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El mundo católico está de duelo. El Papa Francisco, a los 88 años, ha partido hacia la casa del Padre. La noticia fue confirmada desde la Capilla de Casa Santa Marta por el Cardenal Kevin Farrell, quien a las 7:35 de la mañana (12:35 en Perú) de este lunes 21 de abril de 2025 pronunció las palabras que estremecieron al orbe: murió el Papa Francisco.
«Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia.
Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados», dijo el Camarlengo. Palabras que resumen, sin agotar, la profundidad de una vida que fue testimonio.
Jorge Mario Bergoglio no fue un pontífice más. Fue un gesto. Fue un signo. Fue, como él mismo dijo en más de una ocasión, un pecador en camino. Pero también fue una brújula moral en tiempos donde la niebla del egoísmo y la indiferencia parecía volverse costumbre. «Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos.» Estas palabras suyas ya no son solo una consigna, son legado.
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Si en algún momento descreí de la Iglesia como institución, encontré en él una puerta que se entreabría hacia lo posible. Francisco me devolvió la esperanza de que aún puede existir una Iglesia que acompañe, que mire a los ojos a las víctimas y se ponga de su lado. Que diga, sin titubeos: “Abusar de niños es una enfermedad”.
Supe de él, antes de que llegara papa, en comentarios que escuché en Buenos Aires a mi tío José Palomino Cortéz y su bella esposa Alicia, en un viaje que hice a esa hermosa ciudad.
Ahi escuché del obispo Jorge Mario Bergoglio, que vivía con la sencillez de un hombre común. Habitaba un modesto cuarto, en una residencia de sacerdotes, no en el palacio arzobispal, sin lujos ni privilegios. Iba al estadio y era un porteño más. En lugar de usar autos oficiales, prefería moverse en transporte público: tomaba el metro y los colectivos, compartiendo el día a día con la gente. Decían que hasta se cocinaba él mismo, fiel a su estilo austero y cercano.
Esa vida discreta y humilde reflejaba su profunda convicción, como él dijo: «el pastor debía oler a oveja, vivir entre su pueblo, no por encima de él.» Su testimonio ya entonces era un Evangelio en acción.
El Papa Francisco no fue infalible, pero sí valiente. Habló de lo que incomoda, cuestionó estructuras enquistadas, y con su andar cansado pero firme nos recordó que el Evangelio no es un museo de normas, sino una escuela de compasión. «Una persona que piensa en construir muros y no en construir puentes, no es un cristiano», dijo. Y ese fue su ministerio: construir puentes. Incluso cuando sabía que del otro lado lo esperaban las críticas.
Con él, el papado dejó de ser un trono y volvió a ser un banco de madera en medio de la plaza, junto a la gente. «Yo no quise ser Papa», confesó a un niño. Y, paradójicamente, esa resistencia fue su mayor fuerza. Porque no buscó el poder, buscó el servicio. Porque no se colocó sobre nadie, y por eso fue levantado por todos.
No fue sólo teólogo ni político, fue poeta del Evangelio. Un hombre que entendió que la santidad no es perfección, sino humanidad reconciliada. Aceptó su fragilidad y con ella abrazó la de millones. «Creo que esas posturas no le agradan a Dios», dijo en referencia al juicio excluyente, a esa forma de fe que se vuelve muro. Francisco fue otra cosa: fue apertura, abrazo, justicia.
Su lucha no fue idealista, fue real: denunció las guerras, llamó por su nombre a las injusticias, pidió una Iglesia en salida. «Ayer fueron bombardeados niños. Esto no es una guerra. Es una crueldad». Y así, sin adornos, hablaba.
El Papa Francisco fue el último gran testigo de una época que parece extinguirse. Fue pastor entre lobos, hombre entre hombres, padre entre huérfanos de fe. «Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?». Con esa frase hizo temblar muros y florecer nuevas primaveras.
«Renovemos nuestra esperanza y nuestra confianza en los demás, incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas, trayendo costumbres, formas de vida e ideas desconocidas. Porque todos somos hijos de Dios», fueron las últimas palabras que dijo en público el Papa Francisco en su última aparición este Domingo de Resurreción como parte del tradicional mensaje de Pascua.
Hoy el mundo amaneció gris. Se fue Francisco, el Padre.
Oración por el Papa Francisco
(1936 – 2025)
Oh, Dios, fiel remunerador de las almas, concede a tu siervo difunto el Papa Francisco, a quien constituiste sucesor de Pedro y pastor de tu Iglesia.
Que, por los misterios de tu gracia y tu perdón que administró fielmente en la tierra, goce con alegría junto a ti en el cielo para siempre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Hasta siempre, Papa Panchito.