquella otra
Tu rosada nuca, corta y gruesa;
Pero una, entre todas, es la que me turba.
Mi sueño
Sueño a menudo el sueño sencillo y penetrante
de una mujer ignota que adoro y que me adora,
que, siendo igual, es siempre distinta a cada hora
y que las huellas sigue de mi existencia errante.
Se vuelve transparente mi corazón sangrante
para ella, que comprende lo que mi mente añora;
ella me enjuga el llanto del alma cuando llora
y lo perdona todo con su sonrisa amante.
¿Es morena ardorosa? ¿Frágil rubia? Lo ignoro.
¿Su nombre? Lo imagino por lo blando y sonoro,
el de virgen de aquellas que adorando murieron.
Como el de las estatuas es su mirar de suave
y tienen los acordes de su voz, lenta y grave,
un eco de las voces queridas que se fueron…
Te ofrezco
Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas,
Mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla;
No quieran destrozarlo tus manos cariñosas,
Tus ojos regocije mi dádiva sencilla.
En el jardín umbroso mi cuerpo fatigado
Las auras matinales cubrieron de rocío;
Como en la paz de un sueño se deslice a tu lado
El fugitivo instante que reposar ansío.
Cuando en mis sienes calme la divina tormenta,
Reclinaré, jugando con tus bucles espesos,
Sobre tu núbil seno mi frente soñolienta,
Sonora con el ritmo de tus últimos besos