DELFINA: LA BEATA QUE HACE MILAGROS SIN PERMISO DEL VATICANO

De acuerdo al dogma católico, se considera beato a un difunto cuyas virtudes han sido previamente certificadas por el Sumo Pontífice. Y es cuando recién puede ser honrado en el culto.

El término beato significa feliz (del latín beatus), o bienaventurado en sentido más amplio, en la creencia de que esa persona está ya gozando del Paraíso.

La calificación de beato constituye el tercer paso en el camino a la canonización. El primero es ser “siervo de Dios”, el segundo “venerable” y el tercero “beato” y el cuarto “santo”. En el lenguaje popular, también se dice beato o beata a la persona muy apegada a las ceremonias religiosas.

La Santa Sede, a través de una comisión, es la única encargada de estudiar los milagros, martirios y virtudes heroicas de los candidatos, y proponerlos para que el Papa proceda a realizar su beatificación.

Esta beatificación solo puede darse en fieles que hayan fallecido con fama de santidad, y esta sea constante y difundida en diversos lugares.

Un proceso de beatificación puede realizarse por dos vías: Por causa de virtudes heroicas, si el fiel vivió las virtudes cristianas en grado heroico, o de martirio si el fiel sufrió martirio por su fe.

El preámbulo es necesario para explicar el caso de Delfina Duque Mattasoglio, una jovencita nacida en Cusco que fue llevada por la fuerza a la hacienda de sus padres en Tambobamba-Apurímac y sometida a un encierro inmisericorde y a las peores privaciones para evitar su relación con un muchacho de quien se había enamorado.

En un principio no salía de la hacienda y se dedicó a una intensa labor social reconocida por los pobladores de Huanipaca, y su corazón lo consagró a Dios.

Por su labor humanitaria y su vida alejada del pecado, Delfina encajaría en las normas de beatificación porque, además, está comprobado que vivió sometida a un largo periodo de sacrificios.

En un principio, sobreponiéndose a su inmenso dolor, Delfina seguía ofreciendo su ayuda espiritual a los comuneros y trabajadores de la hacienda, particularmente a las mujeres que eran sometidas a trabajos forzados en el campo y a los abusos de sus propios maridos en el hogar, muchos de los cuales las trataban como un objeto sexual o máquinas de hacer hijos, por efecto del alcohol.

Los moradores señalaron que bastaba una tierna mirada de ella o una caricia a sus menores hijos para que se llenaran de optimismo y alegría.

Es sabido que una declaración papal de canonización solo se produce tras un largo proceso que puede prolongarse durante decenios, el mismo que debe ser iniciado por el obispo del lugar donde falleció el candidato o la candidata, sostenido además por una comprobada devoción popular, citas de testigos y una minuciosa revisión de la documentación, caso que se cumple con Delfina Duque porque, según las normas de la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano, aprobadas y ratificadas por Juan Pablo II el 7 de febrero de 1983, se debe esperar solo cinco años después de la muerte de la persona antes de introducir su causa. Anteriormente, debían transcurrir cincuenta años. El plazo se redujo para evitar la desaparición de pruebas.

Además de estas exigencias, se debe probar que se ha producido un milagro a través de la intercesión del fiel que se pretende beatificar. Si la causa de beatificación se sigue por la vía del martirio, sin mayores obstáculos se procede a la declaración de venerable.

Con la declaración de beato, el siervo de Dios recién puede ser venerado en la iglesia, o bien solo en el ámbito diocesano de donde se ha solicitado la beatificación. Con esto se puede celebrar la eucaristía el día de su fiesta pidiendo su intercesión, pero solo en dicha diócesis o grupo de diócesis. Para que el culto sea extensivo a la Iglesia entera, debe continuar el proceso hasta su canonización.

María Delfina Duque Matasoglio, nació en la ciudad del Cusco el 19 Abril 1908, seis meses antes que llegara por primera vez el ferrocarril, aquel inolvidable 13 de septiembre de 1908 y sacó a la ciudad imperial del aislamiento en que se encontraba permitiéndole por fin una vía de comunicación moderna con la costa.

En ese tiempo, el viaje entre Lima y Cusco duraba el tiempo que tomaba un viaje de Cusco a Buenos Aires debido al reto que significaba cruzar la cordillera de los andes. Con la puesta en servicio del ferrocarril, la ciudad también inició su crecimiento y aparecen los distritos de Santiago y Wanchaq.

En la primera mitad del siglo XX, por razones de salubridad, se procedió a culminar la canalización de los ríos Saphy, Huatanay y Tullumayu. La canalización dio lugar a la apertura de nuevas vías como las calles Saphy, Choquechaka y las avenidas Tullumayo y El Sol que unieron a los barrios céntricos de la ciudad.

Igualmente, tuvo mayor impulso la agricultura destinada a la exportación, como es el caso de los cultivos de café en La Convención y Lares y de té en Huyro. Florecieron las haciendas no solo de Cusco sino también de su vecino, el departamento de Apurímac.

El padre de Delfina, Alberto Duque nacido en Cusco en el año 1888 contrajo matrimonio el 20 de mayo 1907 con Cesárea Mattasoglio, nacida en la ciudad de Abancay en 1886.

La pareja tuvo dos hijos más después de Delfina, Pedro, (1909-1987), casado con Margarita García del Carpio, y Leonor Elvira, nacida también en Cusco en 1912, falleciendo en el año 1936, a los 24 años.

La familia Duque-Mattasoglio era propietaria de la hacienda Cañaveral, ubicada en Tambobamba, distrito de Huanipaca, provincia de Abancay. Se dice que en tiempos de la colonia esta hacienda fue de Juan Salas y Valdez, vecino notable del Cusco, y más tarde perteneció a los marqueses de Valleumbroso del Cusco.

Los Duque se dedicaban a la crianza de ganado vacuno de las razas Santa Gertrudis y Brown Swiss, ovinos de la raza Merino y caballos peruanos de paso, que se vendían en los EE.UU, hasta la afectación de la Reforma Agraria..

El pecado de Delfina fue enamorarse cuando aún era una adolescente y estudiaba la secundaria en el Colegio Educandas. Algunos familiares señalan que la primaria lo hizo en el colegio María Auxiliadora.

A propósito, el Colegio María Auxiliadora se creó como resultado de las gestiones de una delegación de cinco hermanas del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, para fundar una nueva casa: Sor Juana Taroni, como Directora, Sor Marcelina Sinelli, Sor Dominga Zaligari, Sor Victoria Orihuela (Cusqueña) y Sor Teresa Preiswerk, quienes a su arribo fueron recepcionadas por la Srta. Rosa Falcón, hermana del Obispo de la Diócesis Monseñor Antonio Falcón y hospedadas en el Palacio Episcopal.

El 9 de Julio, el nuevo colegio abrió sus puertas en el local del antiguo Noviciado de los Jesuitas, cedido por el Prefecto Pablo Arana. Sin embargo, en horas de la tarde ocurrió un hecho insólito, debido a la llegada intempestiva de una Guarnición Militar, para reprimir disturbios que se habían producido en la ciudad, las hermanas tuvieron que desocupar de inmediato el local inaugurado en horas de la mañana para dar hospedaje a los soldados. Por lo que temporalmente se trasladó a la casa de la Srta. Falcón. El 14 de agosto pasó a ocupar una parte del antiguo Hospital de “San Andrés” en la esquina de la calle San Andrés y Ayacucho, propiedad de la Beneficencia Pública, dando inició a sus labores educativas con 70 alumnas, además del Primer Oratorio Festivo de Don Bosco.

En 1908, adquirieron la casona solariega – del que fuera propietario el Conquistador Don Jerónimo de Cabrera- en la plazoleta de Las Nazarenas a dos cuadras de la Plaza Mayor a donde se trasladaron el 28 de abril del mismo año, adquiriendo posteriormente los inmuebles aledaños. El violento sismo del 21 de mayo de 1950, daña considerablemente la estructura física del local y no contando con la fuerte inversión económica requerida para su reconstrucción, se decide la venta a una entidad bancaria, siendo en la actualidad, Casa Cabrera- Museo de Arte Precolombino. Se inicia de manera simultánea la construcción de su moderno local, entre las calles Pumacurco y Huaynapata. En 1938 se autoriza el funcionamiento de 1° a 3° de secundaria, ampliándose al 4° y 5° de secundaria en 1940 con la presencia salesiana,

Igualmente, vale la pena recordar que, en esa época, el Glorioso y Bolivariano Colegio de Señoritas Educandas del Cusco, como se le conocía, fue fundado en 1825 por Simón Bolívar conjuntamente con el Glorioso Colegio Nacional de Ciencias.

Siempre estuvo dirigido por rectoras laicas, siendo la primera la señorita Tadea de la Cámara. A partir de 1926, la Congregación de Religiosas Dominicas del Rosario asumen la dirección del plantel siendo su primera directora la Reverenda Madre María Adoración Uria. Finalmente, la dirección pasó a la Congregación de Religiosas Franciscanas de la Inmaculada Concepción.

En sus inicios funcionó en el Palacio de San Bernardo. En 1827 se le ubicó en el local del clausurado Colegio San Buenaventura, en la Calle Nueva Baja y desde mediados del siglo XIX, se instaló en el edificio del Convento de San Juan de Dios en la calle Teatro.

Entre sus más distinguidas alumnas figuran María Trinidad Enríquez, primera mujer jurista en el Perú y Clorinda Matto de Turner, destacada escritora peruana, precursora del género indigenista.

Es posible que las religiosas, en ambos planteles, hayan influido poderosamente en la formación espiritual de Delfina Duque. Pero, no obstante de su férrea religiosidad, un estudiante del Colegio Ciencias, proveniente de un hogar modesto logró conquistar su corazón. Seguramente que, si su galán hubiera pertenecido a la clase privilegiada cusqueña, su destino hubiera sido otro. Para los padres de Delfina, Darío, Rubén, o como se llamaba, no era suficiente ser un muchacho decente y apuesto, con un corazón grande, su pecado fue tener los bolsillos vacíos, sus padres no eran hacendados, ni tenían un apellido español, sino muy cusqueño.

Por eso, al enterarse de esta relación los padres de Delfina pegaron el grito al cielo y resolvieron enviarla a la hacienda de Tambobamba aprovechando las largas vacaciones de fin de año. Sin embargo, al reiniciarse las clases, Delfina no volvió al Colegio

Fue entonces que el muchacho, armado de valor. como buen Cienciano que era, capaz de dar la vida por su equipo de fútbol y por su primer amor, resolvió viajar a la hacienda, cueste lo que cueste, sin importarle que una parte del trayecto lo haría subido en un camión de carga y la otra a caballo y finalmente a pie para llegar a su destino.

Lamentablemente, al llegar a la hacienda, en su primer intento de contactar con ella, el capataz los vio y fue con el chisme donde el propietario de la hacienda quien, montado en cólera ordenó que la encierren a su hija y el joven galán tuvo que verse obligado a retornar sin poder rescatar a su amada.

Al regresar a Cusco, misteriosamente desapareció en el camino. Nunca se supo qué le pasó. Se esfumó como por encanto del espíritu santo. A pesar de una intensa búsqueda emprendida por la policía, de sus familiares y amigos, no apareció. ¿Se cayó a un barranco? ¿Se lo tragó la tierra? ¿Se hizo humo?

Los pobladores creen hasta ahora que fue objeto de un asesinato y su cuerpo desaparecido.

Luego de ese incidente, tampoco se la volvió a ver a Delfina, ni siquiera en las misas de los domingos o fiestas religiosas importantes. Hasta que los trabajadores y empleados de la haciendo filtraron la noticia que se hallaba cautiva en una habitación a pocos metros de la casa hacienda, donde se dedicó a la oración y meditación.

En vista que en su celda no tenía ninguna imagen de un santo, dibujó en la pared el rostro de Cristo para orarle mañana, tarde y noche.

No se le permitía salir ni para tomar sus alimentos, estos eran introducidos por las empleadas por una pequeña ventana. No tenía ropa para cambiarse, vivía casi semidesnuda para que no intentara escapar, y el sol le llegaba a través de un tragaluz solo para sobrevivir.

Delfina padeció los peores sufrimientos solo por el hecho de haberse enamorado de un joven cusqueño, que no era del agrado de sus familiares. Si sobrevivió fue por su fe y la enorme devoción que le tenía al Cristo que ella misma pintó en la pared.

Con el paso de los años y las condiciones insalubres, el frío de las noches, la alimentación deficiente y sobre todo por el sufrimiento causado por la sospecha de un homicidio contra el hombre que amaba, afectaron enormemente su estado físico.

Aun así sobrevivió muchos años, aferrada a su fe y fortalecida por la oración.

Algunos pobladores de Huanipaca relatan que su mayor dolor fue vivir con la sospecha que el joven a quien amaba había sido asesinado tras su aparición en la hacienda con la intención de rescatarla de su cautiverio.

Después de casi 30 años de vivir encerrada, Delfina murió el 25 de febrero de 1953 a los 45 años de edad, agobiada por los sufrimientos. Fue un día en que se desató una torrencial lluvia, nunca antes vista en Huanipaca.

Sus restos fueron sepultados en la capilla de la hacienda Cañaveral de Tambobamba, en medio de un mar de lágrimas de los campesinos que se habían pasado la voz y acudieron en masa para darle el último adiós.

Durante varios días siguieron llegando los lugareños de las comunidades aledañas para venerarla al pie de su tumba porque la consideraban una mártir por todos los padecimientos sufridos.

Sus familiares, al ver estas manifestaciones y temerosos a que se inicie una investigación, optaron por trasladar sus restos al Cementerio General de Condebamba, Abancay, camposanto administrado por la Beneficencia Pública.

Esto no impidió que los pobladores de Huanipaca la olvidaran y empezaron a realizar peregrinajes a Abancay para rezar al pie de su tumba. Del mismo modo, los habitantes de la capital apurimeña, unos por curiosidad y otros para probar si realmente era milagrosa, llegaban hasta el cementerio a rezarle.

A principio de la década de los setenta, yo, trabajaba en el diario El Sol el Cusco y en uno de mis viajes a Abancay, como siempre fui a visitar la tumba de mi padre y me llamó la atención ver a algunas personas arremolinarse alrededor de la tumba de Delfina Duque que la habían convertida prácticamente en un santuario. Indagué entre la gente que si alguno de ellos había sido objeto de algún milagro y barios me aseguraron que sí. Uno de ellos, Sebastián Barrientos, me contó que la había sanado a su hijo desahuciado por causa de la moscarina, (O muscarina), un tipo de hepatitis fulminante que mató a miles en Abancay. Pancha (Francisca Sulcahuamán), una trabajadora del mercado, me dijo que su hijo acusado injustamente de robo por un vecino había logrado su libertad y, finalmente, varias adolescentes coincidieron en señalar que sus relaciones rotas con el enamorado habían logrado arreglarse con solo rezarle a Delfina. “Salva también a las parejas del divorcio”, afirmaron. Puede o no ser cierto, a lo mejor fueron solo coincidencias, pero para estas personas son milagros.

A mi retorno a Cusco escribí una nota en el diario. La noticia fue muy leída pero, ni el Arzobispo del Cusco, ni el párroco de la Iglesia de Abancay se interesaron en el caso. Y todo quedó ahí.

Seguramente que Delfina no será beatificada por el Vaticano porque la Iglesia en Abancay no tiene mucho interés en presentar los testimonios que se exigen. Pero la población, como ocurre desde hace años, no dejará de rezarle a quien consideran una mártir, para pedirle un milagro que a lo mejor el alma de Delfina directamente no se los conceda, pero puede servir de puente para llegar a Dios o a la virgen del Rosario, Patrona de Abancay-

De lo que estoy seguro es que no dejarán de visitar la tumba de “la almita de Delfina” o a la “Delfinita” como se acostumbra llamar en Abancay, en diminutivo, a quienes se quiere y aprecia entrañablemente: “papito”, “mamita”,“Gustavito”, “Hermanito”, “Glorita”, “huayquicito”.

La fe mueve montañas y nadie ni nada podrá quitarles esa fe a quienes creen en Delfina, la devota que aún no tiene altar en el templo, pero sí en el corazón de miles de los habitantes de Huanipaca y Abancay. Para ellos, seguirá haciendo milagros por más que no tenga permiso del Vaticano.

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