Un día llegó la tristeza y no tocó la puerta, considerando que esa era la única forma de imponerse, pasar por alto los permisos y sin esperar la respuesta, irrumpió y se instaló como dueña del todo, corazón, alma y pensamiento. Al momento se percibió una sensación de desesperanza, de total desamparo, soledad, flaqueza en el ser y en el querer, mientras la vida pasaba, la unidad se hacía más intensa. Las voces exteriores se sentían lejanas, inentendibles pese a la claridad de la vocalización de cada palabra en los discursos intolerantes respecto a esta emoción, impertinentes, dolorosamente inconsecuentes, logrando que la melancolía, aliada de la dama silenciosa, sea la expresión más evidente de aquello que se dice, nadie quiere para nadie y menos para sí mismo.
Los días se hicieron oscuros, nebulosos, percibidos con los ojos cerrados, porque no se quiere ver la nada, porque afuera todo es nada…
Los encuentros con el ser interior se hacen reales en este estado, aprendes a entender que te tienes, crees que no hay comunión con el mundo que te haga sentir que eres parte de él, eres la nada porque tu humanidad está atada a tu soledad, no puedes competir y eres incapaz de compartir algo bueno, dicen ellos, y te hacen saber su desdén pues tiempo no sobra para hacerse cargo. Y tu soledad va siendo tu verdad…
Preparar el retorno, el escape, actuar para desalojar a la invasora necesita más que solo el deseo, que en esos momentos es débil, ausente, un sueño increíble. ¿Cómo encontrar el camino de retorno para abandonar lo que no se puede controlar? Piensas que la fórmula mágica deseada no existe, vas distinguiendo que el remedio es según quien es, y es propio, no copiado. Aunque la búsqueda es una constante instintivamente natural y aprendida con la experiencia, se mira terrenos sentimentalmente imposibles por lo extraños, virtualmente olvidados. Y el recuerdo es el enganche, la memoria el activante, y la felicidad pasada así sea breve, es el bus que lleva a descubrir que, al lado de esa visitante, había entrado su por ti bienvenida hermana, que siempre va atada a ella, porque una necesita de la otra para saberse existente. Es poco visible el contraste y por ser como es, ella es la razón que hace vivir. Cuenta con la pretensión de uno, y de todos, para asentarse en nuestro terreno, para hacer arte con nuestras debilidades, música con el desamparo y el abandono, verso con la ausencia de palabras, imágenes de cuadros, cine o teatro, con nuestra incólume capacidad de reinventarnos. Entonces, te dices que hay que motivar al interior desmotivado, quizá llevando al arte los buenos sentimientos que aún nos quedan, pase al dolor del olvido, a ser alternativa y no constante.
Entonces la edad encuentra el pensamiento y la sabiduría para entender que, cada vez que sientas que la tristeza te persigue, déjala entrar a tu vida, que con ella aprenderás a ser fuerte. Dicen que el valor de un ser humano no se mide ni por su dinero, ni por su inteligencia ni por su felicidad; se mide por su capacidad de exteriorizar lo menos posible su tristeza. Yo en cambio sigo creyendo que ese es el estado emocional más dulce en el bagaje natural del ser humano, pues termina siempre renovándonos en la intención de enfocarnos en ser capaces de ser felices. Por nuestra incuestionable autoridad para convocar la felicidad.