LA AMISTAD: SOPORTE VITAL EN TIEMPOS DE PANDEMIA

por Cynthia Velarde Flores
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Reinicio

Relatos insolentes II

Abril del 2021

Empezaré recordando a Ana Frank, una niña maravillosa que vivió encerrada años y supo encontrar la amistad y el amor entre cuatro paredes.

A raíz de la pandemia y a medida que pasan los días y meses, mientras vivimos aisladas, encerradas, sin poder ver, ni mucho menos abrazar a la familia, o compartir un rato con tus amigos, en esta realidad tan triste, a veces pienso que todo esto es un sueño, que pronto despertaré y todo será como antes. Pero no sucede.

Cada vez lo veo más lejano porque todo se acrecienta, más partidas inesperadas, más corazones tristes, más dolor, todo más incierto, entonces, me doy cuenta de que muchas personas sobrevivimos y hacemos llevadera nuestra existencia, gracias a la amistad, gracias a saber qué mañana será otro día igual, con la diferencia de que al poder abrir tu WhatsApp, encontraras de 1 a 500 mensajes de tu mancha, en mi caso, las “Danger Flash”, nombre que nos pusimos aún en el colegio porque, disque, éramos un peligro pasajero…

¡Y qué mensajes…!, entre ajos y cebollas, culebras y sapos, sale una mención al churro de esas épocas colegialas… —Recuerdas aquella noche deportiva en el coliseo, cuando fulanito te declaró su amor y te morías de ganas de decirle que ¡Siiii!, pero las reglas de la sociedad no te lo permitían, entonces tenías que esperar mínimo tres días, antes de dar tu respuesta. Esos, eran los tres días más largos de la historia… y cuando por fin llegaba el día esperado, te enterabas,
por la vecina, que el susodicho no pudo esperar más y se declaró a la gringa de la esquina y que ¡ya eran novios!

Y recordar de pronto, que cuando sonaba el timbre para salir del colegio: —!Yeehh….! — Presurosas y risueñas nos disponíamos a dejar las aulas, pero antes de salir, una parada obligada en los servicios higiénicos para acicalarnos un poco.
Sacábamos nuestra lata de vaselina o la cucharita para rizarnos las pestañas, un poco de aceite Johnson en los labios, y de perfume, unas gotitas de agua de rosas. Eso era todo, el arsenal de belleza del que disponíamos en ese entonces, pero era más que suficiente para vernos ¡Insoportablemente bellas, bellas!

Una vez que llegábamos al parque Micaela Bastidas empezaba la transformación real. Nos soltábamos el cabello. En mi caso y el de Camucha y Mary, lo llevábamos corto, y la verdad no sé porque razón. Si mal no recuerdo, creo que fue por una
plaga de piojos, liendres y garrapatas que nos atacaron… pero esa es otra historia. Bajábamos los tirantes del uniforme, desabotonamos el primer botón de la blusa, y lo último, con osadía y rebeldía, nos doblábamos las medidas para
que parecieran cubanitas.

Radiantes y fashion, empezábamos la caminata por la Av. Arenas y a medida que nos acercamos al punto de encuentro, que venía a ser la tienda Bata Rimac, nuestros corazones palpitaban desbocados, mil taparacos o mariposas revoloteaban en el estómago, por la emoción.

Y allí estaban, parados en la puerta de la tienda, ¡los grauinos más churros!, con pantalones plomos, camisa blanca de manga corta y bien arremangada, y totalmente desabotonada, aunque sin un pelo que mostrar en el pecho… Están: Angelo Gel, Bobón el seminarista rebelde, Cabuto, el filósofo Pipaso, Michi… y otros. Pasábamos por delante de ellos, con nuestra mejor sonrisa y un tímido —¡Hola!— pero ese momento era más que suficiente para ser felices.

Y así, con esas evocaciones haces un alto a la monotonía del día a día, vuelcas tu mente en aquellos recuerdos que te roban una sonrisa, y todo esto, gracias a tus amigas, a tus patas, a tus pinkys, que, con una palabra, o tan sólo con regalarte su risa escandalosa, te hacen la diferencia.

¿Qué sería de este encierro forzado sin esos recuerdos…?

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