EL VIEJO, EL ANKA Y EL KILLINCHU

por S. Doroteo Borda López
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Reinicio

En eso, por el camino que circula junto al río, un anciano arrea un hato de cabras y ovejas. Un perro grande, experimentado como él, mira a Roque con recelo. El hombre le dice “¡ashuti!”, el can entiende y se calma. Todos van en lenta caravana. Los animales mordisquean con gana los yerbajos que crecen entre las piedras. Por su lado, las cabras —acatando a sus instintos— tiran al monte a saborear las hierbas a las que solo ellas pueden alcanzar. A pedradas y chasqueando el zurriago, el abuelo les hace retroceder; mientras el perro ladra con desgana.

—Buenos días.

—Buenos días. —Sonríe él, mostrando sus pocos dientes.

—¿Qué tal?

—Bien, no-más papá”, —expresa. Camina un tanto encorvado, con ojos de nostalgia. Sus zapatos son viejos como él y su ropa está raída. “Debe ser por el peso de los años”, piensa Roque.

—¿Vives solo?

—Sí.

—¿Tus hijos?

—Están lejos, viven en otros pueblos. Vivo solo. Me visitan algunas veces. Cuando llegan, yo mato un animalito y hacemos fiesta. Mis hijos tienen sus familias… Eso está bien, pero a veces pienso que la vida es ingrata…, ellos apenas se acuerdan de uno. Desde que murió mi mamaku, vivo solo… ¡No sabes cuánto ansío la visita de mis hijos!” —Señala el hombre, como avergonzándose de decir lo que dice.

Los ojos del viejo se humedecen y se los limpia con ambas manos. Roque entiende que el hombre se ha acostumbrado a estar solo, la soledad es su hábitat natural. Le da unas galletas y le aconseja orar al Padre Dios, que él nos cuida; y que, desde que su Hijo Jesús nos rescató, nuestra soledad, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra; que la última palabra no es la del mal sino la del bien, no la de la muerte sino la de la vida…

Él se emociona y le agradece el gesto y se encamina tras su recua de ganados. En efecto, como si fuera joven, a trompicones, emprende carrerilla y se aleja detrás de su pequeña fortuna y desaparece en la curva del camino.

Y, pensativo, Roque recompone sus facciones: los pómulos prominentes evidenciaban su desnutrición, parecía un muerto en vida; pero lo que le faltaba de carnes, las compensaba con sus ganas de vivir y seguir batallando en la vida: además de la esperanza de recibir la visita de sus hijos, sus pequeños animales le motivaban a seguir existiendo… Tenía motivos para vivir.

Río abajo, de mil colores, el paisaje es seductor. Con las lluvias, han nacido las flores y, aunque vivieran solo un día, se han dado el gusto de haber vivido, además de alegrar los ojos humanos. Son especiales los amankaes, pues, para verse guapos, se bañan con los rayos del sol y, un tanto vanidosos, alfombran de blanco el paraje.

Más abajo hay un rellano y Roque se echa a reposar. Sobre su cabeza vuela un anka (águila), escoltado por dos killinchos guerreros (cernícalos) quienes lo picotean y golpean con sus alas; el anka chilla de vez en cuando, pero no se perturba ni hace esfuerzos por defenderse… Y así, siempre cortejado por los cernícalos, da vueltas y vueltas, se eleva aún más y desaparece tras el peñón.

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4 com.

Santos Doroteo 11/09/2024 - 11:33 am

Gracias, Carlos, por compartir mis pequeñas ocurrencias

Respuesta
Carlos Antonio Casas 12/09/2024 - 5:48 pm

A usted las gracias, padre.

Respuesta
Miguel Cruz 31/05/2024 - 1:18 pm

Excelente relato. Gracias por compartir estos relatos. Saludos

Respuesta
Carlos Antonio Casas Suárez 31/05/2024 - 1:35 pm

Gracias a ti Miguel por darnos aliento.

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