Un viejo proverbio popular dice: «Cielo serrano, cojera de perro y llanto de mujer, nunca hay que creer».
En el Perú, tierra de misterios y leyendas, de gente creativa, grandes narradores y eximios mentirosos, saber hallar la verdad es un arte que tiene mucho de ciencia.
Es que las mentiras y las exageraciones están en todos lados. Suceden en charlas familiares, en tertulias con los amigos, en conversaciones del trabajo y en charlas casuales en el mercado.
De pronto, surgen en historias fantásticas, como salidas de un cuento de Ricardo Palma o del anecdotario de un loco aventurero. Mientras no hagan daño, ¿para qué ponerlas en evidencia?
El punto es cuando se abusa mucho de ellas, aprovechando nuestra supuesta ingenuidad o para conseguir objetivos insanos. Como cuando alguien dice: «¡Me estoy muriendo!» y todo el mundo, conmovido, dice: «¡Acacallau! ¡Pobre viejito!», y luego, olvidando sus dolencias, el viejito se anota para una lid electoral.
¡Ja! Cuando se trata de políticos, ¡mejor es nunca creerles nada!
Pero, ¿cómo saber si nos están diciendo la verdad o nos están adornando el cuento? Descubrirlo puede ser emocionante.
Si suena demasiado bien para ser cierto, es casi seguro que no es verdad. De igual forma, si el objetivo está claramente visible, como cuando tu pareja te asegura que el fantasma de su abuelita la visitó en la noche y le dijo que ese día comería «pollito a la brasa».
Un buen indicio de que alguien está mintiendo o exagerando es el lenguaje corporal. Observa a las personas: si ves a alguien que se toca la cara más veces que una Miss en un concurso de belleza y, además, evita mirarte a los ojos o está más inquieto que un adolescente en su primera cita, puede ser que esté mintiendo, inventando o escondiendo algo.
También, las pausas largas y los silencios incómodos en medio de las conversaciones pueden ser indicio de ello. Si le preguntas algo específico a tu vecina sobre su último viaje a Colombia y ella se queda en blanco, es probable que esté tratando de recordar qué parte del cuento ya te contó y cuál no.
Los detalles que varían constantemente también son señal de alerta. Pregunta algo simple varias veces y si la historia se transforma tanto que al final parece una telenovela, tienes razones para dudar.
Pero no todo debe ser desconfianza; a veces, puede malograr una charla amena. Como cuando tu tía asegura que solo ella tiene la receta del «verdadero manjar blanco abanquino» y se pone más nerviosa que Cuevita al patear un penal. ¡Déjala estar! ¿Para qué ponerla en evidencia? Dile: —Pues, invita cuando lo hagas—, y se acabó. Un poco de humor y una sonrisa pueden relajar el ambiente y dejar a todos felices.
Detectar mentiras puede ser un desafío, pero hacerlo con humor y cariño, y sin ánimo de humillar o avergonzar a nadie, hace que el viaje sea mucho más ameno.
Así que la próxima vez que alguien nos cuente una historia increíble, recordemos estas claves y disfrutemos del proceso de descubrir la verdad, porque en nuestra tierra, las historias son el corazón de nuestras reuniones y festividades; cada una tiene un toque especial y una pizca de magia que solamente hay que disfrutar.
Pero cuando se trate de asuntos que afecten al bienestar común, o al destino de nuestra comunidad o nuestra nación, no permitamos nunca la mentira.
Busquemos la verdad incansablemente. No permitamos que las sombras del engaño nublen nuestro juicio. Mantengamos los ojos abiertos y la mente despierta ante aquellos que, movidos por la codicia y el egoísmo, intentan manipularnos.
La verdad puede ser incómoda, pero es el cimiento de una vida auténtica y justa. Cuestionemos, investiguemos, reflexionemos. No nos conformemos con respuestas fáciles ni promesas vacías. Cultivemos el pensamiento crítico y la sabiduría.
Recordemos que solo la verdad nos hará libres, mientras que la mentira nos encadena.
Seamos valientes en la búsqueda de la verdad, pues solo así podremos construir un mundo mejor.
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