GALLINAZO NO CANTA EN PUNA

Fotografía: Nicolás León como Porthos en Los Tres Mosqueteros del escritor francés Alexandre Dumas.

De Kindergarten hasta tercero de primaria participé en todas las actuaciones de mi escuelita fiscal. Mi mamita siempre en primera fila me aplaudía y se emocionaba hasta las lágrimas, me comía a besos y me repetía amorosamente al oído que yo era el mejor. En mi chiquititud me sentía en el cielo como el mejor tenor lírico—ligero del Perú y del mundo, como mi ídolo Luis Alva, conocido internacionalmente como Luigi Alva.
Por iniciativa de la tía María, ferviente devota de la cultura musical criolla, zarzuela y operetas; todos los sobrinos—nietos teníamos por obligación, más que por ganas, participar en el Coro de nuestro callejoncito ubicado a varios cientos metros de la Asociación Cultural Musical Domingo Giuffra en el Distrito de La Victoria; el responsable de los ensayos era nuestro primo Claudio, experto guitarrista de peñas y procesiones. Repetíamos dale que te dale al compás del tunnn de te, tun de te de su guitarra jaranera de la guardia vieja; ensayamos los valsesitos de antaño: «Madre» de Manuel Acosta Ojeda; «Luis Enrique, el Plebeyo» «El Huerto de mi amada» y «Bouquet» de Felipe Pinglo Alva y como fin de fiesta Claudio en un solo de guitara, la hacía llorar a la pobre, con «Anita», «Olga» y «Digna» emulando al maestro Pablo Casas.
—¡Este guitarrista toca con el alma porque cuerpo no tiene!
Todo el gran preparativo se hacía para el día del cumpleaños de nuestra mecenas, la tía María, por sus octogenarios años.
—Primito, tu ponte en la fila de atrás, en la última fila, tienes que cantar bien bajito, así me ayudas, y escucho a los otros cantar, tu eres un «Bajo» por lo tanto tienes que cantar bajo, bajito, despacito bien despacito. ¿Ya? ¿Has entendido?
—¡Sí!
Las veinticuatro horas del día de todos los días me la pasaba cantando; cantaba en la carpintería de mi tío, en mi casa y en el callejón con mis vecinos; cantaba los valses de Radio Nacional del Perú:
—«Trokimoki trokimoki, acutacutacutacu, acurrucucú paloma, échale caliche al chancho, eso quiere decir, salud compadre, que traigan más pisco para seguir tomando. Toma mieeentras, eso, dale, toma, catay, catay, chumay chumay» «Pío, pío, pollo, salgan todos a picar; pío, pío, pollo, salgan todos a picar, salgan todos a picar».
Mi improvisado público me rendía pleitesía:
—¡Qué bonito gordito! ¡Qué graciosito!
—¡Toma tu propina, canta en otro lugar!
—¡Anda a tu casa para que te escuche tu mamá!
—¡De grande voy a ser famoso como Luis Alva!
—¡Y te quedas en Italia, sobrinito!, jajajaja.
Aparte de mi melodiosa voz, tenía mi estampa de cantante de ópera clásica. Listo para debutar en el Teatro de La Scala de Milán.
En Cuarto de primaria la triste realidad me apretó contra el destino promisorio y vi mi futuro como el color del cielo de Lima. Los tres salones A, B y C, en orden alfabético y en fila india, en grupos de cinco en cinco, brindábamos lo mejor de nuestras voces al director del coro que era nuestro profesor de música y el jefe del departamento de expresión artística. Secamente nos esperaba sentado al frente del piano negro de cola. Dos señas y golpeaba las dos primeras teclas e inmediatamente respondíamos en el tono correcto o casi correcto. Repasando mentalmente las siete notas musicales para dar lo mejor de mí en la audición, me cuadré a dos metros del profe esperando la primera nota del piano.
—¡DOoOoo!
El profesor con un gran movimiento levantando los brazos no me dejo terminar y señaló la puerta, la salida, mirándome con las pupilas dilatadas, me dio a entender un cero de nota. Su sorprendida mirada significó:
—¡Silencio! ¡Vaya a su salón!
Fue una estocada mortal, matando de un cocacho todas mis aspiraciones, mis sueños infantiles; mamita y familiares por años me habían hecho creer en mi voz, en mi voz, en mi dulce y maravillosa voz.
Los sueños de ayer, las pesadillas de hoy. ¿Ahora, qué hago? ¿En verdad hay muchísimo que hacer? Y, desgraciadamente, el dolor creció en mi corazón a cada rato.
Quince años después…
Después de un riguroso examen me aceptaron en el Coro del Estado para formar parte del elenco de Proyección Social cuya finalidad era concretar las presentaciones de «El Barbero de Sevilla» de Rossini en las capitales de los departamentos. Dicho sea de paso yo me sabía la obra al derecho y al revés; sobre todo las partes del Conde de Almaviva, sus gestos, silencios y movimientos.
El negro Pedro «Perico» de la Peña Victoriana Giuffra personificaba al Conde de Almaviva con un mimetismo absoluto. Tenía un vozarronzazo. Era un actorazo genial de quitarse el sombrero. Iniciamos la gira en primavera por Tumbes, Piura, Trujillo. Descansamos una semana. Próximo destino: Huánuco.
Después del reparador descanso nos enrumbamos en bus interprovincial a la sierra central, con mucha camaradería y cantando valsesitos del ayer, pasaban las horas.
—«Hay blancas con ojos negros y negras con dientes blancos; hay chinas que no son chinas y gringas a discreción. También hay lindas morochas, que tienen el pelo rubio, que tienen ojos azules pero negro el corazón».
Alguien advirtió como guía turístico.
—¡Si miran para allá, van a ver las Pampas de Junín!
Todos pedimos al chofer que pare por unos minutitos, para estirar las piernas y tomarnos las fotitos del recuerdo. Hacía un frío respetable. Pedro «Perico» salió del vehículo, dijo:
—¿Quién ha dicho que gallinazo no canta en puna?
Tomó aire con toda la capacidad de sus pulmones y lanzó al firmamento, un fuerte y potentísimo Do de pecho. ¡Y cataplúm! ¡Plop co plo toc! Ahí mismito se cayó patas arriba como un pollo, enterrando el pico a 4,105 msnm. Lo llevamos en silla de ruedas a Huánuco. Faltando más o menos media hora para la presentación, el tenor no daba señales de vida. El director me comenzó a mirar y tomar medidas a golpe de vista. Me llamó.
—Tú tienes la misma talla y el mismo estilo que Pedro «Perico».
—Disculpe pero hace tiempo que colgué los chimpunes. ¿Y que hay con eso?
—¡Lo puedes reemplazar y nos salvas la presentación!
—¡Mire señor director! ¡Los dos podemos ser XL extra large! ¡La única diferencia entre los dos es que él es el cantante lírico tenor y yo soy el encargado de la tramoya e iluminación! ¿Con qué voz?
—¡Con la que cantas valses! Te la pasas todo el día tarareando valses, polkas y también los pasajes del Conde de Almaviva. Yo te he visto, todas las funciones lo mismo, interpretas cada movimiento. ¡Tú puedes! ¿O tienes miedo?
—¿Miedo? Jajajajajaj ¡Miedo, no! ¡Pánico!
—Conociéndote tú puedes tomar el toro por las astas. A eso se llama «hacer un toro», es decir, entrar al ruedo casi sin preparación, pero lo vas a hacer muy bien. Además con tu físico estás salvado. Tienes pinta.
—¡Y si el toro es agresivo y me da una cornada, voy a quedar peor que Paquirri y sin Pantoja! ¿Y si me olvido de la letra?
—¡Improvisas! ¿No eres actor? ¡Para la función de mañana te preparo una sopa de cabeza de pescado con su culantro, limón y ají, hasta la guía telefónica te la vas a paporretear de un saque! ¡Yo te creía capaz de todo! ¡Victoriano de La Victoria!
—¡Sí! ¿Pero cantar? … ¡Qué miér… coles! ¡Qué me suelten al toro de una vez! ¡Vamos al coso! ¡Que me sigan los valientes!…
Caminando hacía el escenario cerré los ojitos y me encomendé.
– ¡Dionisio una manito por el amor de Dios!
– *«Aquí, risueña en el cielo despunta la bella aurora, y tú no apareces aún ¿Y puedes dormir así? Aparece, mi dulce esperanza, ven, bello ídolo mío; haz menos cruel, oh Dios, la flecha que me hirió. ¡Oh suerte! Ya veo su amado rostro; esta alma amante ha merecido su piedad. ¡Oh, instante de amor! ¡Feliz momento! ¡Oh dulce contento que no tiene igual!».
De emergencia reemplacé al «gallinazo con soroche», fue la primera y última vez, debut y despedida, gracias a Dios fue la única vez que canté fuera de la ducha y con público. Acordándome de mi primo Claudio no seguí sabiamente sus recomendaciones

*«Ecco, ridente in cielo». Il Barbieri Sevillañ

Chiemsee, 2010

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