LA MUJER QUE CAMBIÓ MI NIÑEZ

por Carlos Antonio Casas
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Reinicio

Los domingos de mi infancia eran pura travesura y libertad. Apenas tenía tiempo de engullir mi quaker con leche y un par de pampachutachas con paltitas o cachicurpa, antes de salir como bala a encontrarme con la pandilla. Nos íbamos a explorar la quebrada del Mariño o a perdernos por cualquier rincón de la campiña abanquina, donde cada piedra guardaba un secreto y cada sendero prometía una aventura.

Hasta que llegó ese glorioso domingo.

Me había quedado en cama por unas paperas que me hincharon los dos cachetes hasta ser casi, una viva imagen de Topo Gigio. En buena hora, pues así escuché un programa de radio que me fascinó.

Mis amigos se quedaron boquiabiertos cuando les dije que no iría. «¿Estás enfermo?», me preguntaron, porque para nosotros faltar a nuestras correrías dominicales era casi un sacrilegio. Pero ese programa era algo que me tenía hechizado: sentia que era como una ventana mágica al mundo de la cultura.

 

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La Voz que Despertó mi Alma

No era cualquier programa. Era una miscelánea maravillosa donde se entretejían música clásica e instrumental, poesías declamadas, historias que te transportaban, debates sesudos sobre temas que hacían pensar, reflexiones profundas y frases célebres que se te quedaban grabadas en el corazón. Como decía Borges: «Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca», y este programa era exactamente eso: mi paraíso dominical.

Aquellas voces que salían del radio receptor no solo me cautivaron, me intrigaron también. Y fui de los muchos niños que se amontonaron a las puertas de Radio Abancay para ver a esas celebridades. Ahí la conocí en persona, pequeña, rosadita y muy amable, con una voz suave, que parecía que acariciaba y siempre presta para saludar y responder a la curiosidad de los niños.

Como anécdota, había un profesor de voz tonante y cejas abundantes que apuntaban hacia arriba como cuernos, que en un momento dado nos botó, pues hacíamos demasiada bulla en los estudios. Por ello nunca volví a ir.

La profesora Martha tenía esa voz cálida que abrazaba cada palabra, que convertía cada domingo en una lección de vida sin que te dieras cuenta. Era profesora del colegio Santa Rosa y de la Normal de Educación —así le decían entonces—, madre ejemplar, esposa devota, y sobre todo, una de esas personas cultísimas como pocas que han pisado nuestra tierra abanquina.

El Legado de una Sembradora

Hoy, cuando la noticia de su partida nos llega como un viento helado, no podemos hacer otra cosa que agradecer.

Desde esta humilde tribuna, le decimos gracias por todo lo que sembró en nuestra cultura, por haber sido esa jardinera paciente que regó la educación y la formación espiritual de tantas almas.

Sus alumnas la recuerdan con cariño infinito. Los muchachos del Grupo de Teatro Tespis (Hugo Viladegut, Silvia, Héctor y Tary Gamarra+, Freddy Castro+, Abraham Herrera+, Chabuca León, Marilú Pulgar y otros) guardan en sus corazones sus enseñanzas. Y tantos otros, como yo, que encontramos en su voz radiofónica y en las puestas de escena que dirigió, ese empujoncito necesario para despertar talentos que ni sabíamos que teníamos.

Porque eso hacía ella: no solo enseñaba, sino que despertaba. Como quien enciende una vela en la oscuridad, iluminaba rincones del alma que permanecían dormidos.

Un Adiós que es También Gratitud

«La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo», escribió François Mauriac. Y qué cierto suena ahora, cuando su ausencia física se convierte en presencia eterna en cada vida que tocó.

Hoy, al enterarme de su partida, como un impulso del alma que busca consuelo en los recuerdos tangibles, cogí su libro «Trocha, memoria y poesía», publicado en noviembre del 2021. Esa copia que atesoro como reliquia preciosa llegó a mis manos gracias a la generosidad de su hija Mirtha, y ahora comprendo que no era solo un libro lo que me entregaba, sino un pedazo del corazón materno convertido en verso y prosa.

Dios la tenga en su gloria y brille para ella la luz perpetua. Que en su encuentro con el Señor encuentre el mismo gozo que nos regaló durante tantos domingos, cuando su voz era el compás que marcaba nuestro crecimiento espiritual y cultural.

Y nosotros, los que quedamos, seguiremos recordando que gracias a personas como ella, hubo domingos en que preferimos quedarnos en casa, pegados a la radio, descubriendo que la verdadera aventura a veces está en el silencio de una tarde de aprendizaje.

Gracias señora Marthita, gracias maestra. Gracias por habernos enseñado que la cultura no es un lujo, sino el pan del alma.

Ver: La trocha para encontrar nuestro camino

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