“No se moleste, maestro”. Pero se molestaba. Eliseo se molestaba, de verdad. Era atento y trabajador, el “mil oficios” de uno de los cines de Abancay. Un día estaba en la boletería, al otro pegando el cartel que anunciaba la nueva película y al otro controlando la entrada a “galería” a mitad de la pequeña cuadra que bajaba desde la calle Arequipa hasta la calle Lima.
La palomillada de los jóvenes le sacaba de sus casillas. Por qué le molestaba tanto la palabra? La primera vez que fui testigo de su reacción -de la que ya sabía por lo que contaban los más forajidos del colegio-, estaba mirando zapatos en “Bata”, mi primo Jhaynor le decía a su acompañante con cierta malicia: “Mañana es 6 de julio…” y su amigo le respondió con cierta inocencia: “Claro, es día del maestro”. Y Eliseo, que estaba cerca, reaccionó dándole un empujón e increpándole: “Qué te pasa!”.
Nadie sabía muy bien el por qué de su reacción. La versión más difundida era que alguien le había recordado en la puerta del cine, delante de la gente, que antes fue panadero. Y a quien se dedicaba a esa noble tarea en la ciudad de los panes más ricos del mundo, todos le llamaban “maestro”. Tal vez Eliseo prefería no recordarlo, o que no se lo recuerden, pero dentro de su irascibilidad había una característica peculiar, digna de alguna secuencia de un programa cómico que pareciera haberlo copiado: mientras no digas la palabra completa, él no se molestaba. Incluso, aún si era evidente que la palabra iba a salir de la boca de alguien, mientras no la complete, él permanecía parado y alistándose para la reacción.
Cuando controlaba la entrada a galería, un grupo se “sacrificaba” y le decía “maestro!” y cuando él corría tras ellos, los otros entraban gratis al cine. Claro, luego había que esperar que no te alumbre la cara con la linterna en la oscuridad de la película, para sacarte de la función.
Me creerían si les digo que un día varias calles de Abancay amanecieron con una pinta que decía “Maestro Eliseo”? Pues sí, de verdad. Tal vez en este tiempo no hubieran llegado a tanto.
Una noche, un grupo de estudiantes del colegio Grau, bajó por esa pequeña calle, cantando la famosa canción que nos enseñaron para el 6 de julio: “En la ciudad y en el campo, en las punas más lejanas…”, Eliseo se paró de su pequeño banco en la entrada de galería. “…trabajando sin descanso, ahí está un digno…”. Habían llegado a la puerta del cine, pero todos pararon antes de decir la peligrosa palabra… “Ma… es…”, Eliseo dentro su enojo, quería reírse… “…tro”… y comenzó la persecución en la bajada de la recordada calle Tarapacá.