JOSE MARIA ARGUEDAS, UN NIÑO ATRIBULADO POR LA EXISTENCIA.

“Recibiría la corriente poderosa y triste que golpea a los niños cuando deben enfrentarse solos a un C cargado de monstruos y fuego, y de grandes ríos…”

J.M.Arguedas

José María Arguedas, por su nacimiento es un enigma y un misterio por resolver. Hay versiones, cada vez, más documentadas sobre el origen espurio del narrador. Sitúan su nacimiento, no en Andahuaylas, ni siendo la madre biológica Victoria Altamirano, sino Juanita Tejada en Karkeki, hacienda en Abancay.

Una vez nacido el niño, don Manuel, el dueño de la hacienda, casado con la hermana de J.M.Arguedas y que se había enterado de la violación del Abogado Arguedas, padre de José María, a Juanita Tejada,  habría podido condenar a morir ahogado en el río al niño. En tales casos, esa solía ser la sentencia. Para fortuna del mundo de la cultura, se salvó José María. Él y su madre pagaron un precio alto con el secreto de la filiación exigido por el omnipotente viejo para proteger el honor de la familia.

El historiador cusqueño L.E.Valcarcel, dice sobre este asunto: “José María fue hijo natural de un abogado de vida irregular, cuyo trabajo lo llevaba de una parte a otra. Este abogado era natural de Cusco, donde estuvo un tiempo, pero luego continuó su vida errante trasladándose a Ayacucho y otros pueblos de la sierra. En Apurímac tuvo a su hijo José María, quien en un primer momento lo acompañaba en sus viajes”.

A las pocas semanas el niño fue entregado por los curas franciscanos, que se hallaban en el lugar del nacimiento, a su padre. Si así ocurrió, José María fue llevado por su padre a Victoria Altamirano Navarro, su esposa, a Andahuaylas donde figura haber nacido el 18 de enero de 1911 y bautizado el 25 de febrero. Vivió con Victoria hasta la muerte prematura de ésta.

José María, empieza la vida sin un contacto permanente en la primera infancia.  La madre sustituta Victoria Altamirano, falleció el 3 de abril de 1914, cuando José María tenía tres años. El niño, entonces, habría sido entregado al cuidado de su abuela en Andahuaylas. Tras tres años de viudez, Víctor Manuel Arguedas volvió a casarse, era 1917. Otras versiones señalan que, desde la muerte de Victoria, regreso a Karkeki, hasta 1917.

Luego de casarse el padre con una rica hacendada de San Juan de Lucanas; Grimanesa Arangoitia Iturbi viuda de Pacheco, éste lo lleva a Puquio, donde residía con su nueva esposa. Se instala en Puquio, luego en Lucanas y empieza a viajar por todos los pueblos de la zona en busca de trabajo, su hermano viaja a Lima y José María queda tres años con su madrastra y un hermanastro, con los que vivió experiencias terribles. Pablo Pacheco, el hermanastro, diez años mayor que él, era el prototipo del gamonal serrano, cruel, prejuicioso, abusivo y racista. Como era además exhibicionista y sádico, obligó a Arguedas a presenciar sus abusos sexuales y lo relegó a la posición de uno de los sirvientes indios de la casa, rol que abandonaba sólo cuando llegaba su padre.

  Nuestro escritor fue abandonado en una comunidad quechua hablante, cuando solo contaba cuatro o cinco años de edad. El desarrollo de su infancia en esa comunidad indígena (la servidumbre de la hacendada Arangoitia) y los indios de Lucanas, fueron un elemento esencial en la vida de Arguedas. De aquel ambiente nació su profundo amor por la sierra y su gente. Convivió con los indígenas llegando a una profunda identificación con ellos. Aprendió a hablar quechua antes que castellano, que solo llegó a dominar a los 9 ó 10 años. 

Después de sufrir los avatares de su nacimiento vive sus primeros años sin padres en el nuevo al hogar. El padre fiel a su dicotomía de negador y dador veía una vez más por el hijo, que a pesar de las mil dificultades que el trabajo le presentaba, nunca lo abandonó. El abandono de los padres hombres, era muy común en esa época. Esas actitudes del padre sirvieron para que José María, también desarrollara una idealización por el padre.

Al respecto de cómo veía y quería a los indios, él los recuerda como:

“…los indios y especialmente las indias vieron en mí exactamente como si fuera uno de ellos, con la diferencia de que por ser blanco acaso necesitaba más consuelo que ellos…”

De esa etapa cuenta:

“A mí me echaron por encima de ese muro, un tiempo, cuando era niño; me lanzaron en esa morada donde la ternura es más intensa que el odio y donde, por eso mismo, el odio no es perturbador sino fuego que impulsa”

Estando en la casa de la hacendada, vive con su hermano mayor Arístides, su padre (ausente la mayor parte del tiempo), la madrastra y hermanastros. Entre estos últimos hay un varón mayor terminando la adolescencia.

Su hermano Arístides, mayor que el por dos años, se convierte en su referente familiar más cercano, aunque por la edad no pudo suplir la carencia de padre. Recordando la estancia de ambos en la provincia de Lucanas (Puquio, San Juan) José María le escribe, recordando esos años:

“Eso es todo, hermano. Tú sabes cómo ha sido nuestra vida, cómo por causas, algunas claras, mi permanencia en San Juan cuando era muy niño, mientras tú estabas en Puquio con papá, por mi infantilismo y sentimiento de gran orfandad, tú eras fuerte de carácter, yo me arrimé a los indios e indias y aprendí de ellos todo, o casi todo su maravilloso e indescriptible mundo. Yo canto como ellos, como ellos hablo, pero al mismo tiempo también sentí, desde Puquio hasta en todos los pueblos en que estuve con el viejo y en Lima, a la otra gente”

José María, es consciente, no sólo de su vulnerabilidad sino de su carencia de esa referencia de adultos que un niño débil y sensible reclama y lo percibe como orfandad. La pérdida de un padre para un niño es una experiencia catastrófica, más aún cuando se pierden ambos padres, en caso de nuestro escritor, la pérdida del padre por ausencia, no se llega a concretar, porque el padre aparece de un momento a otro, sin previo aviso y sin comunicación, quizá por la dificultad en la época de comunicarse con facilidad. La relación padre-hijo, está dada por la dicotomía tener-perder, que va configurando un sentimiento de ambivalencia y una duda existencial permanente.

Un niño huérfano, debe iniciar una independencia prematura lo que hará que saque del pobre niño, las fortalezas que haya logrado en los primeros años, la estructura básica de personalidad, en mayor parte llegada desde la esfera genética y la figura del padre, de ese padre, dador y negador, son su núcleo vital. Son factores también importantes para tomar en cuenta, como la cultura que envuelve al niño; donde los arraigos con los indios es la más fuerte y con un manto de afecto importante. El entorno familiar que son sus dos hermanos y la situación económica en la que se desenvolvía la dinámica social de José María, explican mucho de sus actitudes como adulto.

La sensación de orfandad, el desamparo amenazante que lo embarga el temor a no saber qué puede pasarle, es sostenido por la ternura del comportamiento de los indios que son su amparo y su refugio y quienes son los que enriquecen su vocabulario, no sólo como palabras nuevas, sino por la semántica, por los significados que para el son nuevos y los que le darán de adulto esa rica cosmovisión de la psicología de los indios, las que mantenían desde la época de sus ancestros y que por su carácter abstracto, no pudo ser borrado por los conquistadores hispanos.

Cuenta José María que hubo noches que sentía tal desasosiego que creía iba a morir. Se despertaba con una angustia sofocante. Su padre, cuando estaba a su lado, lo sacaba al patio a contemplar las estrellas y se calmaba. En una ocasión, cuando José María es acusado de la pérdida del poncho de vicuña que el hermanastro llevaba en su potro, protagoniza esta escena que narra el propio José María:

“Cuando llegué a la cocina me puse a comer mi riquísimo mote, porque a mí la servidumbre me trataba mucho mejor que los patrones, porque era el mimado de ellos, a escondidas de los patrones. Entro mi hermanastro, me quitó el plato de la mano y me lo tiró a la cara, y me dijo “no vales ni lo que comes”

“-es una cosa que se suele decir, muy fácilmente- yo salí de la casa, atravesé un pequeño riachuelo, al otro lado había un excelente campo de maíz, me tiré boca abajo y pedí a Dios que me mandara la muerte. Yo no sé cuánto tiempo estuve llorando, pero cuando desperté ya era la noche”

Cuando se despertó, de noche, todos estaban preocupados por su ausencia. Dice que entonces sintió una especie de dulce venganza. El saber que la familia se preocupaba, les había hecho sentir ansiedad. Quizá allí sintió una ínfima dosis de estima, al sentirse valorado.

La experiencia de la niñez de José María en las serranías de Puquio, le dejaron varias enseñanzas que marcaron la vida y obra de este creador. Es perfectamente posible que recuerdos de infancia y la sensación que se revive al recordar esos momentos, inevitablemente salen por los poros del creador, por la bolilla del lapicero o la máquina que escribe.

Sin duda las experiencias de su niñez tienen la epifanía de: nunca desaparecer y al crecer, le evocan con nostalgia lo vivido, empozado en el alma, a decir de Vallejo. Reviviendo el recuerdo y liberando un placer quizá masoquista en el narrador, ya que siempre en la nostalgia hay dosis contrapuestas de felicidad y dolor.

En esta etapa este artista creo las bases de lo que sería en la adultez, bebiendo del gusto y el disgusto, generando esas “improntas” que son los aprendizajes que quedan marcados para siempre. En su caso produjeron la creatividad, las alianzas entre las culturas vividas y toda una suerte de disrupciones posibles.  Esto le llevo a decir, ya de adulto:

“¿Quién soy? Un hombre civilizado que no ha dejado de ser, 

en la médula, un indígena del Perú; un indígena, no indio”.

Su experiencia de niño la resume cuando dice:

“En San Juan de Lucanas, donde vivieron esto señores cuya crueldad 

nunca agradeceré lo suficiente, aprendí el amor y el odio”

La ausencia de la madre para un niño es lo más terrible que le pueda ocurrir a cualquier ser humano, por eso el medio social, trata de promover la acción de una mujer que haga de madre, como madre sustituta. Preguntado de adulto sobre la madre dice:

 “Yo no me acuerdo de mi mamá. Esa es una de las causas de mis perturbaciones emocionales” 

Afirmaba ésto José María, tratando de entender los tormentos que azotaban su mente, más que la de otro humano, en su lugar. Su sensibilidad complotaba, para que esta experiencia sea más lacerante.

José María lactó los sentimientos básicos, como él llama de amor-odio en etapas tempranas, a través de experiencias sufrientes. Su magnánimo amor por los indios, por los peruanos y por la humanidad, están graficados en su literatura y parece ser que el odio lo encamino hacia sí mismo.  Un abandono de este tipo es probable que desarrollara en el miedo, dificultad para adaptarse a la realidad y al mundo, una actitud hostil, sin poder buscar consuelo al sentirse mal. Probablemente desarrolló una fuerte inhibición para compartir emociones y se incubaron sensaciones de ansiedad y depresión y suicidio que nunca pudo superar.

Ese deseo permanente de auto-eliminarse lo acompañaba desde esos aciagos tramos de su infancia.

De esa época data la interiorización de una sexualidad asociada al horror y la violencia. En esto se acompaña la imagen del padre, que a usanza de la época era abusador-violador. Había sido testigo de la violación sexual perpetrada por el hermanastro, quien le había hecho sufrir como un espectáculo cruel de abuso, cuando apenas era un niño entre 7 y 8 años. Había repetido este acto más de una vez, lo que marco en José María una asociación terrible; Sexo- violencia, crueldad, sufrimiento. El desarrollo de una sexualidad sana se había distorsionado para siempre y que lo acompañaría como una patología en toda su vida de adulto.

Quizás las experiencias traumáticas durante la infancia, y arraigadas en la adolescencia, sumadas al abuso físico y probablemente sexual, aumentaron el riesgo de los intentos de suicidio del escritor.

Los aspectos sexuales de su infancia contribuyeron a desencadenar una patología depresiva que lo llevó finalmente al suicidio. La pérdida temprana de la madre, probablemente sustituta, sumadas al maltrato de parte de su madrasta y hermanastro, la repetida ausencia del padre viajero, la sensación de no pertenencia totalmente al mundo indígena, que lo rechazaba por ser muy blanco, siendo niño y adolescente y el desarraigo en el mundo de los mistis sin pertenecer realmente a ninguno, todo esto es un factor a considerar para explicarnos su crónica depresión. 

La ficción en Arguedas se construye como un ensayo autobiográfico, con escenas claras de la niñez y la adolescencia, donde el abandono es la fuente poderosa que matiza su desarraigo. Los hechos de raigambre auto-biográfica, se convierten en un paradigma explicatorio, que está más allá de la narración de conflictos. Hay un análisis de la profundidad psicológica y mítica de sus personajes y de si mismo. Cuando recuerda sus 15 años de adolescente en el colegio, narra épicamente una pelea que debe protagonizar.

Le dice un alumno del internado:

“Frótate, hermano, la cara y las orejas. Mejor es que salga sangre. Los internos de mi edad no me hablaban. Preferían estar a la expectativa. Romero me daba ánimos, pero en tono compasivo. Por la noche, en el rosario, quise encomendarme y no pude. La vergüenza me ató la lengua y el pensamiento.

Entonces, mientras temblaba de vergüenza, vino a mi memoria, como un relámpago, la imagen de Apu K’arwarasu. Y le hablé a él, como se encomendaban los escolares de mi aldea nativa, cuando tenían que luchar o competir en carreras y en pruebas de valor.

—¡Sólo tú, Apu y el “Markask’a”! —le dije—. ¡Apu K’arwarasu, a ti voy a dedicarte mi pelea!

Mándame tu kilincho, para que me vigile, para que me chille desde lo alto. ¡A patadas, carajo, en su culo, en su costilla de perro hambriento, en su cuello de violín!

¡Ja caraya! ¡Yo soy Lucana, minero  Lucana! ¡Nakak! Empecé a darme ánimos, a levantar mi coraje, dirigiéndome a la gran montaña, de la misma manera como los indios de mi aldea se encomendaban, antes de lanzarse en la plaza contra los toros bravos, enjalmados de cóndores”.

Es por demás obvio que la niñez y adolescencia de Arguedas, no sólo condicionaron su despropósito de renegar de la vida, con su crónico sufrimiento emocional, sino que dieron lugar a su expresión creativa en sus dos mundos, como dijera el mismo: El zorro de arriba y el zorro de abajo.

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1 com.

Gadwyn Sánchez Félix 31/05/2024 - 4:45 pm
Indudable que cada vez hay más evidencia de la natalidad de Jose María Arguedas, pues nació en Karkeki Huanipaca, al margen de este hecho es un representante del sentir y vivir apurimeño, difusor del folclor y del runasimi
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