Una de las anécdotas más divertidas que contaba mi tía Rosita acerca de mi padre es aquella en que un día regresaban a la quinta que tenían en Aymas luego de que mi papá la acompañara a sus clases de inglés.
Por ese entonces había una muchacha llamada Lucy que parecía gustarle a papá, y dándose cuenta de ello, sus hermanas lo fastidiaban constantemente con alusiones a ella.
Ese día mi papá había escuchado las clases colgado en la ventana, y vio cómo mi tía Rosita salía a la pizarra, y entre sorprendido e indignado, escuchó cómo la profesora dictaba sus oraciones teniendo a Lucy como protagonista:
— Now girls, write the following sentences: Lucy is at school. Lucy goes for a walk. Lucy loves her parents. Lucy plays with her friends.
Y viendo a mi hermano en la ventana, concluyó bromeando:
— Lucy looks at Julio. Lucy accompanies Julio. Lucy plays with Julio. Lucy loves Julio.
Mi tía Rosita las escribió perfectamente, una a una y con primorosas y blancas letras en la verde pizarra.
Cuando terminaron las clases y ella salió, mi papá le reclamó durante todo el camino:
— ¿¡Por qué tenías que escribir tonterías…!?
— ¿Qué podía hacer…? —justificaba ella—. ¡Tenía que obedecer a la profesora!
Pero mi padre, no contento con esa explicación, seguía incordiándola durante todo el camino, muy molesto.
Pasaron por Condebamba y, cruzando el puente de Chuspipata, un cerdo que hozaba en el lodazal pachochamente se metió en el camino. Mi papá, aún molesto, descargó su enojo golpeando al animalito en el lomo con una ramita de eucalipto y exclamando:
— ¡Cuchi!
El sorprendido chancho dio un tremendo guarrido y, dando la vuelta, arrancó una loca carrera, metiéndose entre las piernas de papá y llevándoselo con él, a todo galope.
Mi tía Rosa empezó a desternillarse de risa viendo cómo el jinete, montado al revés, se alejaba con expresión espantada y los ojos abiertos como platos, hasta que cayó algunos metros más allá.
Mi padre no dijo una palabra más y marchó enfurruñado tras ella, que no paró de reírse hasta llegar a casa, donde riendo contó la anécdota que perdura hasta hoy día.
Papito querido, hoy se cumplen 88 años de tu llegada a este valle de lágrimas, que dejaste hace ya tres años.
Dicen que el tiempo cura las heridas, pero hay heridas que son imposibles de curar.
¡Cómo te extraño, viejo querido!
Un abrazo inmenso hasta el cielo donde seguramente estás haciendo carcajear a los tuyos junto a San Pedro.
¡Feliz cumpleaños, Don Julito!
Abancay, 03 de julio del 2024
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