EL PAPA DE LOS CAMINOS ROTOS: LEÓN XIV

Cuando el Humo Blanco Sorprendió al Mundo

El 8 de mayo de 2025, a las 18:07 horas, el humo blanco ascendió desde la chimenea de la Capilla Sixtina.

En el Perú estábamos por llegar al mediodía, y nosotros como el mundo entero contuvimos el aliento, y lo que vino después, nadie lo esperaba, fue algo imprevisto, fue algo que haría temblar los cimientos de siglos de tradición vaticana.

El cardenal protodiácono Dominique Mamberti apareció en el balcón central de la Basílica de San Pedro. Su voz atravesó la plaza como un relámpago: «Habemus Papam! Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Robertum Franciscum, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Prevost…»

León XIV. El primer papa estadounidense de la historia. Un hombre nacido en Chicago pero forjado en los Andes peruanos. Un agustino que pasó años caminando entre los olvidados, que nunca buscó el poder y que ahora sostiene en sus manos el destino de 1.200 millones de almas.

Este no es solo un papa diferente. Es algo más inquietante, más hermoso: un verdadero pastor que huele a ovejas, un misionero que nunca dejó de serlo, un hombre que eligió los caminos rotos cuando todos le ofrecían el palacio.

¿Quién es realmente León XIV?

Chicago, 14 de septiembre de 1955. Hospital Mercy, donde nació Robert Francis Prevost. Pero fue en Dolton, un suburbio que abraza el South Side de Chicago, donde creció. Una casa modesta de ladrillo en el 212 East 141st Place, donde el olor a libros y música se mezclaba con el sonido de oraciones susurradas al amanecer.

Su padre, Louis Marius Prevost, era educador —primero superintendente escolar del Distrito 169, luego del Distrito 167 de Glenwood, y finalmente director de la escuela primaria Mount Carmel en Chicago Heights. Un hombre de origen franco-italiano que había servido como teniente de la Marina en el Mediterráneo durante la Segunda Guerra Mundial, que volvió con el deseo de educar, de formar mentes jóvenes, de sembrar esperanza en salones de clase.

Robert Prevost (izq), junto a sus hermanos mayores Luis Martín y John Joseph.

Su madre, Mildred Martínez Prevost, conocida cariñosamente como «Millie», era bibliotecaria con alma de artista. Había estudiado en DePaul University, donde se graduó con honores en educación en 1947, con treinta y cuatro años —una mujer que había esperado su momento, que había elegido su camino con la misma determinación con la que más tarde elegiría el amor. De ascendencia criolla de Nueva Orleans, descendiente de Louisiana Creoles que habían migrado a Chicago a principios del siglo XX, llevaba en su sangre el mestizaje de África, el Caribe y Europa. Su voz de contralto llenaba la iglesia de St. Mary of the Assumption cada domingo, como órgano viviente. Tocaba el órgano de la parroquia con dedos que conocían tanto las teclas como las páginas de los libros que custodiaba.

Dos hermanos mayores: Louis Martin y John Joseph. Una familia unida por la fe como quien teje una red que no se rompe.

Robert era un muchacho callado: que prefería leer las vidas de santos a los partidos de béisbol, que preguntaba demasiado en el catecismo, que miraba por la ventana como si buscara algo que todavía no existe en este mundo. Sus compañeros de la escuela St. Mary’s recuerdan que oraba con las manos alzadas hacia el cielo durante toda la misa, sin cansarse nunca, sin doblar los dedos como hacían los demás niños. «Era piadoso,» dijo una compañera, «pero no de manera que te molestara. Era parte de su aura, como si hubiera sido elegido desde siempre.»

A los doce años, algo poderoso tocó su corazón. Visitó un misionero agustino la parroquia y habló de América Latina, de selvas, de gente sin nombre en los mapas. Robert, con esa certeza extraña que a veces tienen los niños, supo que ese era su camino.

Y esa certeza lo llevó, años después, al seminario agustino. En 1973 planeaba asistir al Tolentine College en Olympia Fields, Illinois, pero cerró ese mismo año. Sin inmutarse, se matriculó en Villanova University en Pennsylvania, donde se licenció en Matemáticas en 1977. Pero su corazón latía por algo mucho más misterioso. Tomaba cursos electivos de hebreo y latín —algo inusual para alguien que no estudiaba teología. Vivía en la casa agustina, trabajaba como cuidador del cementerio de la iglesia St. Denis para pagarse los estudios, y leía a San Agustín como quien lee cartas de amor.

El 1 de septiembre de 1977, entró como novicio en la Orden de San Agustín, Provincia de Nuestra Madre del Buen Consejo.

Estudió Filosofía y Teología en la Catholic Theological Union de Chicago. Sus compañeros recuerdan a alguien que escuchaba más de lo que hablaba. Uno de ellos dijo: «Tenía una mirada que atravesaba las paredes.»

1982: Ordenación sacerdotal en junio, en el Augustinian College of Saint Monica. Apenas veintisiete años. Y entonces tomó la decisión que haría temblar su árbol genealógico: rechazó las cómodas parroquias estadounidenses y pidió un destino que nadie entendió. Perú.

Los Años Descalzos: Cuando un Gringo se hizo Andino

Entre 1985 y 1998, con interrupciones para estudiar en Roma, Robert Prevost vivió lo que pocos obispos y menos papas han vivido: la vida real de los pobres.

Robert Prevost como sacerdote junto a Juan Pablo II en 1982.

Primero fue a Roma en 1984, donde obtuvo su Licenciatura en Derecho Canónico. Durante ese tiempo aprendió italiano. Defendió su tesis doctoral en 1987 sobre el papel del prior local en la Orden de San Agustín, haciéndose Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino.

Pero siempre volvía a Perú.

En 1985 llegó a la Prelatura Territorial de Chulucanas en Piura, donde sirvió como canciller y ayudante del obispo John McNabb. Su primer año lo pasó en labores de auxilio tras las devastadoras tormentas de El Niño que azotaron la región. Luego enseñó derecho canónico en el seminario diocesano de Trujillo durante diez años. Visitó comunidades en Apurímac.

Por aquellos años había todavía rincones a los que ni la electricidad ni el agua corriente se dignaban asomarse. Lugares donde las carreteras —cuando existían— no eran más que hilos de tierra temblorosa, y donde resultaba más prudente confiar en el paso sereno de una bestia que en el capricho de cualquier vehículo de cuatro ruedas.

Allí, el Padre Roberto —como lo llamaban— se convirtió en leyenda viva.

Perfecciono su español que adquirió un acento andino que nunca lo abandonaría. Vivía en casas de adobe compartidas con familias indígenas que sobrevivían —más que vivían— al día.

Celebraba misas bajo árboles centenarios, con el viento como órgano y los pájaros como coro. Enseñaba en seminarios y servía como vicario parroquial sin quejarse jamás.

Fueron años de pobreza que muerde, de enfermedades que acechan. Nunca se rindió.

Construyó escuelas con sus propias manos. Medió entre comunidades que se odiaban desde tiempos inmemoriales. Llevó esperanza a lugares donde la Iglesia había sido apenas un rumor lejano.

Una vez dijo, años después, con esa voz suave que parece salir de un pozo profundo: «En Perú aprendí que la fe no es un edificio de piedra. Es un abrazo en medio de la tormenta.»

En 1987, tras defender su tesis, volvió brevemente a Estados Unidos como director de vocaciones y misiones de la provincia agustiniana en Illinois, y trabajó con el noviciado agustino en Oconomowoc, Wisconsin. Pero en 1988 regresó a Perú. Siempre volvía.

Roma comenzó a tomar nota. En 1999 lo llamaron. En 2001 lo nombraron Prior General de toda la Orden de San Agustín. Cargo que ocupó hasta 2013.

El 28 de agosto de 2006, el Papa Francisco y el entonces cardenal Robert Prevost, ahora Papa León XIV, concelebraron una misa en Buenos Aires. Jorge Mario Bergoglio era Arzobispo de Buenos Aires y Prevost, Superior General de la Orden de San Agustín.

Recorrió cuarenta países. Pero seguía siendo el mismo: abrigo raído, cuarto sencillo, invitaciones a eventos de élite que rechazaba con cortesía firme.

Su lema era simple, devastador: «El poder es un espejismo. Solo el servicio perdura.»

Chiclayo: La Misión Imposible

3 de noviembre de 2014. El Papa Francisco tomó una decisión que movería muchas piezas a la vez. Encargó a Prevost la administración apostólica de Chiclayo y lo elevó a obispo titular de Sufar (una antigua diócesis en lo que hoy es el norte de Argelia).

Un mes después, el 12 de diciembre —festividad de Nuestra Señora de Guadalupe— fue ordenado obispo en la catedral de Santa María.

Chiclayo no andaba bien, habia ciertas cosas que no estaban derechas del todo en el manejo financiero, y una feligresía un poco relajada. Las sombras eran largas y los problemas preocupantes.

Misión imposible, dijeron. Llamado de Dios, respondió él.

El 26 de septiembre de 2015, Francisco lo nombró obispo pleno de Chiclayo. Su lema episcopal: «In Illo uno unum» —palabras de San Agustín que significan «en aquel uno, somos uno.»

Desde el primer día, Prevost rompió moldes. La residencia episcopal —mansión colonial con jardines idílicos— quedó vacía. Él se instaló en una casa sencilla cerca del mercado.

Cada mañana los vecinos lo veían comprando pan, conversando con vendedores de frutas, preguntando por los nietos de la señora que vendía desayunos.

—No quiero ser un señor feudal —dijo en una homilía—. Quiero ser un pastor que huele a sus ovejas —citando al Papa Francisco—. Que las ovejas sepan que camino con ellas.

Pero su verdadera revolución fue interna. Convocó a todos los sacerdotes. Sin alzar la voz, con esa calma que hace temblar a los torcidos, les dijo:

—La Iglesia no es negocio ni club privado. Acá trabajamos o nos vamos.

Semana Santa, marzo de 2020, antes de la pandemia. El Papa León XIV, en ese entonces obispo de la Diócesis de Chiclayo. Foto: Diócesis de Chiclayo.

Reorganizó las finanzas diocesanas. Fondos que antes se evaporaban misteriosamente, de pronto, alimentaban escuelas y comedores. ¡Cuánto bien se puede hacer cuando los recursos no se escurren en el camino! Implementó protocolos estrictos para casos de abuso, con auditorías externas y transparencia que quemaba los ojos a quienes preferían la penumbra.

Visitó aldeas remotas, caminando horas bajo un sol que derrite hasta las piedras.

En marzo de 2018 fue nombrado segundo vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana. En 2019, el Papa Francisco lo designó miembro de la Congregación para el Clero. En 2020, de la Congregación para los Obispos.

En abril de 2020, Francisco añadió otro encargo: administrador apostólico de la diócesis del Callao. Prevost no se quejó. Trabajó.

En tres años, Chiclayo mostró mejoras en transparencia. Las iglesias volvieron a llenarse. No por obligación. Por esperanza.

Una anciana dijo, con voz quebrada: «El obispo Roberto no es de los que hablan mucho. Pero cuando lo hace, sus palabras pesan como montañas.»

Roma Otra Vez: El Arquitecto Silencioso

30 de enero de 2023. El Papa Francisco convocó a Prevost a Roma. Le ofreció uno de los cargos más poderosos de la Iglesia: Prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina.

El puesto que decide quiénes liderarán la Iglesia en todo el mundo.

Prevost, fiel a su estilo, titubeó:

—Santo Padre, no estoy hecho para los despachos.

Francisco, con esa sonrisa que conoce demasiado de resistencias nobles, insistió:

—La Iglesia necesita tu silencio, Robert. Porque en él habla Dios.

Fue promovido a arzobispo. El 30 de septiembre de 2023, Francisco lo creó cardenal, asignándole el diaconado de Santa Mónica. El 6 de febrero de 2025, pocos meses antes del cónclave, Francisco —consciente de sus potencialidades y con amorosa previsión— lo elevó a cardenal-obispo, asignándole la diócesis suburbicaria de Albano.

Como prefecto, Prevost transformó el proceso de selección episcopal. Priorizó líderes con experiencia pastoral, alejados del clericalismo, comprometidos con los marginados. Desde su oficina austera —sin aire acondicionado en pleno verano romano— revisaba cada candidato con la meticulosidad de un matemático y la compasión de un misionero.

En octubre de 2023, Francisco lo nombró miembro de siete dicasterios adicionales y de la Pontificia Comisión para la Ciudad del Vaticano.

Sin que el mundo lo notara, estaba sembrando las semillas de una Iglesia más humana.

Pero no todos celebraban su influencia. Cardenales europeos, acostumbrados a controlar los nombramientos como quien mueve fichas de ajedrez, lo veían con recelo. En los cafés romanos circulaban rumores:

—¡Prevost es peligroso! No busca poder. Eso lo hace impredecible.

Algunos lo llamaban «el Arquitecto Silencioso.» Otros, en susurros, «Papabile.»

Lo que nadie sospechaba era que aquel hombre sencillo, que aún llevaba en su maleta una cruz de madera tallada por las manos de un niño peruano, estaba a un solo paso de trastocar la historia.

El Cónclave: Cuando el Candidato Oscuro Brilló

21 de abril de 2025. La muerte del Papa Francisco sumió al mundo en luto y al Vaticano en incertidumbre.

El 7 de mayo comenzó el cónclave. Ciento treinta y tres cardenales electores entraron a la Capilla Sixtina. La Iglesia estaba dividida: progresistas pedían reformas audaces, conservadores exigían volver a las raíces.

Los nombres favoritos resonaban en los medios: Matteo Zuppi, el italiano carismático. Peter Turkson, el africano defensor de la justicia social. Luis Antonio Tagle, el filipino de sonrisa contagiosa.

Pero en los pasillos vaticanos, otro nombre comenzaba a circular. Casi como secreto. Como susurro. Robert Prevost.

El propio Prevost lo sabía improbable. Le escribió a un amigo: «Soy americano. No puedo ser elegido.» El mundo veía su nacionalidad estadounidense como obstáculo: ¿cómo elegir a alguien de una superpotencia?

Las primeras votaciones fueron caóticas. Ningún candidato alcanzaba los dos tercios necesarios.

En la segunda jornada, algo cambió. Un cardenal latinoamericano, inspirado por una conversación nocturna, propuso a Prevost:

—Es un hombre sin enemigos. Un pastor que conoce el mundo, no solo los libros. Representa un digno punto medio.

Su nombre empezó a ganar votos. Tímidamente primero. Luego, como avalancha.

¿Por qué Prevost? Porque era un equilibrio imposible: norteamericano, pero con alma latina. Académico, pero con callos en las manos. Reformista, pero sin retórica polarizante. Su vida en Perú lo hacía irrefutable para el sur global. Su origen estadounidense, un símbolo para el norte.

Y sobre todo: no tenía escándalos ni ambiciones visibles. No tenía sed de poder.

Un grupo de cardenales conservadores intentó bloquearlo. Argumentaron que un papa americano podría ser «manipulado por Washington.»

Sus objeciones se desvanecieron ante un argumento irrefutable:

—Prevost no pertenece a nadie. Más que a Dios.

8 de mayo de 2025, cuarta votación. El milagro.

Iba a ser mediodía en el Perú y algo más de las 6 de la tarde en Roma, cuando junto a mi madre mirábamos la pantalla, expectantes, como todo el mundo. Cuando el decano anunció «Habemus Papam», los que llenaban la Plaza de San Pedro se miraron con mezcla de alivio y asombro. Prevost recibió el aplauso del mundo entero, no solo de sus hermanos cardenales en la Capilla Sixtina. Un hombre que nunca buscó el poder ahora lo tenía todo. Mi madre lo bendijo con sus lágrimas.

Eligió el nombre de León XIV en honor al Papa León XIII (1878-1903), quien desarrolló la doctrina social moderna de la Iglesia durante la Segunda Revolución Industrial. Prevost quería hacer eco de la preocupación de León XIII por los trabajadores y la justicia, respondiendo ahora a los desafíos de una nueva revolución industrial: la inteligencia artificial.

El Legado de Francisco: Cuando la Sencillez se Volvió Revolución

Antes de León XIV hubo otro revolucionario de la simplicidad: el Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio.

Cuando Francisco fue elegido en 2013, el mundo se asombró por su rechazo inmediato al lujo papal. Rehusó vivir en el Palacio Apostólico y se instaló en la Casa Santa Marta, la residencia que funciona como hotel para cardenales durante los cónclaves.

Su habitación en Santa Marta —la suite 201— era de apenas 40 metros cuadrados: una cama individual, un perchero, una silla, un baño con ducha y una ventana. En la pared colgaba un crucifijo de madera, el único adorno visible. Junto a su dormitorio tenía un estudio sencillo con un sillón, un escritorio de madera, un icono de la Virgen y una imagen de «San José durmiendo», por la que Bergoglio tenía especial afecto.

Francisco comía en el comedor comunitario de Santa Marta, haciendo fila con obispos, sacerdotes y empleados vaticanos. Rechazó los zapatos rojos papales, prefiriendo sus viejos zapatos negros ortopédicos que mandaba a arreglar en lugar de comprar nuevos. Su zapatero, quien lo atendió durante 40 años, describió sus zapatos como «de un corte sencillo, sobre becerro negro, capellada lisa, sin firuletes».

Llevaba la misma cruz pectoral de metal que usaba desde que fue obispo de Buenos Aires, no oro ni piedras preciosas. Rechazó el trono papal en ceremonias, prefiriendo una silla blanca simple. Dejó de usar la muceta roja de armiño que sus predecesores lucían en invierno.

Una vez, cuando se le rompieron los anteojos, llegó en un auto común a una óptica en Via del Babuino para repararlos, sacando del bolsillo «los mismos anteojos desvencijados» que llevaba desde hacía años.

Su lema era devastadoramente simple: «Una Iglesia pobre para los pobres.»

Esta herencia de sencillez, esta revolución silenciosa contra el fasto vaticano, preparó el terreno para León XIV. Francisco había demostrado que un papa podía ser grande sin grandeza, poderoso sin pompa. León XIV no inventó la austeridad papal. La heredó. Y decidió profundizarla.

León XIV: El Hombre Detrás del Título

A las 19:13 del 8 de mayo de 2025, 65 minutos después del humo blanco, León XIV apareció en el balcón de San Pedro.

Vestía una sotana blanca sencilla, sin los ornamentos dorados que habían brillado sobre los hombros de tantos predecesores. Su rostro, marcado por el sol peruano, reflejaba calma.

Habló primero en italiano —correcto pero un poco entrecortado— ofreciendo el saludo de paz de Cristo Resucitado. Luego, en español mucho más fluido, con ese acento andino que sorprendió al mundo:

—Si me permiten también una palabra, un saludo a todos aquellos y en modo particular a mi querida Diócesis de Chiclayo en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto para seguir siendo iglesia fiel de Jesucristo.

La multitud hispanohablante estalló en vítores.

Agradeció al Papa Francisco. Recordó su condición de agustino y pidió que fueran adelante juntos.

No era el discurso grandilocuente que esperaban. Era algo más peligroso: era verdad desnuda.

Una Vida Papal Sin Adornos

Tras su elección, León XIV tomó una decisión que sorprendió incluso a los veteranos del Vaticano. A diferencia de Francisco, decidió mudarse a los apartamentos papales del tercer piso del Palacio Apostólico —que no habían sido habitados desde 2013.

Pero León XIV no viviría solo. En una decisión sin precedentes en la era moderna, invitó a vivir con él a tres o cuatro hermanos agustinos, creando una pequeña comunidad fraterna dentro del palacio papal. Entre ellos, su secretario personal peruano, el Padre Edgard Iván Rimaycuna Inga, compañero desde sus años en América Latina. También se esperaba que lo acompañaran frailes que ya servían en la sacristía papal: un italiano, un filipino y un nigeriano.

«Un agustino no puede renunciar a la vida comunitaria, ni siquiera como Papa,» explicaron fuentes vaticanas.

Las estancias fueron renovadas durante meses, trabajadores reparando infiltraciones de agua y humedad acumuladas tras años de desuso. Mientras tanto, León XIV vivió en el edificio de la Sacristía cerca de la Basílica de San Pedro.

Los apartamentos fueron renovados según su gusto por la simplicidad. Alfombras persas donadas a museos. Cortinas de terciopelo reemplazadas por lino blanco. Muebles barrocos redistribuidos.

Su recámara es un cuadrado modesto. Cama de madera oscura sin dosel. Un armario sencillo. Un escritorio donde guarda su Biblia gastada y una foto descolorida de su familia en Dolton.

En la pared cuelga una cruz de madera —la misma que trajo del Perú. No hay cuadros renacentistas en su dormitorio. Solo esa cruz y una pequeña imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.

El suelo: madera pulida, sin alfombras. Una lámpara de mesa ilumina sus noches de lectura. En una esquina, un pequeño reclinatorio donde reza cada amanecer mirando hacia la plaza de San Pedro.

La Mesa del Papa: Sabores de Dos Mundos

León XIV come con frugalidad que desconcierta a los chefs vaticanos.

Desayuno: café negro americano, pan tostado, un poco de queso fresco. A veces, mermelada de lúcuma —ese fruto peruano que sabe a recuerdos.

Al mediodía prefiere platos simples: sopa de quinua, pollo al horno con papas, o un ceviche ligero preparado por las monjas del palacio.

Por las noches, apenas una infusión de manzanilla y pan.

Pero hay un secreto confesado con sonrisa tímida: disfruta de alfajores peruanos que le envían desde Chiclayo. Cada mordida es un regreso.

A diferencia de otros papas, evita los grandes banquetes. Prefiere comer con su pequeña comunidad agustina en el comedor del palacio —sala modesta con mesa larga de madera. A menudo almuerza con los frailes de la sacristía papal, manteniendo esa vida comunitaria agustina que tanto valora. A veces conversa con obispos africanos, monjas asiáticas, voluntarios laicos. Siempre preguntando por sus comunidades.

En una entrevista con Vatican News dijo: «No quiero un trono. Quiero una mesa donde todos quepan.»

Un Día en la Vida del Pastor

Su día comienza a las 4:45 de la mañana. Una hora de oración en su capilla privada, espacio pequeño con frescos renacentistas. Silencio que pesa y eleva.

Luego celebra misa íntima para empleados del Vaticano. Sus homilías, llenas de anécdotas de Perú, inspiran a jardineros, secretarias, guardias suizos.

Después, trabajo en su estudio privado. Sala con vistas a San Pedro, repleta de libros teológicos y mapas de misiones. Aquí escribe sus discursos a mano, con una pluma.

Los martes suele ser su día de descanso, dedicado a preparar discursos y catequesis.

En las tardes, cuando su agenda lo permite, camina por los jardines vaticanos rezando el rosario. A veces se detiene a charlar con los jardineros, recordando sus días en los Andes cuando él mismo plantaba.

Y hay un detalle curioso: el 6 de julio de 2025, León XIV revivió la práctica papal de residir en el Castel Gandolfo durante el verano, tradición que Francisco había discontinuado.

Los Primeros Pasos de un Pontificado

El 18 de mayo de 2025, León XIV celebró la misa de inicio de su pontificado ante unas 250,000 personas en la Plaza de San Pedro.

El 5 de junio nombró a Joseph Lin Yuntuan como obispo auxiliar de Fuzhou, China —aprobado por las autoridades chinas el 11 de junio como parte del acuerdo de 2018 entre la Santa Sede y China.

El 5 de julio nombró al arzobispo francés Thibault Verny como presidente de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores.

El 7 de septiembre presidió la canonización de Carlo Acutis y Pier Giorgio Frassati en la Plaza de San Pedro.

El 1 de noviembre proclamó Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman.

Del 27 de noviembre al 2 de diciembre de 2025 realizó su primer viaje apostólico internacional: Turquía y Líbano. En Turquía visitó Iznik (antigua Nicea) para celebrar el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea I, un destino que Francisco había planeado pero no pudo cumplir.

En 2025, la revista Time incluyó a León XIV entre las 100 personas más influyentes del mundo en Inteligencia Artificial, por sus reflexiones sobre los desafíos éticos de esta nueva revolución tecnológica.

Las Sombras y las Esperanzas

Pero su vida no está exenta de tensiones. Los apartamentos papales, con sus pasillos centenarios, guardan secretos. Rumores circulan en el Vaticano.

Algunos cardenales critican su decisión: «Un papa debe vivir solo en el palacio. Así ha sido siempre.»

Otros especulan sobre sus planes para reformas futuras. Se habla del Sínodo, de cambios litúrgicos, de mayor participación laical.

¿Qué planea León XIV?

Lo que sí sabemos es esto: en cada detalle de su vida —desde su cama sencilla hasta su amor por el alfajor peruano, desde su comunidad agustina hasta sus pasos por los jardines vaticanos— León XIV sigue siendo el mismo hombre que caminó entre los pobres de Perú.

Un veterano diplomático internacional que ha trabajado con el Vaticano durante 20 años lo describe así: «Es visto como un centrista, un seguidor de Francisco. Es progresista en temas sociales, y su trabajo en América Latina le ha hecho muy popular en esa parte del mundo.»

El padre Martin Browne, del Dicasterio para la Unidad de los Cristianos, considera que el nuevo papa es «humilde, amable y sabe escuchar.»

Pero hay matices. En 2023, Prevost expresó preocupaciones sobre la declaración de Francisco que permitía bendecir a parejas del mismo sexo, comentando que la decisión podría comprometer a la Iglesia en partes de África donde la homosexualidad es ilegal.

León XIV no es una copia de Francisco. Es su propia persona.

El Camino Roto Sigue Ahí

Alguien le preguntó poco después de su elección si extrañaba Perú.

León XIV guardó silencio. Largo. Como quien busca palabras que todavía no existen.

Finalmente respondió:

—Perú no es un lugar que extraño. Es un lugar que llevo. Cada vez que veo a alguien invisible, veo a Perú. Cada vez que escucho a alguien sin voz, oigo el quechua. Los caminos rotos siguen ahí. Ahora los camino desde aquí.

Y quizás esa sea la verdad más profunda de León XIV: que un hombre puede llevar el Vaticano en sus manos sin dejar de llevar el polvo de los Andes en su alma.

El 8 de mayo de 2025, el mundo se detuvo. Y un hombre que nunca buscó el poder demostró que el verdadero poder está en no buscarlo.

Un papa que no vive para el poder, sino para el pueblo.

Y los caminos rotos —esos caminos donde Cristo camina descalzo— siguen esperándoílo cada mañana cuando abre los ojos en su habitación sencilla del tercer piso, rodeado de sus hermanos agustinos, con su cruz de madera peruana colgada en la pared y el recuerdo de Chulucanas latiendo todavía en su corazón.


Fuentes:

La vida Robert Prevost antes de ser el Papa León XIV – Desde la fe

Estadounidense-Robert-Prevost-es-Papa-León-XIV – Regeneración MX

Papa León XIV saluda a «querida Diócesis de Chiclayo en Perú» en sus primeras palabras -Reuters

Lo que sabemos de Robert Francis Prevost, el papa León XIV – France 24

¡Así eligió vivir el papa León XIV teniendo el Vaticano a sus pies! – Daily News

León XIV – Wikipedia

León XIV – La Santa Sede

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