EL ÚLTIMO SANGUCHITO

323 vistas 13 min.
A+A-
Reinicio

Juan estaba por cruzar el puente cuando un sujeto desgreñado, sucio y maloliente  se acercó a limpiarle las lunas. Con señas, Juan le pidió tímidamente que no lo haga, mientras tomaba el sanguchito del gabinete central, pero el hombre, sin hacerle caso, rocío la luna con agua y detergente usando un atomizador y luego se puso a esparcirla por todos los rincones con una esponja atada al extremo de un tubo de metal.

De rato un rato, quitaba el exceso de agua de la esponja, golpeando el tubo contra una mano en una actitud intimidatoria, mirándolo torvamente. Juan se esmeró en mantenerse tranquilo, ¡Cómo lo exasperaba aquel sujeto!

Ese tubo, era un arma y una amenaza contra la integridad de los conductores y sus vehículos. ¿Cómo lo permitían? No se explicaba porque las autoridades permitían que se siguiera amenazando y poniendo en peligro a los ciudadanos de bien, en tantos puntos de la ciudad. 

Luego de frotar concienzudamente, el sujeto se puso a secar el parabrisas con una franela, con gran minuciosidad, hasta dejarlo realmente limpio.ñp

Cuando hubo terminado, sacudió el tubo enérgicamente, una vez más, golpeándolo ruidosamente contra el piso,  mientras lo miraba desafiante,  golpeándose rítmica y suavemente una pierna. Con  gesto socarrón, pidió a Juan una propina. 

—¡Ya pe tio! tu cariño…

El rostro del limpialunas mostraba una expresión ladina camuflada tras una sonrisa estúpida. Sus ojos, escudriñaban a Juan atentamente, esperando su reacción y Juan, a su vez, lo miraba, estudiándolo con atención entomológica. Como profesional, había aprendido a juzgar las expresiones de las personas a primera vista, y aunque la psiquiatría no era su especialidad, resultaba evidente que el tipo, sufría deficiencias y trastornos mentales. 

Pero, había una chispa de inteligencia en sus ojos que lo confundía, lo inducía a creer que estaba actuando para intimidar. 

Posiblemente, el sujeto también tendría un alto grado de cretinismo, si es que no eran las drogas las que le habían cocinado el cerebro.

Juan, soltando el volante, cogió con la mano izquierda el sándwich que llevaba en la otra, mientras con la derecha buscaba algunas monedas.

—El sanguchito pe, tío…— dijo el hombre mientras recibía las monedas, y tras metérselas rápidamente en los bolsillos, volvió a estirar la mano y sin más, se lo quitó.

El semáforo cambió de color y los vehículos empezaron a moverse, mientras Juan miraba sonriente, como el delincuente, tras dar un gran mordisco al sándwich, le sonreia.

—¡Tá buenazo, tío! —le comentó, escupiendo algunos trozos de carne y lechuga al hacerlo 

El conductor de atrás tocaba el claxon insistentemente, Juan engranó la primera marcha y se alejó.

Poco después, al llegar a casa, tocó la bocina y casi de inmediato, una muchacha salió como si estuviera esperando tras las puertas, abriendolas de par en par. Juan, maniobró cuidadosamente e ingresó el vehículo a la cochera, lo apagó luego dando un gran suspiro.

Entró a la casa silenciosamente, y desde el rellano, antes de llegar a la segunda planta, contempló sonriente a las tres mujeres que más amaba en el mundo, su hija, su madre y su esposa, absortas en la pantalla de televisión.

—¡Hola, hola…! —saludo y solo su hija saltó de su asiento para abrazarlo, antes de volver a sentarse para volver a ignorarlo, tal como habían hecho las otras dos mujeres, volteando apenas a sonreírle fugazmente.

Juan, miró a su madre con ternura, disfrutando la telenovela, en eso, algo sucedió en la trama que las emocionó, su hija palmoteo de contenta y su madre se llevó las manos al rostro, pero en el último segundo se detuvo y las retiró prestamente.

La venda que rodeaba su cabeza, pasando por debajo de la barbilla, parecía un hiyab, de esos que utilizan las mujeres del medio oriente, y quizás hubiera pasado como tal, de no ser por las grandes protuberancias que tenía encima de las orejas, o de lo que quedaba de ellas. 

Juan miró a su niña, quien sintiendo la mirada paterna, volteó a sonreírle por un instante. 

Era bella, a pesar de su ojo sanguinolento, entrecerrado y del quepurpura hematoma que cubría casi la mitad de su rostro.¡Qué valiente había sido!, con tan solo siete años, había intentado defender a su abuela sin medir las consecuencias.

Juan recordó como una pesadilla lo sucedido el domingo pasado.

Su madre, siguiendo su inveterada costumbre provinciana, se fue a misa bien temprano, ataviada elegantemente para estar frente al señor. Imprudentemente, se colgó unos aretes de oro en sus pequeñas orejas, sin medir que, andar así en Lima, constituía un gran riesgo.

Silenciosa, salió acompañada solamente de su pequeña nieta, considerando que el resto de la familia aún estaba disfrutando de su dominguero sueño.

A media mañana, las  esperaban para el desayuno, todos preocupados por la demora, cuando un patrullero se estacionó frente a la puerta.

Entonces Juan supo que sus peores sospechas se hacían realidad, más al ver a los policías con mirada sombría.

No entendió bien, en un principio, algo había pasado con su madre y su hija, y tuvieron la cortesía de llevarlo al hospital donde ellas estaban siendo atendidas.

Su madre estaba en el tópico de cirugía, en estado de shock. Tenía el saco  bañado en sangre, un cirujano terminaba de suturar los muñones de lo que habían sido sus pabellones auriculares, y una enfermera limpiaba con esmero los detritos y restos de sangre. Los lóbulos habían desaparecido, arrancados al arrebatarle los aretes con que se había adornado esa mañana.

Juan no viendo a su hija, preguntó ansiosamente por ella, casi gritando, hasta que un médico  salió a su encuentro y le explicó que la pequeña tenia un TEC, había sufrido unas contusiones muy serias en la cabeza y estaba en coma, en ese momento la habían llevado para hacerle unas tomografías. Juan se derrumbó.

Asimilando recién lo que los policías le habían contado, comprendió que retornando a casa fueron asaltadas por un delincuente que, acercándose sigilosamente arrancó los aretes a su madre y golpeó a su hija, que valerosamente quiso defenderla, cogiendo el brazo del delincuente. El desgraciado se soltó y le propinó un salvaje puñetazo. Juan oró, pidiendo salud para sus mujeres y castigo para ese malnacido. Recordó que los policías le dijeron que habían capturado al sujeto, y que lo tenían detenido en la comisaría, por lo menos, eso no lo debía preocupar, por ahora, —se dijo—, ya llegaría el momento de ocuparse de él.

Tras varios días en que él y su esposa apenas durmieron cuidando a sus heridos, cuando la pequeña recuperó la conciencia, Juan recién pudo despegarse de ella y marchó a casa de donde, sin siquiera dormir que era lo que más necesitaba, tras bañarse, afeitarse y cambiarse de ropa, se acercó a la comisaría para formalizar la denuncia. 

Los policías a los que preguntó se mostraron confundidos, y no supieron darle respuestas claras, hasta que el mismo comisario lo hizo pasar a su despacho, sólo para decirle que, el atacante ya no estaba allí. 

—La fiscal de turno, una mujer muy blandengue, la verdad, dispuso que lo soltaran tras el examen del médico legista. 

—¡No puede ser¡ —exclamó Juan— ¡Están locos!

—Es la ley señor, lamentablemente. Ese infeliz es inimputable, tiene una severa enfermedad mental.

—Pero… ¡Lo que le hizo a mi hija y a mi madre…!  ¡Lo que puede hacerle a cualquier persona…! ¿¿Cómo lo van a dejar libre!? ¡Es un peligro!

—¡Es un pobre diablo, drogadicto y mendigo! Casi siempre está limpiando lunas en el puente, amenazando a la gente y a veces roba y asalta, pero lamentablemente, por ser un orate, nada podemos hacer —le dijo. Y bajando la voz a un tono de conspiración le confesó— De vez en cuando, lo manguereamos y le metemos su chiquita, para asustarlo un poco, ve, pero no entiende nada, ¡Es bien bruto! — concluyó. La impotencia que Juan sintió amenazaba volverlo loco.

—Pero…. —balbuceo— ¿lo que le hizo a mi hija y a mi madre…? ¿Quedará sin castigo…? ¡Es un peligro para todos…! —clamó— ¡Está chiflada esa fiscal! ¿Cómo lo va a dejar libre?

El mayor comisario lo miró apenado 

—¡Lo entiendo señor!, Y me solidarizo con usted. Me apena, créame, pero la fiscalía lo dispuso así y estamos de manos atadas. No lo justifico, pero las leyes son así. En base al examen médico legal, no queda otra cosa —dijo abriendo las manos. Juan apenas entendía—. Lo llevamos al manicomio, pero siempre está a tope. ¡Qué tal cantidad de locos, señor! ¡No se lo imagina! No lo quisieron aceptar. Lo retuvimos todo el tiempo posible y luego tuvimos que soltarlo…

—¡Yo lo mató! —dijo Juan levantándose subitamente.

El comisario, se levantó a su vez y rodeándolo, cerró la puerta, luego dijo:

—¡Tranquilo hombre!. No quisiera que lo escuchen. Mire usted. No vaya a hacer locuras, que solo causarían más pena a los suyos. ¡Todos ya deben haber sufrido bastante! —bajando la voz, continúo— Lo entiendo créame. A estos infelices, ¡porque hay muchos iguales!, me dan ganas de agarrarlos a balazos.

Se levantó, fue a un lado y se sirvió un vaso de agua, ofreciéndole uno con un gesto, que Juan rechazó

—¡Tenga paciencia, señor! Si este infeliz no se muere un día de estos, cualquier día, quizá yo mismo, le pasé por encima con el patrullero. Sshhh, pero no se lo diga a nadie. —le dijo, guiñando un ojo.

Juan se levantó, y el oficial, tomándolo del brazo le recomendó.

—Usted es una persona de bien, doctor. No haga locuras, déjelo en manos de Dios —concluyó.

Las mujeres, frente al televisor, habían cambiado sus expresiones de alegría, por otras de tristeza, entonces se veían compungidas, y ni siquiera se percataron cuando Juan se retiró de la sala de estar, tras los varios minutos que había permanecido a su lado, sumido en sus recuerdos. Contrariando sus costumbres y lo que había decidido antes, decidió salir nuevamente, no era lo más inteligente, pero debía cerciorarse de algo.

Su hija bajó corriendo cuando escuchó el sonido del motor.

—¡Voy contigo papi!

Juan por un segundo estuvo tentado de llevarla, con un extraño sentido justiciero.

—Quizá…  hubiera sido bueno que lo veas —dijo entre dientes, sin que nadie lo escuchara

—¿Qué dices, papi?

—Nada hijita, nada. Voy a comprar algo y regreso al toque. ¡Te traeré algo rico.

—¡Está bien, papi!

Tomó la ruta que hacía todos los días para ir a trabajar, y al acercarse al puente, se percató que el tráfico iba muy lento en su carril y que apenas había tráfico en el otro. En el puente había una multitud y por encima de ellas, se veían algunas circulinas que teñían todo de rojo y azul.

Al acercarse, vio una camioneta policial que retrocedía abriéndose paso en la multitud, haciendo sonar su alarma, mientras algunos efectivos empujaban a la gente a los costados. Justo, cuando pasó por el frente, subían a la tolva a un rígido cadáver, que había estado tirado en la pista. Los periódicos con que lo habían cubierto se cayeron, y fugazmente vio el lívido rostro del limpia lunas.

Pasando el puente, el tráfico estaba fluido, avanzó rápido y sin mirar más.  Sintonizó una emisora, y tras dar un rodeo, enrumbo hacia la costa verde. Rodó, paralelamente a la playa por un buen tramo, antes de voltear en U. Se orilló en una zona donde no había  vehículos, y se paró justo frente a un promontorio de basura que había entre la arena y la pista.

Abrió la ventanilla, abrió también una bolsa de papel que sacó de la guantera, y de allí extrajo, una a una, varias ampollas vacías de un poderoso medicamento que había agregado a las salsas del sandwich, las que iba tirando a distinto sitios del promontorio. Una frase rondaba en su cabeza, mientras lo hacía, Cum finis est licitus, etiam media sunt licita*, la había escuchado en una película de Netflix, y ahí nomás, había surgido la idea.

—¡Ya no harás más daño, desgraciado! —murmuro con enojo, al tirar la última y despojarse de los guantes de látex, que también tiró por la ventanilla. Luego encendió el vehículo, cogió firmemente el volante enrumbando a casa, mientras repetía la canción que sonaba en el radio

—¡Ay! no hay que llorar… No hay que llorar… ¡Que la vida es un carnaval… y es más bello vivir cantando…!

* Cuando el fin es lícito, también lo son los medios

Deja un comentario

También le puede interesar

Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia. Suponemos que está de acuerdo, pero puede darse de baja si lo desea. Aceptar Seguir leyendo

error: ¡Lo sentimos, este contenido está protegido!