¿Estamos a minutos, días o a una sola explosión de distancia de la Tercera Guerra Mundial? El reciente estallido del conflicto entre Irán e Israel ha encendido alarmas que no solo resuenan en Oriente Medio, sino en los pasillos silenciosos de las cancillerías del mundo y en la sobremesas de todos los hogares conscientes del mundo entero. La «Operación León Naciente» y su respuesta iraní han colocado al planeta en una delgada cuerda, donde un paso en falso podría precipitarlo al abismo. ¿Es esta la chispa que encenderá el incendio global? Con potencias nucleares involucradas y viejas rencillas renacidas con nueva furia, la extinción ya no es un fantasma lejano, sino una posibilidad que toca a nuestra puerta. La historia —si no aprendemos— corre el riesgo de repetirse no como tragedia, sino como sentencia final.
El estallido: acciones militares entre Israel e Irán
El 13 de junio de 2025 marcó un sombrío amanecer en la historia contemporánea. Israel, alegando una amenaza nuclear inminente, lanzó la Operación León Naciente, un ataque aéreo masivo y coordinado que golpeó el corazón del programa nuclear iraní. Más de 200 aviones de combate descargaron cinco oleadas de ataques contra instalaciones estratégicas en Natanz, Isfahan, Fordow, Khondab y Khorramabad, así como bases militares en torno a Teherán y residencias de altos mandos. El golpe fue quirúrgico pero devastador: entre las bajas se cuentan figuras de alto rango como los generales Hossein Salami, Mohammad Bagheri y Amir Ali Hajizadeh, además de destacados científicos nucleares.
Este despliegue bélico no fue improvisado. Precedido por una sofisticada operación de inteligencia del Mossad, Israel infiltró el aparato de seguridad iraní, manipuló reuniones estratégicas y desplegó drones desde dentro del propio territorio enemigo, configurando una ofensiva sin precedentes desde la guerra Irán-Irak.
La respuesta no se hizo esperar. Esa misma tarde, Irán activó la Operación Promesa Verdadera III, disparando más de 150 misiles balísticos y más de 100 drones suicidas tipo Arash hacia territorio israelí. Por primera vez en su historia, usó un misil hipersónico lanzado desde un submarino. Los blancos: bases militares, aeropuertos, centros industriales y ciudades como Tel Aviv y Ramat Gan. El saldo: 78 muertos y 329 heridos en Irán, frente a 3 muertos y 64 heridos en Israel.
Esta escalada marca el tránsito de una guerra larvada, de sombras y terceros, a un enfrentamiento directo entre dos potencias regionales, con el riesgo real de expandirse como un incendio hacia las grandes potencias globales.
La participación de las potencias internacionales
Estados Unidos expresó su apoyo a Israel, calificando la operación como «excelente» y advirtiendo sobre posibles acciones adicionales. Por otro lado, Rusia y China condenaron los ataques israelíes y reafirmaron su respaldo a Irán, instando al levantamiento de las sanciones nucleares impuestas por Occidente y al reinicio de las negociaciones multilaterales sobre el programa nuclear iraní. Además, ambos países han fortalecido sus lazos con Irán a través de acuerdos estratégicos y ejercicios militares conjuntos.
La amenaza de una guerra mundial
La escalada del conflicto ha generado temores de una posible guerra mundial. La intervención de potencias nucleares como Estados Unidos, Rusia y China podría arrastrar a otras naciones al conflicto, dada la interconexión política y económica global. Además, la región del Medio Oriente es estratégica para el suministro de energía mundial, y cualquier alteración significativa podría tener repercusiones económicas globales.
El agravante de los megalómanos
A este panorama sombrío se suma una variable que multiplica la incertidumbre: la presencia de líderes con delirios de grandeza y pulsiones autoritarias. Figuras como Donald Trump y Vladimir Putin, cada uno a su modo, encarnan una visión del poder anclada en el culto personalista, la polarización extrema y la teatralización del conflicto como herramienta de dominio. Lejos de actuar como estadistas que buscan estabilidad, su retórica incendiaria y decisiones unilaterales introducen una peligrosa dosis de imprevisibilidad en un mundo ya sobrecargado de tensiones. En manos de tales megalómanos, la diplomacia se vuelve rehén del ego, y la paz, una víctima colateral del narcisismo político.
¿Estamos en manos de locos?
China y la estrategia del zorro
Mientras el mundo contiene la respiración, China observa desde su atalaya con la calma calculadora del zorro. Su afán expansionista no necesita estallidos inmediatos, sino resquicios geopolíticos que le permitan avanzar en silencio. En medio del caos, Pekín puede mover sus fichas en el tablero del comercio, la influencia tecnológica y las rutas estratégicas, apostando a largo plazo por un orden internacional menos occidentalizado y más acorde a su modelo autoritario. La guerra, para China, no es un choque frontal, sino una niebla útil tras la cual redibujar fronteras sin disparar un solo tiro.
Corea del Norte: el perro a la espera
Y en la sombra, como un perro nervioso que acecha una pelea de perros grandes, Corea del Norte observa con ojos brillantes. No tiene la fuerza para iniciar, pero sí la astucia para intervenir si ve una oportunidad. Cualquier debilitamiento del equilibrio global podría ser interpretado como permiso para desafiar a sus enemigos tradicionales, lanzar misiles de advertencia o simplemente negociar desde una posición de aparente ventaja. Kim Jong-un espera, como los chacales en la periferia del banquete, buscando su bocado entre los restos que dejen los gigantes.
Reflexión final: la locura de la guerra
La guerra, en su esencia, es una regresión brutal hacia los instintos más oscuros del ser humano. No importa cuántos satélites orbiten la Tierra, cuántos avances curemos en laboratorios, ni cuántos discursos se pronuncien en nombre del progreso: seguimos siendo criaturas que, al menor chispazo del miedo, la codicia o el rencor, alzan la mano contra su hermano.
Tras siglos de civilización, después de haber conquistado la Luna, descifrado el genoma humano y conectado al planeta entero en segundos, volvemos a comportarnos como tribus primitivas que enarbolan lanzas con nombres modernos: misiles, drones, armas hipersónicas. Es como si cada avance tecnológico, en vez de ser herramienta de entendimiento, se transformara en látigo al servicio del odio.
La guerra revela el fracaso ético del ser humano. Su existencia no es solo una tragedia geopolítica, sino un escándalo espiritual. Que aún se prefiera la destrucción a la palabra, la imposición al diálogo, la ambición al acuerdo, habla de una humanidad que camina en círculos, convencida de que avanza mientras pisa sus propias ruinas. Albert Einstein lo dijo con dolorosa claridad: «Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy seguro de la primera.»
Detrás de cada misil lanzado hay un niño que no irá a la escuela. Detrás de cada tanque movilizado hay un campo que no será sembrado. Y detrás de cada líder que clama por honor patrio con el puño cerrado, hay millones de voces silenciadas por el miedo y la desesperanza.
«Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren», advirtió Jean-Paul Sartre. Y en cada conflicto moderno, la cita se vuelve profecía. Las guerras no son libradas por quienes las declaran, sino por quienes no pueden evitarlas. Y eso, más que injusto, es perverso.
En este contexto, la escalada entre Israel e Irán, amplificada por las pasiones ciegas de megalómanos, la estrategia oportunista de superpotencias y la ambición rapaz de regímenes que aguardan en la penumbra, representa más que una crisis internacional: es una herida abierta en la conciencia colectiva.
Bertrand Russell, en un suspiro de sabiduría y resignación, escribió: «La guerra no determina quién tiene la razón, sino quién queda.» Si esa es la medida de la victoria, entonces toda victoria es derrota.
Es urgente que los pueblos del mundo recuperen el lenguaje de la paz, no como una utopía ingenua, sino como la única forma madura de existencia. Porque si tras todo lo aprendido, seguimos escogiendo el rugido de la guerra por encima del susurro de la razón, entonces habremos demostrado —con todo el peso de la historia sobre los hombros— que aún no sabemos ser verdaderamente humanos.
¿Haz pensado en cuánto bien se podría hacer con todos los recursos que se están gastando y se han gastado en estúpidas guerras? Y ya no hablemos de todos los presupuestos militares que son para prevenirlas.