Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia como si ésta fuera ya ceniza en la memoria.
Jorge Luis Borges
Mientras las uvas de Villa Gloria lloren,
no habrá tristezas
LAEV
Los griegos han registrado tanto en sus historias reales como en las mitológicas, que el primer vino fue conocido en Creta, llegó en cántaros de arcilla. En esas épocas, la uva era cultivada desde las frías costas del Mar Negro, hasta el medio oriente. De allí los fenicios la habrían llevado como mercancía a Atenas, de donde se extendería por todo el Peloponeso griego y la península itálica.
La civilización más emparentada y vinculada al vino, es sin duda la Greca clásica. La antigua tradición de los griegos por tomar vino, está fuertemente asociada a la religión, expresada en los ritos y fastos de Dionisos (Baco Para los romanos) el dios del vino y de las francachelas. De allí pasó a los romanos que acuñaron en latín la frase: In vino veritas, que en español significa algo así como; con el vino se dice la verdad. Volviendo al tema de la ritualÍstica mística, examinemos esta relación. Vino-religión.
Lo cierto es que todos los pueblos de la antigüedad han venerado el vino, por el hecho de ser una bebida espirituosa incomparable, el rojo líquido que brota de una alfaguara inagotable. En buen romance una dulce droga, que aligera el espíritu, relaja el alma y cuyas explicaciones a los actos -bajo el influjo de esta sustancia-, han tenido mil y una conjeturas y simbolismos que conjuntan lo divino con lo demoníaco, el placer con el sufrimiento, el gozo con el dolor y el decir de la verdad en la palabra. Se expresaran bajo los efectos del vino, muchas concepciones, emociones, actitudes en sus formas de desenfreno, libertad, falta de autocensura, la presencia de lo divino en el espíritu embriagado de la grey de Dionisos.
Aquí encontramos la base de la cultura de aceptación de esta bebida en todas las culturas pre y post griegas y que ahora es universal. Incluso la religión católica aún mantiene en el rito de la misa, el beber el vino. El símbolo sangre-vino ha permanecido en la ritualística religiosa desde hace cuatro mil años.
Es entonces el vino, más que la cerveza, el que ha alcanzado ese honor de ser el “pater noster” de las bebidas alcohólicas por excelencia. El culto a Dionisos como lo reseña Eurípides en “Las Bacantes” no podía realizarse sin estar regada de litros y litros de buen vino.
La beodez vinatera se ha comparado con momentos de clímax o raptus poeticus o los delliriums capitums a los que los artistas griegos eran afines, amén de todos quienes hacían de la filosofía, un diálogo permanente entre amigos, un perdón absoluto a todos los galimatías cometidos. Recurrían al hecho de analizar la realidad y explicársela como asunto cotidiano y doméstico. En otros menesteres ya estos isleños sabían del efecto afrodisíaco que provoca el primer vaso de vino en una mujer, preparándola para el coitus continuus.
Eran, sin embargo, en las bacanales que el vino llegaba al sumun de su popularidad y que terminaba cuando el morapio se agotaba y no cuando el gnomon, del reloj solar anunciaba el fin del día de Helios.
Cuentan que Sócrates empezaba su docencia en la academia, después de un largo sorbo de vino de Samos, que calentaba el espíritu y avivaba la mente. Evitando que sus discípulos empezaran a fisionar sus elucubraciones. Siguiendo esta tradición el orador Demóstenes, bebía de un solo trago un vaso de vino de Anacapri, antes de desarrollar su oratoria. Posteriormente, ya en época de los romanos, Adriano –emperador Romano- dado a conocer magistralmente al mundo de hoy por Margarita Yourcenar en su memorable “Memorias de Adriano”; decía más o menos lo siguiente: que el largo y cálido vertimento del vino en el cuerpo era el reavivar de la sangre, ser junto con el pan, el alimento de las legiones romanas, aludiendo al vino como elíxir vital. Orfeo, era un personaje muy erudito y con importantes inquietudes filosóficas, y por eso se dedicó a investigar el mundo que le rodeaba. Su mayor concentración la dedicó a los cultos a Dionisos. Decía que le parecía; como si las musas sólo atendiesen a los ruegos de los poetas -inspirados por esta bebida- dieran sus favores a los que los convocasen desde el fondo de una botella de vino.
No hay que olvidar que el ditirambo verbal de los versos provocados por el vino, en las mesas de los viejos griegos, se va transformando de rito colectivo frenético a espectáculo, convirtiéndose finalmente en el generador de alegría, nostalgia, literatura en los más dotados, a los que les corresponde magnifica prez, por creativos.
Sólo el vino es aceptado como bebida de los oficiantes religiosos, en los ritos y cultos que, como decíamos, aún la iglesia católica de hoy, es parte del catecismo en el clímax místico,el tomar vino “sangre de Cristo –dixit”.
Para los aludidos griegos la ingesta de vino tenía como objeto ideal alcanzar el éxtasis. Para los griegos ekstasis significaba que, el alma volaba fuera del cuerpo. Que el alma misma es tomada y sacudida hasta el estremecimiento.
Sócrates ha pasado a la historia del mundo occidental, no sólo como parte de la tétrada brillante que conformó con Platón y Aristóteles, sinó como el hombre que estaba por encima de la pasión con su racionalidad, pues no se emborrachaba nunca. Mostraba así su inmunidad frente al influjo de Dionisos. Quizás, lo que pasaba era que la lucidez y el verbo de Sócrates no se resentían con el vino y sus coetáneos lo tenían por no embriagado.
Alejandro Magno según cuentan sus biógrafos tuvo una experiencia dionisiaca de niño, al asistir oculto a un rito dirigido por su madre Olympia, donde las mujeres iban a ejecutar el sacrificio y la danza frenética. La sangre de una cabra sacrificada se mezclaba con vino en la copa ofrecida a los dioses y la danza de las mujeres aumentaba de forma vertiginosa. Todo esto, como ofrenda mística, solicitada a cambio de logros terrenales. La religiosidad de esos tiempos no podía concebirse sin el vino, vehículo para el éxtasis.
Hipócrates, el famoso médico de la antigüedad, defendió el vino y se dice que creó el vino hipocrático, que maceraba con plantas medicinales y hierbas aromáticas.
Borges, versa sobre el vino diciendo: En la aurora ya estabas. A las generaciones les diste en el camino tu fuego y tus leones. Junto a aquel otro río de noches y de días corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías. Vino que como un Éufrates patriarcal y profundo vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo.
Yo el que escribo esta nota, años tengo de escanciar, tintos añejos de rojo púrpura y blancos teñidos de un rayo de sol de ocaso. Me acompañan a derribar la nostalgia, mantener el recuerdo de quienes quisimos. Cuando no me quiero deprimir, no recurro al clonazepan o psicofármacos de la felicidad, busco la compañía de un amigo, detrás del vaso de un tinto de vigorosa textura y un toque de rusticidad en su sabor; calienta la sangre; aviva la memoria y suelta el verbo. No me nubla la tristeza si un amigo y un vino comparten mi mesa.
El vino discurre en mis venas como sangre en su rojo de fuego, como el bálsamo del viajero, nos deleita con sones melodiosos. Como canto a la vida, levanta la esperanza. Nos da refugio, como cubil desde donde arrostramos las penas del desamor y del olvido.
Yo, nostálgico, quería recordarte Madre, te usaba para distraer mi soledad. Fantaseaba en encontrarte de mil maneras. Bajo el estanque que cubierto de secas hojas de otoño, dejaba ver una silueta maternal, cargando un niño en los parrales de Villa Gloria. Estabas en la esquina de la calle «Diaz Bárcenas», como una Penélope urbana deshilando una madeja de lana, acabada de comprar. ¿Dónde estabas Madre? ¿En el dibujo invisible que mi mano hacía en la ensalada de atajo sancochado y aliñadas con oliva? o ¿en las sinuosas figuras de los nimbos blanquísimos del cielo azulceleste de otoño, de nuestro paraíso abanquino? Estabas sin duda en mi memoria, inserta en cada una de mis redes neuronales, allí donde se tejen y destejen los recuerdos de la niñez, acunada con el dulce sonido del agua, torrenteando los meandros del Mariño, y en el sol de octubre derritiendo el glaciar para darle a la laguna azul su tono maternal, o en los cuadernos dobleraya de colegial, que cuidabas amorosa y los metías en mi bolso de escolar al lado de mi lápiz bicolor.
Sin embargo, te hallaría en el fondo de la copa de vino, cuando la última gota del rojo rubí del Malbec se agotara literalmente. Te hallaba y mi recuerdo estaba contigo en cada gota de este vino amoroso y mediterráneo, sacudiéndome el cuerpo como un ramalazo del alma.
El primer lugar en la América hispana donde se hizo vino fue en el Perú, a la par de México. Las primeras vides las trajo el Marqués de Carabantes en 1539 las cultivó en el Cuzco, sin embargo, no dieron las que esperaba. Noticiado de los buenos cultivos en Ica, marchó para allá. Aquí en el sur chico prosperaron las vides que se extendieron a todo el sur del Perú.
En 1565, cuando Perú era potencia en producción de Vino el nefasto rey Felipe II, promulgó una Real Cédula por la que se prohibía “plantar viñas en las Indias Occidentales” prohibiendo la comercialización de vinos de Indias en Europa. Muchos vinateros peruanos migraron al Pisco, mientras que los demás emigraron a Chile y Argentina. En esos años en ambos países se consumía vino peruano. El vino borgoña peruano es el más vendido en nuestro país, con su inocultable sabor dulce, éste se originó en el siglo XIX, cuando se introdujo la uva Isabella, un híbrido natural entre Vitis labrusca y Vitis vinifera.
Fernando González Lattini fundó Apu Winery en las montañas de Apurímac, en el valle de Curahuasi donde plantó viñas, de cepas italianas y francesas: Sangiovese, Cabernet Sauvignon, Syrah, Sauvignon blanc y Tannat, a casi 3000 metros de altitud, siendo un vino de alta cotización en Europa y Estados Unidos.
En Abancay en los años 50 y 60 y hasta los iniciados 70, se produjeron vinos de alta calidad en “Villa Gloria” bajo el patrocinio de J.Cirilo Trelles, el gran hacendado de Abancay y en las barricas el maestro italiano Sanzotta y su contramaestre Reynoso. Los vinos de Abancay llegaron a concursar en la vendimias parisinas compitiendo con las cepas Cabernet Sauvignon, Merlot y Pinot Noir.
Las tierras mineralosas con contrafuertes de los andes y dada la cercanía del océano, plantean el lugar ideal para producir vid vitivinífera. Al paladar nuestros vinos, resultan fáciles de beber y nada pesados, lo que les convierte en vinos muy versátiles
Los vinos peruanos se caracterizan por su excelente carga frutal y acidez, Los viñedos están a escasos kilómetros del mar, sellando con su brisa las parras de las uvas. La tierra es seca y a flor de piel, lo arcilloso le da su clásico aroma y color.
Desde hace un tiempo las principales bodegas de vino iqueñas y de otras regiones del Perú, están produciendo vinos de alta gama. El Don Manuel de Tacama, por ejemplo, o la gran reserva de Intipalka A1, el Rubini selección, o el Rotondo Gran Reserva, Viña de los Campos: Raíces negras, Pampas de Ica; Blanco Patrimonial, Bodega Paz Soldán; Conde de la conquista. Apu Winery, Apu. Bodega Roca Rey, Plenilumnium.En esta oportunidad demos una bocanada al Reserva Malbec de Rotondo: A los ojos es de un color es un violeta intenso y brillante. En nariz surgen las notas de arándanos, capulíes y moras silvestres. Se sienten resabios de maderamen gustoso. En boca, la acidez es equilibrada. Su gusto es intenso y despierta la gula.
El peruano “vino de coca», amado no sólo por fanfarrones, aristócratas, sino por reyes y papas (Papa Leon XIII amaba este producto) y toda la pléyade de grandes bebedores limeños y europeos.
De todos modos, fue llamado Vin Tonique Mariani (o simplemente Vin Mariani) fue vendido como un curativo, y en la segunda mitad del siglo XIX fue una potencia medicinal y recreativa. Angello Mariani, químico Corso, se encargó de la creación de tremendo aperitivo, el que al principio se conoció como «tónico» El vino resultante de la coca y la vid, un Burdeos tratado con cocaína.
Este vino debió ser una combinación terrible. Alcohol + cocaína, con razón tuvo miles de seguidores, hasta que fue prohibido por contener coca. En el Perú de inicios del siglo pasado, fue el aperitivo de moda en la gran sociedad,
Tacama, tiene el orgullo de ser el primer viñedo de Sudamérica, y de origen canario, vides plantadas en 1540 por el marqués de Carabantes
Todo lo que digo aquí es cierto pues acabo de beber un vaso de Cabernet Sauvignon, acunado en barricas de Tacama, ergo, in vino veritas.
Luis Echegaray
Enófilo