¿Estamos creando robots en lugar de pensadores? El peligroso atajo de la IA en las aulas
Los estudiantes de ahora están cambiando la creatividad por conveniencia, el esfuerzo por comodidad, la reflexión por rapidez, y las consecuencias podrían ser devastadoras para el futuro de la humanidad
Ahora, para hacer las tareas de colegios y universidades, los estudiantes abren sus laptops, sus dedos vuelan sobre los teclados, y en cuestión de minutos han «terminado» sus tareas y hasta producen ensayos que antes, habrían tomado días (quizás semanas o meses) de investigación, análisis y reflexión.
Según me cuenta una buena amiga, docente de una universidad, hay estudiantes que tienen el desparpajo de presentar esos trabajos sin haberlos siquiera leído. ¿Así será en todas las instituciones educativas del Perú?
No se puede negar que es un sistema eficiente, ¿verdad? pero es uno de los experimentos educativos más peligrosos de la historia moderna, y ni siquiera nos hemos dado cuenta.
La inteligencia artificial se ha convertido en el nuevo «amigo favorito» de los estudiantes. ChatGPT, Claude, Gemini y una docena de otras herramientas de IA prometen hacer la vida académica más fácil. Y vaya que lo han logrado.
Pero justamente ahí está el problema: al hacer todo más fácil, estamos robándole a toda una generación la oportunidad de desarrollar las habilidades más fundamentales del ser humano.
El atajo que nos está llevando al precipicio
«La curiosidad es más importante que el conocimiento», dijo Albert Einstein, con mucha razón. ¿Qué pasa cuando los estudiantes pueden obtener cualquier respuesta en segundos sin hacer una sola pregunta genuina?, muchas veces, ¡sin siquiera entender lo que se pregunta!
Estamos matando la curiosidad antes de que tenga la oportunidad de florecer, estamos eliminando la capacidad analítica, estamos suprimiendo la creatividad.
Supongamos que, a un estudiante le asignan escribir un artículo sobre la crisis climática.
- Un estudiante de antes (hasta el año 2,000 aproximadamente) hubiera ido a la biblioteca a buscar información en libros y revisar datos científicos, a la hemeroteca a extraer datos de periódicos y revistas, a entrevistar a expertos locales.
- Otro estudiante (del 2,000 al 2021), algo más moderno, hubiera utilizado internet para conseguir información, procesarla (quizás con el copy-paste) y hacer su asignación.
- Un estudiante actual (del 2,022 en adelante), abre ChatGPT y teclea: «Escríbeme un artículo de 1000 palabras sobre el cambio climático en el Perú». En 30 segundos tendrá un texto pulcro, bien estructurado y aparentemente informativo.
¿Cuál de ellos habrá aprendido más? ¿Cuál de ellos se habrá preguntado?: ¿Qué comunidades están más afectadas?, ¿Cómo afecta esto a mi ciudad, a mi región?, ¿Cuál de ellos habrá sentido la emoción de descubrir un dato sorprendente?, ¿Cuál habrá sentido la emoción de aprender algo nuevo? No es difícil deducirlo.
El estudiante moderno nunca desarrolla esa conexión emocional que surge cuando uno realmente entiende un problema. Simplemente, completó una tarea, pero perdió completamente la oportunidad de aprender.
Pregúntele a cualquier egresado de antes del 2000 lo que aprendió en el colegio. probablemente (salvo contadas excepciones) recordará algo de eso. Pregúntele a un egresado reciente (de los que dependieron de la tecnología) lo que aprendió en el colegio. La mayoría recordaran menos que los egresados un cuarto de siglo atrás. El conocimiento se ha vuelto absolutamente volátil porque el proceso de adquisición del conocimiento se ha eliminado, ahora todo es «GRATIS», ya no cuesta esfuerzo.
Lo que estamos perdiendo en el camino
Las inteligencias artificiales son extraordinarias para procesar información, generar textos y resolver problemas técnicos. Pero hay cosas fundamentalmente humanas que no pueden hacer por nosotros, y estas son precisamente las habilidades que más necesitamos en un mundo cada vez más complejo.
La curiosidad genuina, no se puede automatizar. Cuando un estudiante usa IA para «investigar», obtiene respuestas, pero pierde la experiencia de hacerse preguntas cada vez más profundas.
Richard Feynman dijo: «Sigue una regla: nunca estudies nada que no te interese genuinamente». Pero, ¿Cómo van a saber estas almas de Dios qué les interesa si nunca se dan la oportunidad de explorar por sí mismos?
El pensamiento crítico es otra víctima silenciosa. Cuando los estudiantes reciben información pre-procesada de una IA, pierden la oportunidad de evaluar fuentes, detectar sesgos, y formar sus propias opiniones. Es como si les estuviéramos dando pescado preparado en lugar de enseñarles a pescar. Como dicen los chinos: «Si le das un pez a un hombre, comerá un día; pero si le enseñas a pescar, comerá toda la vida». La IA está dando muchos peces, estás saciando el hambre inmediata, pero no está enseñando a pescar.
La creatividad auténtica también está en peligro. Sí, la IA puede generar ideas aparentemente creativas, pero estas son combinaciones de patrones existentes. La verdadera creatividad humana viene de experiencias personales, emociones, fracasos, y esos momentos de «eureka» que surgen después de horas de lucha mental.
Cabe aquí una pregunta, si nunca ejercitamos nuestra creatividad, ¿Cómo va a crecer?
La mente, como el cuerpo, se forja en la resistencia
La inteligencia, la capacidad analítica, la creatividad y la curiosidad no son dones inmutables grabados en mármol: son músculos del alma que solo crecen bajo el peso de la dificultad. Como un atleta que evita el gimnasio, la mente que huye del esfuerzo se atrofia hasta convertirse en una sombra de lo que pudo ser. Cada problema que resolvemos por nosotros mismos, cada pregunta que nos hacemos en la soledad del pensamiento, cada momento de confusión que atravesamos hasta llegar a la claridad, es una repetición en el gimnasio de la conciencia. Pero si continuamos entregando estos ejercicios mentales a las máquinas, estaremos criando una generación de gigantes tecnológicos con músculos de papel: seres humanos que pueden manejar cualquier dispositivo, pero que se desploman ante el primer dilema que requiere verdadero pensamiento, alfeñiques mentales. La tragedia no será que las máquinas piensen por nosotros, sino que nosotros hayamos olvidado cómo hacerlo.
La mentira seductora que nadie ve venir
Pero aquí hay algo aún más inquietante que pocos están discutiendo: las inteligencias artificiales mienten. Y lo hacen con una confianza tan convincente que resulta casi imposible detectarlo. En su afán por complacernos y darnos una respuesta, las IA inventan datos, crean citas falsas de personajes históricos, fabrican estudios científicos que nunca existieron, y presentan todo esto con la misma autoridad que usarían para información verdadera.
Un estudiante puede pedirle a ChatGPT estadísticas sobre deforestación en la Amazonía peruana y recibir números completamente inventados que parecen perfectamente creíbles. Puede solicitar una cita de Borges sobre la educación y obtener una frase hermosa que jamás salió de la pluma del escritor argentino. Como dijo Mark Twain: «Una mentira puede viajar media vuelta al mundo mientras la verdad recién se está poniendo los zapatos». Ahora, gracias a la IA, las mentiras no solo viajan rápido: se multiplican y se vuelven indistinguibles de la verdad.
Esta «alucinación» de las IA, como la llaman técnicamente los expertos, qué hace que muchos se crean sabios, está creando una generación de estudiantes que no solo no saben investigar, sino que están siendo entrenados para confiar ciegamente en información falsa. Es como darles veneno en una botella etiquetada de medicina.
El libro: ese artefacto «obsoleto» que podría salvarnos
En una era donde la información está a un clic de distancia, los libros pueden parecer reliquias del pasado. Pero aquí está la paradoja: justamente porque vivimos en la era de la información instantánea, los libros se han vuelto más valiosos que nunca.
Cuando un estudiante se sienta con un libro físico, algo mágico sucede. No puede hacer copy-paste. No puede pedirle a una IA que le resuma el capítulo más difícil. Tiene que leer, palabra por palabra, idea por idea. Tiene que detenerse cuando no entiende algo, quizá retroceder un paso. Tiene que hacer conexiones mentales. Tiene que pensar, algo que cada vez se hace menos.
Considera la diferencia entre leer «Cien años de soledad» en un libro versus pedirle a una IA un resumen de la obra. En el primer caso, no será «al toque», tomará su tiempo pero experimentamos la magia del realismo mágico de García Márquez línea por línea, nos perdemos en las generaciones de los Buendía, sentimos la frustración al no entender una metáfora compleja (que nos obliga a releer) y luego bailamos de alegría al entenderla, disfrutamos el relato y las sensaciones. En el segundo caso, obtenemos información «al toque», pero perdemos completamente la experiencia de leerla.
Parafraseando a George R.R. Martin, qué dijo: «Un lector vive mil vidas antes de morir. El hombre que nunca lee vive solo una», podríamos decir: «El estudiante que lee, vive mil aprendizajes; el que solo pregunta a la máquina, apenas roza la suya».
La revolución silenciosa de los países más educados
Mientras nosotros corremos desesperadamente hacia la digitalización total (regalando tablets a los estudiantes), los países con los mejores sistemas educativos del mundo están haciendo exactamente lo contrario.
Suecia, Finlandia, Dinamarca y Noruega han comenzado a prohibir o restringir severamente el uso de tablets, computadoras y móviles en sus aulas tras descubrir que la tecnología estaba perjudicando, no mejorando, el aprendizaje de sus estudiantes. Estos países, que durante décadas lideraron las clasificaciones internacionales de educación, se dieron cuenta de que sus estudiantes estaban perdiendo habilidades fundamentales de concentración, escritura a mano y pensamiento profundo. Como resultado, han vuelto a los libros físicos, la escritura manual y las discusiones cara a cara. Si las naciones más avanzadas educativamente están retrocediendo en la digitalización, quizás deberíamos preguntarnos: ¿qué saben ellos que nosotros estamos ignorando?
Estas prohibiciones también son vigentes en los liceos y colegios privados más prestigiosos de toda Europa y Estados Unidos.
Las habilidades que nos hacen humanos
La colaboración real, esa que requiere negociación, comprensión mutua y resolución de conflictos, no se puede automatizar. Cuando los estudiantes trabajan en equipo para resolver un problema complejo, desarrollan habilidades de comunicación, aprenden a manejar diferentes perspectivas y construyen esa inteligencia emocional que ninguna máquina puede replicar.
La empatía, esa capacidad de ponerse en el lugar del otro, se desarrolla a través de experiencias humanas reales. Como dijo Harper Lee en «Matar a un ruiseñor»: «Nunca entiendes realmente a una persona hasta que te pones en sus zapatos y consideras las cosas desde su punto de vista». Esta comprensión profunda del otro no surge de algoritmos, sino de interacciones genuinas y reflexión personal.
La confianza y el liderazgo se construyen a través de acciones consistentes y decisiones difíciles.
Un estudiante que siempre recurre a la IA para resolver sus problemas nunca desarrolla la confianza en sus propias capacidades ni la resistencia mental necesaria para liderar en situaciones complejas.
El experimento silencioso que estamos realizando
Sin darnos cuenta, estamos realizando el experimento social más grande de la historia. Estamos criando a la primera generación que tiene acceso inmediato a respuestas artificiales para cualquier pregunta. Y los primeros resultados son preocupantes.
Los profesores reportan estudiantes que no pueden sostener una conversación profunda sobre los temas que supuestamente han «estudiado». Empleadores se quejan de graduados que pueden presentar información perfectamente, pero que se quedan en blanco cuando se les pide innovar o resolver problemas no convencionales. Y lo más preocupante: muchos jóvenes admiten sentirse perdidos cuando tienen que pensar sin ayuda digital.
Como advirtió Carl Sagan con exquisito sarcasmo: «Vivimos en una sociedad exquisitamente dependiente de la ciencia y la tecnología, en la que nadie sabe nada de ciencia y tecnología». Parafraseándolo, podríamos decir: «Vivimos en una sociedad exquisitamente dependiente del pensamiento y la creatividad, en la que nadie sabe cómo pensar o crear».
El camino de regreso a la humanidad
No estoy proponiendo que los estudiantes se conviertan en luditas (obreros ingleses que en el siglo XIX se oponían a las máquinas) y rechacen toda tecnología. La IA tiene su lugar y puede ser una herramienta poderosa cuando se usa correctamente. Pero necesitamos urgentemente recalibrar cómo la estamos usando en la educación.
Los docentes en la primera línea de batalla
Los educadores tienen la llave para cambiar esta situación, pero necesitan actualizar radicalmente sus métodos de enseñanza y evaluación. En lugar de asignar ensayos que se pueden resolver con un prompt, los profesores deben diseñar actividades que requieran experiencia humana directa: debates en tiempo real donde los estudiantes defiendan posiciones con argumentos propios, proyectos de investigación que incluyan entrevistas presenciales, análisis comparativos de múltiples fuentes primarias, y presentaciones donde se evalúe no solo el contenido sino el proceso de pensamiento detrás de las conclusiones. Como dijo Paulo Freire: «Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción». Los docentes deben convertirse en arquitectos de experiencias de aprendizaje que sean inherentemente humanas, donde el uso de IA sea tan obvio como inútil, y donde el verdadero valor esté en el viaje intelectual, no en el destino.
Primero, debemos enseñar a los estudiantes cuándo no usar IA. Así como aprendemos cuándo es apropiado usar una calculadora (no en aritmética básica, sí en cálculos complejos), necesitamos establecer cuándo la IA ayuda al aprendizaje y cuándo lo obstaculiza.
Segundo, necesitamos volver a valorar el proceso sobre el producto. En lugar de premiar solo las respuestas correctas, debemos reconocer el pensamiento crítico, las preguntas inteligentes, y el esfuerzo genuino de entender conceptos complejos.
Tercero, debemos crear espacios «libres de IA» donde los estudiantes puedan desarrollar sus músculos mentales sin asistencia artificial. Esto podría incluir debates en vivo, experimentos hands-on, proyectos de campo, y sí, mucha lectura de libros físicos.
Una generación en la encrucijada
Estamos en un momento decisivo. Podemos continuar por el camino actual y criar una generación de humanos que piensan como máquinas, o podemos cambiar de rumbo y usar la tecnología para amplificar, no reemplazar, las capacidades humanas fundamentales.
Como dijo Steve Jobs: «La tecnología por sí sola no es suficiente. Es la tecnología casada con las artes liberales, casada con las humanidades, lo que nos da el resultado que hace cantar nuestro corazón». Pero para que esa tecnología haga cantar nuestros corazones, primero necesitamos corazones que sepan cantar por sí mismos.
La pregunta no es si nuestros estudiantes pueden usar IA. La pregunta es si pueden pensar, crear, sentir y conectar sin ella. Porque al final del día, cuando los algoritmos fallen, cuando los servidores se caigan, cuando se enfrenten a problemas que ninguna máquina ha visto antes, lo único que tendrán será su curiosidad, su creatividad, su capacidad de análisis crítico, y su humanidad.
Y si hemos permitido que esas habilidades se atrofien, habremos creado exactamente lo que tememos: robots con forma humana en lugar de humanos que usan robots.
El futuro de nuestra especie no depende de qué tan bien podamos usar las máquinas, sino de qué tan bien podamos seguir siendo humanos en un mundo lleno de ellas. Y esa es una lección que ninguna IA puede enseñar.
El facilismo: el enemigo silencioso de la excelencia
Al final del día, el problema no es solo la tecnología: es nuestra obsesión colectiva con lo fácil. Tanto estudiantes como docentes han caído en la trampa del facilismo, esa seductora promesa de obtener resultados con el mínimo esfuerzo posible. Los estudiantes buscan la IA porque les da respuestas instantáneas sin el «tedioso» proceso de pensar, mientras que muchos docentes abrazan estas herramientas porque les facilita calificar trabajos estandarizados en lugar de diseñar evaluaciones que realmente midan el aprendizaje. Pero como advirtió Henry Ford: «No hay nada particularmente difícil si lo divides en pequeños trabajos». El verdadero aprendizaje requiere esos «pequeños trabajos» de reflexión, error, corrección y crecimiento que el facilismo elimina de un plumazo.
Estamos criando una generación de «profesionales» que colapsaran ante el primer obstáculo real porque nunca aprendieron a luchar intelectualmente. Y cuando estos graduados lleguen al mundo laboral sin capacidad de análisis crítico, sin creatividad genuina, sin resistencia mental para resolver problemas complejos, no será culpa de la IA: será culpa nuestra por haber elegido el camino fácil cuando teníamos la oportunidad de formar verdaderos pensadores.
El tiempo de actuar es ahora. Porque cada estudiante que pierde la oportunidad de desarrollar su mente es una luz menos en el futuro de la humanidad.
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