LA MASACRE DE LOS SOMBREROS

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Relatos insolentes III

¿Cómo olvidar aquella tarde con un cielo celeste y una brisa que acariciaba nuestros rostros cándidos?

Era vísperas de Navidad, toda la ciudad estaba alborotada, y como siempre, los ambulantes sacaban sus productos a las calles para ofrecerlos al público.

Nosotras, inocentes colegialas, reunidas en la casa de Camucha para hacer nuestras tareas, estudiar y como siempre maquinar alguna travesura, estábamos aburridas y comenzamos a pensar en hacer algo… y ese “algo” tenía que ser peligroso, algo fuera de la ley, algo que nos dispare la adrenalina.

La brillante idea fue de la “genio” del grupo, o sea, Miranda, siempre fue así. Ella, la mente diabólica y yo, el brazo ejecutor. ¡Ja ja ja!.

Bueno, volvamos al relato, esta vez elegimos al Sr. Efraín Aróstegui, cuñado de Camu, él estaba de viaje y su Volkswagen disponible en casa, teníamos la cancha a nuestra disposición y no fue difícil encontrar la llave de repuesto, ya que nuestro servicio de inteligencia era efectivo.

El plan se puso en marcha: Camu al volante —según ella, aprendió a conducir en sus sueños—, yo de copiloto, con mi largavista en la mano, la navaja Suiza del Velarde en el bolsillo y en mi mochila una chata de Ron Cartavio… ¡ahhhh!, y también un cassette de los Panchos.

En el asiento trasero estaban Mary, Dely y Chávez, toda la “mancha brava” y con ¡licencia para matar! ¡Ayayay paloma…!

La aventura comenzó en las Américas, todas estábamos eufóricas, alentando a la piloto, quien no tenía la menor idea y menos práctica de conductora pero, aun así, eso no fue obstáculo para dar un paseo.

Íbamos riéndonos de todo, molestando a toda la gente que se nos cruzaba y justo cuando pasamos por la ferretería del Sr. Rubén Camacho, nos dimos el lujo de detenernos un momento para mandar besos volados a un grupo de cueros que siempre estaban parados en la puerta: Rubén, Edward, Hugo y Henry.

Luego continuamos con la aventura, de pronto, sin darnos cuenta estábamos en la calle Lima, cerca a Bata Rimac, y cuando reaccionamos nos percatamos que en toda la calle al frente del Mercado  Central estaba cerrada para el  paso de autos, ya que había una feria, en el suelo ropas, zapatos, sombreros…

Definitivamente no íbamos a retroceder, ya que no teníamos la menor idea de cómo hacerlo, así que no nos quedó otra que continuar en marcha y pasar por encima de todas las cosas que estaban en el piso, sobre todo los sombreros, ¡que había como cancha!

Toda la gente se amotinó y rodeo el auto, querían lincharnos, hasta apareció un periodista, muy conocido en ese momento y tomó nota del incidente.

Camu, nuestra conductora,  abrió su puerta y empezó a correr, así que no quedó otra que hacer lo mismo sin importarnos el destino del auto. Fuimos hasta la plaza de armas agitadas y muy asustadas, recién tomamos conciencia de nuestros actos.

¡Ahora sí que teníamos un gran problema! ¿Como rescatar el auto?

Mientras lo pensábamos, vimos que venían del lado del consejo una mancha de rayas y detrás el EBRO, ¡¡Ya estamos fritas pensábamos!!, vienen a canearnos, pero se pasaron de largo y entre ellos reconocimos a un amigo de mi viejito y no dudé en correr hacia él y explicarle lo que había pasado.

De inmediato, él se fue al  lugar de los hechos y en unos 10 minutos aproximadamente apareció conduciendo el auto, ¡qué emoción!

Subimos todas y el mismo nos llevó hasta la casa de Efraín a guardar el auto, hasta acá todo bien, no había pasado, nada según nosotras.

Al día siguiente en el noticiero del medio día de radio Apurímac, el periodista que estuvo el día de los hechos, comentó lo ocurrido haciendo un llamado de atención a los padres y mencionado las características del auto, sólo así su cuñado y nuestros padres se enteraron de lo ocurrido, ¡pobre Camu!, ¡Mejor no les cuento su penitencia!

De castigo Camucha fue enviada a Pichirhua, el lápiz a Cachora, y yo; a Karhuakahua, a desgranar maíz hasta que se nos caigan las uñas.

THE END