En nuestras vidas, la música pinta con colores vibrantes las emociones más profundas del alma. Muchas canciones se han convertido en el Soundtrack de determinados periodos de nuestras existencias, tanto que, al escucharlas, de inmediato afloran los recuerdos de algún evento, quizás un idilio, un rostro, un paisaje. Como un río caudaloso que fluye a través de los tiempos, sus notas resuenan en nuestros corazones, despertando sensaciones dormidas y elevando el espíritu hacia alturas insospechadas.
Desde los albores de la civilización, la música ha sido fiel compañera del ser humano, tejiendo con sus melodías un puente entre lo terrenal y lo divino. No es difícil imaginar cómo nació, quizás en alguna caverna prehistórica, con simples palmadas rítmicas y cantos primitivos, luego evolucionando con golpes de bastón contra el suelo y silbidos que imitaban el canto de las aves.
Los primeros instrumentos, seguramente surgieron de la naturaleza misma: huesos huecos convertidos en flautas, quijadas llenas de dientes que resonaban al golpearlas, pieles tensadas sobre troncos huecos dando origen a tambores, y cuerdas de fibras vegetales o tripas de animales que, al vibrar, crearon los primeros sonidos de arpa.
Desde estos humildes comienzos, la música ha recorrido un largo camino a través de milenios, refinándose y diversificándose.
Cada cultura aportó sus propios matices, instrumentos y escalas, enriqueciendo el panorama musical global. De los cantos gregorianos a las sinfonías de Mozart, de los blues del delta del Mississippi a las complejas composiciones de jazz, de los jaillis, huaynos y yaravies a los valses criollos más exquisitos, la música ha alcanzado cumbres de belleza y perfección que nuestros ancestros difícilmente podrían haber imaginado.
Este viaje desde los ritmos más básicos hasta las intrincadas composiciones actuales no solo refleja la evolución cultural de la humanidad, sino también nuestra constante búsqueda de expresión, conexión y trascendencia a través del sonido.
Sus beneficios, tan variados como las estrellas en el firmamento, abarcan desde el alivio del estrés hasta la mejora de las funciones cognitivas.
La ciencia, con su mirada escrutadora, ha desvelado los secretos ocultos tras el poder sanador de la música. Los acordes armoniosos actúan como bálsamo para el sistema nervioso, reduciendo la presión arterial y liberando endorfinas, esos mensajeros químicos de la felicidad.
En las salas de los hospitales y en las alcobas de los enfermos, las notas musicales se convierten en aliadas invisibles en la recuperación de los pacientes, acelerando la curación y aliviando el dolor.
Pero la música es mucho más que una mera herramienta terapéutica. Es el lenguaje universal que trasciende fronteras y une a la humanidad en un abrazo sonoro. En sus ritmos late el corazón de las culturas, preservando tradiciones milenarias y dando voz a los sin voz.
Para los jóvenes, que son los que más suelen disfrutarla, la música es faro y guía en el turbulento mar de la adolescencia. Les ofrece un espejo en el que reflejar sus inquietudes, un medio para canalizar sus emociones y un camino hacia el autoconocimiento.
A través de las letras y melodías, encuentran consuelo, inspiración y la fuerza para enfrentar los desafíos de la vida.
Sin embargo, en este jardín de delicias sonoras, no todas las flores exhalan el mismo aroma. Entre las rosas de dulce fragancia, se esconden espinas que pueden herir el alma joven e impresionable y flores pútridas y malolientes, como en la naturaleza la «flor cadáver» (Amorphophallus), que incitan al vomito y a la repulsión.
En los últimos tiempos, hemos sido testigos del auge de géneros musicales que, lejos de elevar el espíritu, parecen arrastrarlo hacia las profundidades de la vulgaridad y la superficialidad. Tal es el caso del Reggaetón, con sus ritmos pegajosos y letras explícitas, ha conquistado las listas de éxitos, pero a un precio demasiado alto.
Sus versos, cargados de una sexualidad cruda y deshumanizante, reducen las relaciones interpersonales a meros encuentros carnales, despojados de todo sentimiento y respeto. La mujer, y el varón también, en muchas de estas canciones, están rebajados a la categoría de objetos, un trofeo para ser exhibido y utilizado. ¿Es este el mensaje que se debe transmitir a los jóvenes?
No debemos ser permisivos con los mensajes que propala el reggaetón porque, en muchas ocasiones, este género musical difunde letras que promueven la violencia, el machismo y la cosificación de la mujer. Al normalizar este tipo de mensajes, se refuerzan estereotipos negativos y se perpetúan conductas que atentan contra la dignidad y el respeto hacia los demás. Además, el reggaetón, al ser consumido masivamente por jóvenes y adolescentes, tiene un impacto significativo en la formación de sus valores y actitudes, lo que puede tener consecuencias perjudiciales a largo plazo en la sociedad.
Pero no es solo esta, la música pop, otrora inocente y juguetona, ha sucumbido también a la tentación de la hipersexualización. Bajo el manto de la “libertad artística”, se promueve una visión distorsionada de las relaciones, donde el placer inmediato se antepone a la conexión emocional y el compromiso.
Más preocupante aún es la tendencia de ciertos artistas pop a glorificar estados emocionales negativos. Las canciones que hablan de depresión, angustia y desesperanza pueden resonar con los adolescentes que atraviesan momentos difíciles, pero ¿ofrecen realmente una salida o simplemente los hunden más en el abismo?
Detrás de esta música cuestionable se esconden intereses comerciales voraces. La industria musical, en su búsqueda incesante de beneficios, no duda en explotar los instintos más bajos y las inseguridades de los jóvenes. EL único interés es vender, discos, derechos, entradas. La codicia está tras todo esto.
La música, que debería ser un vehículo de elevación y crecimiento personal, se convierte también en una herramienta de manipulación y control, controlada por ciertas entidades que promueven la degradación del ser humano. Algunas organizaciones han encontrado en la bandera de la inclusión un pretexto para promover contenidos que distorsionan los valores tradicionales. Amparadas en la supuesta búsqueda de políticas inclusivas, estas entidades infiltran la hipersexualización, la pornografía y la agenda LGBTQ+ en la música, el cine y la televisión, bajo el velo de la diversidad. Sin embargo, lejos de fomentar un verdadero respeto por la diversidad, sus acciones parecen centrarse en la confusión y en la perversión del ser humano, erosionando los principios morales que sostienen a la sociedad.
Es importante ser críticos y selectivos con el contenido que consumimos y promovemos, para contribuir a la construcción de una cultura que fomente el respeto. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de alzar nuestra voz contra esta degradación del arte musical. Debemos fomentar una educación que promueva el pensamiento crítico y permita a nuestros jóvenes discernir entre la música que nutre el alma y aquella que la envenena.
¡Ya basta de tanta dejadez! Increíble que incluso haya padres que permiten esta música en fiestas infantiles. ¿Dónde quedó la consciencia?
Es hora de que los artistas, productores y empresas asuman su responsabilidad en la formación de las futuras generaciones.
La verdadera libertad de expresión no consiste en decir cualquier cosa, sino en utilizar ese poder para elevar la conciencia y enriquecer el espíritu humano.
Que nuestros oídos se abran a las melodías que celebran la belleza de la vida, el amor en su expresión más pura y la dignidad inherente a cada ser humano. Solo así podremos asegurar que la música siga siendo, como decía Beethoven, «una revelación más alta que toda sabiduría y filosofía».
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Tienes razón con el reggaetón. Y lo peor es que hay mujeres que escuchan esta música, y así quieren que las respeten
Gracias por compartir tu opinión. La música y su impacto en la sociedad es un tema complejo, pero no hay duda que el reggaetón, resta antes que sumar a nuestra cultura. Es desconcertante ver cómo cierta música que objetualiza a las personas gana popularidad, incluso entre las damas, a quienes denigra.