De seguro, seguiríamos yendo a pie a Condebamba. Y luego, al volver, doblaríamos a la izquierda en la bajadita antes de llegar al puente y tomaríamos ese camino de tierra que nos llevaba a piscina Cristal y literalmente al Edén. Esas largas caminatas eran una costumbre en los ochenta. Los taxis sólo eran para algún caso excepcional y todos los taxistas eran conocidos. Paraban a la altura de “El Chinito”, en la esquina de las calles Arequipa y Huancavelica. Había un teléfono en la calle, donde se les podía llamar y hasta podías elegir al taxista de tu confianza mencionando su nombre.
Era vísperas del 28 de abril, el aniversario de Apurímac. Los DJ de los programas juveniles del momento presentaban en primicia “El ataque de las chicas cocodrilo” de Hombres G y el cachito Sotomayor en alguna fiesta de esa noche, sumaba a su larga lista, una canción del rock peruano que también era nueva y que mereció los coros más entusiastas porque hablaba de setiembre del 86, que en una imaginación futura era toda una vida para los jóvenes, tal vez sólo para esperar un “sí”. Decíamos en coro en esas primeras fiestas quinceañeras: “En setiembre del 86, a mi lado te veré…”, la canción era de un grupo de nombre raro: B/O.
En 1986, Abancay vivía aún en la tranquilidad que un año después cambiaría por la violencia terrorista. En abril de ese año se inauguraba por fin el grass natural en el estadio El Olivo, y el rocoto Montes podía hacer -ahora sí- una chalaca sin el temor de la caída. La serenata previa al 28 de abril tenía como estelares al Grupo Maravilla, la noche cuando Luis Miguel “el machaco” Salcedo cantaba en primera fila “Antawara de mi vida”.
Meses después seríamos testigos que el colegio Santa Rosa volvía a tener otro gran equipo de basket y aparecía Yamile Pinto con el brillo que antes había tenido Ivy Villegas. En el fútbol, el DEA seguía siendo un equipo relativamente nuevo, y el clásico abanquino era el Miguel Grau – Bancario.
Abancay no tenía terminal y ese lugar era una pampa donde aprendimos a jugar fulbito para ir luego a jugar a las escondidas por las construcciones antiguas que eran las ruinas de una antigua hacienda y que estaban dentro del colegio César Vallejo. Nuestros amigos de Patibamba y Pueblo Libre, donde vivió mi familia cuando yo era pequeño, recordarán esas inolvidables tardes con los Hermoza, Marquina, Ballón, Carrión, Bravo, Aedo y tantos pequeños que éramos hinchas de nuestro vecino grande, el choclito López, que llegó a ser un crack en el Cienciano del Cusco.
La diversión de las noches era ir a jugar pinki a la Plaza Micaela Bastidas, donde llegaba por temporadas una feria con juegos que para los que estábamos en edad escolar eran espectaculares. Y si un día conseguías cinco soles más, podías entrar a ver el show estelar de las marionetas, para luego salir comentando el baile del esqueleto previo al zapateo de Flor Pucarina.
Si existiera la posibilidad de hacer un viaje en el tiempo y poder volver a ese año, descubriríamos mucho de la magia que hemos olvidado, cuando se necesitaba tan poco para ser felices y probablemente, si ese viaje fuera posible, iríamos a convencer al recordado Eliseo del cine Abancay, que no se moleste porque alguien le diga esta noche “maestro”, por enésima vez.
1 com.
Buena ibo. Buena, felicitaciones