Bellísima Martha Alvarado, Reina de Carnavales de la Zona de Educación a inicios de los 80’s
I
Los carros alegóricos adornados especialmente por cada institución participante pasaban por la avenida Díaz Bárcenas en un recorrido de habría comenzado en el óvalo El Olivo. Allá arriba, en el lugar más visible, estaba cada reina o candidata a serla, repartiendo besos y sonrisas en todo el recorrido.
II
Las yunsas millonarias hacían que los adolescentes y jóvenes de cada barrio se organizaran para poder ir a ver y a ubicarse estratégicamente calculando para dónde caería el árbol y “gancharse” los mejores regalos posibles. Las más emblemáticas eran: La yunsa de El Olivo, donde el cargo mataba una vaca para el agasajo posterior. La yunsa del Mercado Grande, donde las vendedoras a veces conseguían el árbol de un grosor impresionante que generó la leyenda muy comentada en esa época de ocho horas de duración del jolgorio para poder tumbarla. La yunsa del Hospital, donde se escuchaba el “pacay verde”, composición de mi papá que era trabajador allí. La yunsa de La Victoria, tal vez el barrio más organizado y grande que reunía a una gran multitud entre las avenidas Nuñez y Prado Alto. Y la yunsa del Club Unión, que juntaba a la aristocracia abanquina más abajito de la Catedral. Me olvido de algunas.
III
Los globos “payaso” se podían comprar en las tiendas de acuerdo a tu economía: sueltas o en bolsa por un centenar. Las esquinas eran el lugar donde jóvenes imberbes escondían un balde con agua y ahí los globos para lanzarlos a las chicas que pasaban sin sospechar la malcriadez de quienes se creían inimputables en las semanas del carnaval. El mito en mi barrio, la calle Unión, era que el loco Danilo Luna, con esa zurda temible, lanzaba los globos con una puntería impresionante desde la esquina de la Prevo hasta la esquina Nueva York (entre las calles Unión y Arequipa).
IV
El domingo central de los carnavales, salíamos con una ropa que nunca más volveríamos a usarla, porque terminaría inservible por el aceite quemado que los más avezados conseguían en las mecánicas de El Olivo o en la casa de Pepe Orozco. El agua limpia ese día, era sólo para los niños, porque las batallas campales de los grandes terminaban hasta con las paredes de las casas manchadas, así como los carteles del cine Abancay que colgaba de manera diligente el recordado maestro Eliseo.
V
Todo era parte de una tradición. La memoria colectiva siempre nos llevará siempre a los exponentes más reconocidos popularmente de esas melodías y letras que se escuchaban en las comparsas o en las voces solitarias al final de la fiesta, con el paso zigzagueante camino a casa. Aún resuenan las guitarras y voces del viejo Vargas (+), el cholo Sullcahuamán, el loco Elías (+) y tanta abanquinidad que nunca morirá. Qué añoranza!